Venezuela pierde los papeles

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Como la falta de papel —no toilette, sino del otro— siga tomando cuerpo en Venezuela, este país entrará más rápido que los demás en la lectura digital. Las editoriales de España, Argentina y México ya no tienen representación aquí, lo cual favorece, teóricamente, al libro venezolano; sin embargo, no hay papel o está por las nubes

 

Sebastián de la Nuez

Hay relaciones que uno descubre mientras hace una investigación —o simplemente una crónica— que resultan, más que sorprendentes, o mejor que sorprendentes, reveladoras. Como la relación entre Felipe Márquez Brandt y Javier Aizpúrua, el buscón escritor y el impresor que valora como nadie el diseño gráfico. Son personas hechas de una pasta muy especial. Son cronopios. O extraterrestres aun cuando nadie les haya denunciado pues la mera denuncia resultaría increíble.

Esa relación recién descubierta nos lleva a un punto: el diseño para libros realizado desde el talento y el buen gusto debe tener su contrapartida en un impresor cuidadoso hasta el extremo de lo maniático. Bustrofedón, en donde Márquez Brandt reunió cuentos y artículos —es memorable el relato de la librería asaltada, sobre todo cuando uno de los asaltantes exige una traducción imposible de Thomas de Quincey— que había escrito, al menos los últimos, para el diario El Mundo y el portal Analítica, lleva el diseño de María Angélica Barreto, mano derecha de Aizpúrua. Las tres últimas líneas de este librito aseguran que  “el tiraje de la presente edición consta de cien ejemplares impresos con pulcritud predecible [cursivas nuestras] en los talleres de Editorial Ex Libris en Caracas, Venezuela, el 21 de septiembre de 2005”.

Probablemente tales líneas fueron una exigencia del propio Márquez Brandt para remarcar su confianza en un impresor como Aizpúrua. Márquez Brandt sabe de eso  y le ha seguido el pulso a la historia venezolana donde se encuentran diseño gráfico e imprenta.

Pues bien: puede que Ex Libris cierre de un momento a otro. La falta de papel, como era de suponer en un país en donde cada vez menos hay divisas para transar en los mercados internacionales, no podía supeditarse solo al del baño, emblemática mercancía tan apetecida por los bachaqueros de hoy. No. El bond, el avicream, el satinado y otros papeles de impresión también faltan. Solo el Gobierno dispone de tal insumo a discreción a través de la Corporación Maneiro.

Uno escribe en Google “Corporación Maneiro” (aunque en realidad es un complejo) y encuentra periódicos a punto de cierre y promesas en el aire: «Corporación Maneiro asegura que en un año solucionarán problema de falta de papel”.

El sumario de ese titular en El Nacional en línea:

La empresa Industria Venezolana Endógena Papelera (Invepal), o Complejo Editorial Alfredo Maneiro, que pasó al Estado en 2005, «tiene un plan de ampliación que cuesta alrededor de 400 millones de dólares», para acabar con el gasto anual de 694 millones de dólares en importaciones, dijo el comisionado presidencial para empresas ocupadas por el Estado, Juan Bautista Arias

Por cuestiones de trabajo, tuve que lidiar con varias imprentas en el último mes. A Ex Libris la descarté de plano pues sabía las condiciones en que se encuentra. Hubo una, que suele hacer un gran tiraje para encartar en El Nacional la oferta de las tiendas EPA, donde me aconsejaron que me dirigiera directamente a la Corporación Maneiro y les preguntara por el embarque supuestamente a punto de llegar a La Guaira. Otra dobló el precio del avicream de una semana a la otra sin previo aviso. Una tercera me advirtió que un banco acababa de decidir el abandono de la versión impresa de su revista institucional para dejar solo en la plataforma Issu la digital (o sea, si eso había decidido un banco con la fuerza financiera que se le supone, qué quedaría para cualquier institución o empresa sin músculo). En fin: una revista que en la imprenta La Galaxia costaba en 2014 (dos mil ejemplares, 32 páginas a full color, papel bond, engrapada a caballo y cubierta mate) 80 mil bolívares, pasó a más de un millón de bolívares fuertes este año 2015 por edición: ¿qué porcentaje de incremento significa eso?

Mientras escribo tengo a mi lado IDDEAS 6 (la portada en la foto que acompaña a este artículo), una publicación del Instituto de Diseño fechada en enero de 1976. En sus primeras páginas se asocia el nombre completo, Instituto de Diseño Fundación Neumann, a un ente estatal, Ince:  empresa privada y Estado trabajaban al alimón en el impulso a los nuevos diseñadores en formación. También hay una serie de sponsors mencionados a los que se agradece su apoyo, privados y públicos.

En este número son entrevistados varios especialistas en diseño gráfico consagrados. Son seis preguntas para seis diseñadores. Ellos son Álvaro Sotillo, Jesús Emilio Franco, Manuel Espinoza, Nedo M.F., John Lange y Marcel Floris. Una de las preguntas es esta:

El diseño, ¿arma de lucha sociopolítica o medio de realización personal?

Imposible imaginar una pregunta más desafortunada desde la perspectiva actual. Totalmente fuera de contexto. Era otro país el que preguntaba eso.  Las cosas en la Venezuela de Maduro y Cabello son más ramplonas, menos filosóficas, más crudas y exentas de meandros. El diseño, ¿arma de lucha sociopolítica? La pregunta hoy debería ser El diseño, ¿sobrevivirá a esta hecatombe?

Aquí, en este rincón del planeta, un artesano tecnificado como Aizpurúa va dejando de producir belleza, es decir, libros-objeto. En la era chavista, cuando el Estado desconfía de las ideas que suelen circular sobre papel pues dejadas al garete, a la buena de Dios, libremente y sin la supervisión debida, pueden contener un efecto detonador (aunque también lo tiene, por cierto, Twitter, y con mayor poder viral), resulta una soberana bobería lo de la lucha sociopolítica a través del diseño gráfico. La única lucha posible es ponerle una bomba a la Corporación Maneiro y a todo el sistema de trabas que deja en manos del Estado el acceso a las divisas.

Editorial Equinoccio, de la Universidad Simón Bolívar, deja de editar. Está gestionando los derechos de cada autor para poner en PDF, vía internet, los libros que ya no podrá poner en librerías. La Universidad de Los Andes, otro tanto.

Por supuesto, queda el formato digital. Pero como dice Katyna Henríquez, de librería El Buscón, más que un problema de formatos, aquí es un problema cultural: “A fin de cuenta a mí no me importaría que [los jóvenes] leyeran en formato digital, porque son formas finalmente de lectura; el problema es que, con nuestras políticas culturales, no se lee ni una cosa ni la otra”.

Esos personajes como Felipe Márquez Brandt y Javier Aizpúrua al parecer no tienen cabida en este país que ha perdido sus papeles. O quizás sí. Quizás sean una referencia necesaria hoy más que nunca. La referencia sólida, o al menos aquella que representa la esperanza del triunfo de la imaginación, cuando todo lo demás amanece entre tinieblas incongruentes.