EL MUNDO INTERIOR

Javier Marichal es un auténtico librero, con una variada trayectoria dentro del negocio editorial. Desde hace trece años lo puedes encontrar, sin falta, en Distribuidora Estudios, detrás del centro comercial San Ignacio. Marichal viaja a través de los libros. Pernocta sobre la palabra y despierta, cada día, para atender a sus clientes con cierta complicidad en sus ademanes de lector impenitente

 

 

 

 

 

    Bartleby y compañía ha sembrado un enorme desconcierto, y es bueno que así sea. También inquietud, porque nada inquieta más que lo que nos seduce sin conocer, por así decirlo, el sexo de la seducción.
Juan Antonio Masoliver Ródenas

Sebastián de la Nuez

El primer librero de su vida fue José Ballón. Pepe, como tantos otros suramericanos, era un boliviano que había tenido que huir de su país. Llevaba las riendas de una librería enorme frente a las torres del Centro Simón Bolívar.  Javier pasaba frente a esa librería todos los días junto a otros compañeros del colegio; quizás estarían en primer o segundo año por ese entonces. A alguno se le ocurrió que sería una idea divertidísima entrar a robar libros, pues el sitio era todo un laberinto. Como eran tres los zagaletones, tramaron que mientras Javier distrajera a Pepe sacándole conversación, los otros dos se meterían entre los anaqueles a embolsillarse algunos ejemplares de lo que fuera. Pero Pepe, zorro viejo, le preguntó a Javier si le gustaba la poesía y cuáles eran sus autores preferidos. De manera doctoral, casi levantando el índice, Javier le contestó “Pablo Neruda y…”.  Ahí se quedó. Entonces Pepe fue a buscar el segundo volumen de una antología de poesía latinoamericana, un pequeño libro empastado en tela:
−Toma, es un regalo, para que conozcas también otros poetas.
Salió Javier sintiéndose apaleado y les dijo a sus compañeros que jamás volvieran a hacer algo semejante.
En esa época vivía en La Candelaria y estudiaba en el liceo Fray Luis de León. Javier nació en la isla de la Gomera, llegó a Venezuela a los 5 años y tiene cara de buena gente. Lo es. Su amor está en los libros, su expresión sobre todo en la poesía. Es uno de los pocos libreros de Caracas con experiencia múltiple: ha recorrido todos los senderos del entramado editorial. Además cabalga entre la generación que se está yendo –o acaba ya de marcharse− y quienes vienen abriéndose paso a pesar de Cadivi, a pesar de las restricciones del mercado, a pesar de los distribuidores cebados en el best seller, a pesar de la piratería, a pesar del propio país.
Javier conoció de cerca a las hermanas Pardo, hoy en día retiradas. Ellas también contribuyeron a la seducción. Recuerda la librería Soberbia, que ellas regentaban, desde su sede en San Bernardino, frente al hotel Waldorf (avenida La Industria). El padre de las Pardo había fundado en los años cincuenta una tienda de objetos de arte, incluyendo libros, que a la larga se convirtió en librería.
Para mí Soberbia fue un templo –dice, sentado al borde de una mesa repleta de libros en lo que es hoy su guarida, la Distribuidora Estudios, detrás del Centro Comercial San Ignacio, en un rincón del edificio Cerpe−. Recuerdo cuando se mudaron a La Candelaria, muy cerca de mi casa. Allí el techo era muy alto y las estanterías eran inmensas. Había que montarse en una escalera para alcanzar los libros. Las fui conociendo y, como tomé confianza, pasaba la mañana entera, al fondo, montado en una de esas escaleras. Inicialmente les compré libros de arte. Ya no era tan chamito; estaba en la Universidad. Por ejemplo, una edición de cien ejemplares de la poesía de Ramón Palomares con grabados de Omar Granados. Eran poemas manuscritos, una edición hecha en Mérida. De allí se mudaron a La Florida.
Y afortunadamente el testigo lo recibe Katina Henríquez al abrir El Buscón, que cuando abre, lo hace  con una parte importante del fondo editorial Soberbia, que acababa de cerrar.
A raíz de otro cierre, mucho más reciente, de la librería Lectura en Chacaíto ha habido voces pesimistas en Caracas durante estos meses iniciales de 2011. Además, algunas editoriales quieren mudarse a Colombia, o mejor dicho dejar que la ya existente sucursal colombiana sea la única que atienda la zona. Sigue la crisis, a pesar de que la gente está comprando libros. Desde luego, sigue.
Cuando hablamos de crisis la gente se refiere, dentro de este negocio, a no poder contar con dólares preferenciales. Esa es una parte, seguramente muy importante, de la crisis; pero no es la única razón. La crisis viene  de mucho más tiempo atrás y se relaciona no sólo con el fomento de la lectura, con el tema educativo, sino con una visión estrictamente mercantil de los grandes grupos, que se han dedicado a traer sólo aquello que se vende, aquello que va a salir rápido, dejando de lado editoriales de altísimo valor cultural. No digo autores; estoy diciendo editoriales. O sea, catálogos completos. Algunos de estos grandes grupos tienen sellos valiosísimos que han desaparecido desde hace años. Desde antes de la crisis de Cadivi.
Cadivi, eso sí, ha acentuado la crisis que venía rodando. Pero esta historia no es cuestión de cuarta ni de quinta repúblicas, sino de país. En la práctica se ha encarecido todo lo no relacionado con el best seller.
−Aquellas librerías que hemos intentado seguir trayendo una oferta –añade Marichal− quizás acentuada en la parte académica, en el pensamiento, en el libro ilustrado, hemos tenido que hacerlo con unos dólares que convierten al libro en un objeto de lujo. Un objeto alejado de cualquier bolsillo promedio.
Marichal milita en el club de admiradores del español Enrique Vila-Matas –ganador en 2001 del Premio Rómulo Gallegos con El viaje vertical−, y casi reclama ahora que se haya vuelto demasiado prolífico. De Bartleby y compañía le gusta su carácter de obra abierta. Hubiera podido seguir fluyendo. Su condición híbrida, que vive de la crónica, del relato y del ensayo, abrió puertas a otros escritores. A este libro no lo llama novela. Como dice Masoliver Ródenas, es una galería de personajes tocados por la gracia de la extravagancia y del silencio. “Las razones por las que abandonan la escritura son infinitas, y son estos silencios y estas rupturas los que crean el tejido narrativo de Bartleby y compañía”, agrega el crítico. Hay muchos escritores que Vilá-Matas rescata, autores de un solo libro o desconocidos. Ese espacio entre realidad y ficción queda borroso dentro de la novela: cuáles son reales y cuáles forman parte de la fantasía del escritor. Es un catálogo amplio. Después de Bartleby y compañía fue gente a la librería de Marichal reclamando libros que no existen.

El enganche con algunos autores no es puramente intelectual; tiene que ver con una cadencia, con un ritmo. Y eso es música. El lenguaje, independientemente de cómo se exprese –en verso, en prosa, o bien un tratado histórico e incluso científico− tiene un ritmo. La música está en todas partes.
−¿Qué futuro aguarda al libro en papel y cartón?
−La convivencia sigue con el libro electrónico; es un soporte alternativo pero eso no quiere decir que el libro como tal desaparezca.
Dice que hay algo que permanece constante desde que el hombre se reunía en las cavernas a calentarse frente a una fogata, y es la necesidad de contacto. El contacto físico no ha cambiado:
−Seguimos siendo gregarios. Se ha escrito mucho sobre las identidades en tiempos de internet y todo este asunto, pero creo que por mucho Skype o por mucha tecnología que exista, no hay nada que suplante un buen abrazo. Eso no ha cambiado. Las formas como se comercializa el libro van a cambiar drásticamente. La idea de la biblioteca vacía llevada a la librería vacía: un terminal con un punto de impresión donde la gente pueda reunirse a hablar, a buscar el libro que le interesa: en rústica o empastado, en tela o en cuero, con un papel u otro. Eso va a ocurrir. La gente va a llegar y va a pedir un libro en tal idioma, con tal formato, con tales características.
Marichal ha sido representante de ventas de editoriales ante las librerías. Y en una lejana época, siendo todavía estudiante de bachillerato, representante del legendario Círculo de Lectores, puerta a puerta. Luego de su pasantía en la librería Centro –donde comenzó, allá en en el pasaje Río Apure bajo las torres del Centro Simón Bolívar, a las órdenes del muy querido Sergio Alves Moreira− estuvo en Hispanoamericana de Ediciones, la primera distribuidora que trajo el sello Tusquets; después entró al Grupo Alfa con Leonardo Milla, que para él fue una escuela: tanto en distribución como en la librería Ludens. Más un brevísimo paso por la librería del Ateneo de Caracas.
De esta última salió para Tercer Mundo Editores, una empresa colombiana que abría casa en Venezuela: lo reclutaron como subgerente. Ellos trajeron el sello Taschen por primera vez. Cuando se fueron de Venezuela (tenían unas expectativas extremadamente altas con el mercado local y se desilusionaron), Marichal se vino a trabajar con la Distribuidora Estudios, donde lleva ya trece años.
Conoce la historia de las viejas librerías. Las conoció. Mejor dicho, en buena medida las vivió aun cuando no contaba con edad para ello. Cruz del Sur reunía a pintores, políticos, artistas; El Gusano de Luz, Suma, Centro: todas ellas concitaban a parroquianos comentando el acontecer, casi a diario, sobre política o literatura o lo que se terciase.
−Eran una especie de foro público –dice Marichal−. Sí, han cambiado las formas, seguro. Al Gusano de Luz la gente iba con su botella. Eso se da menos ahora.

 

UNA ANÉCDOTA
Marichal visitaba la librería Centro antes de entrar a laborar allí; era un espacio muy pequeño tapizado de libros. La vitrina no era en verdad vitrina, sino libros apilados unos sobre otros, con la portada pegada al vidrio externo, sostenidos apenas por un nailon. Después de algunos años volvió a pasar por el sitio donde estaba y el local era, en ese momento, desmantelado para instalar allí otra cosa: ya habían quitado todo y lo único que quedaba era un espacio al fondo que se veía claramente porque había sido el único trozo de pared libre, donde estaba el teléfono. Muchos de los que habían pasado por la librería dejaron allí su firma: Denzil Romero, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier… Preguntó a los obreros si sería posible desprender ese pedazo de pared para llevárselo. Los obreros lo miraron extrañados pero consultaron con alguien más, y al final le dijeron que eso no era posible.
Javier Marichal recuerda ese momento, y también recuerda que se le aguaron los ojos porque junto con la pared se le iban las firmas, y junto con las firmas un periodo de su vida, de la historia de Caracas.
Se dio cuenta de que el progreso seguía su curso en plan Caterpillar, silencioso y desalmado.