Notas para una antología

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A veces la experiencia personal escrita al voleo, de primera mano, puede convertirse en una forma de creación destinada a trascender. Algunos posts pueden ser piezas clave dentro de un rompecabezas para entender desde afuera —en el futuro— la clase de horror cotidiano que vive Caracas. He aquí algunos ejemplos

 

Más allá de esta era que le ha tocado en suerte a Venezuela, uno debe preguntarse qué seguirá. La situación venezolana no cambiará sin producir aun mayor dolor, mayores heridas. Pero tal vez luego emergerá cierta esperanza de colores vívidos. Mientras, hay que documentar lo vivido. Es necesario. Jamás deberá perderse de vista lo sucedido.

El testimonio múltiple de esta cotidianidad es un tesoro. Ese testimonio vive en las paredes y también en los periódicos —aun en medio de la censura, o precisamente gracias a ella—, en ciertos libros, en el verbo de quienes hablan desde la sindéresis y son escuchados en círculos más o menos amplios… Pero sobre todo vive en las redes sociales, atomizado y entrecortado como una onda sonora proveniente de otra galaxia, pero vive.

Todo este material generado en Facebook, visceralmente auténtico, ¿a dónde irá a parar, cuál es su destino? ¿Deberá perderse en la infinita red de redes? Todo vale: una imagen, una experiencia narrada con rabia o desesperanza, un discurso hilvanado desde el estremecimiento, la humillación o la ironía. En lo que atañe a los habitantes de Caracas, ese material constituye, en su conjunto, una maciza advertencia: la ausencia de valores, la anomia, la aridez espiritual, el militarismo, la cultura del armamentismo, el poder sin equilibrios, destruyen una sociedad.

Ese relato de la actualidad, atomizado o disgregado, debe ser recogido como un todo: narra un proceso y requiere lectura de conjunto. Algún día alguien deberá articularlo.

Sobre todo en FB la gente escribe, de primera mano y con mayor espacio, lo que recién ha padecido. Estas tres notas que siguen —me permito copiarlas aun sin el permiso de sus autores— tienen cosas en común. Las tres revelan indignación ante un estado de excepción que no necesita ser declarado pues ya está, de facto, campante en las calles. La lucidez mezclada con la ácida amargura con que estos ciudadanos narran sus vivencias es reveladora, pero no son excepciones; sin embargo, ellos han sabido expresar con mayor potencia o acidez la desgracia de una sociedad enferma. /SN

 

NOTA 1

Tomé una camioneta esta mañana desde Baruta hasta el centro de la ciudad y el último pasajero en abordar fue un sujeto con cara de «sospechoso». Se dirigió a nosotros, luego de identificarse, de mencionar sus 34 años de edad y de admitir que había incurrido en hechos delictivos en el pasado reciente. El silencio se impuso, mientras que el conductor bajaba el volumen de la radio. Dijo que así como caía una y otra vez, se levantaba también una y otra vez y que tenía todo el derecho de sobrevivir. Yo me encontraba precisamente desde un ángulo donde podía ver el miedo de todos los pasajeros. Fuimos presa del pánico cuando introdujo lentamente la mano en su bolso de mano y miró de fija manera a uno por uno. Extrajo una hoja de papel e inició un largo repertorio de chistes, adivinanzas y consejos sobre la ayuda al prójimo; cada quien respondía cuando él los conminaba con su dedo índice. Llegó un momento en el cual todos participábamos en ese tenso y macabro juego. A la altura de Plaza Venezuela, expresó que no nos iba a robar los celulares ni las carteras, pero sí a «exigir» una colaboración porque cada quien se ganaba la vida a su manera y él lo hacía con sus cuentos. Al final le di una pequeña contribución. Al final, todos los pasajeros, sin excepción alguna, le dimos dinero. Todavía estoy temblando. No sé qué otra cosa había dentro de ese bolso.

Yesenia Balza / periodista

 

NOTA 2

Ayer cuando VH y yo subíamos a Caracas, luego de dejar a VH junior en el aeropuerto, la sensibilidad se apoderó de mí. El “gordo” viaja por mes y medio. Sin embargo, en ese momento imaginaba cómo sería la despedida si finalmente se va del país.
Una fuerte cola me regresa a la realidad. ¿Qué será?, nos preguntamos, y obviamente, luego de quince minutos, comenzamos a inquietarnos debido a que policías en carros y motos, en cantidad considerable, pedían paso entre las filas de carros.
La cola avanzaba muy lentamente, así que decidí no angustiarme y esperar. El sueño me vencía por momentos, no sé exactamente cuánto tiempo transcurrió, calculo que más de una hora porque era un poco menos de las 9:00 de la mañana. De pronto, la escena. Unidades policiales apostadas en el lado derecho de la vía, muchas personas mirando hacia abajo, a orilla de la montaña. Otras, observando dos cuerpos inertes tirados en el pavimento al lado de un pequeño carro, color rojo, con las puertas abiertas. Fue un momento breve ya que luego de esa “interrupción” la vía se despejó completamente. Posteriormente me enteré por la web de lo acontecido: abatidos cuatro antisociales en enfrentamiento con PoliVargas. Un breve comentario sobre el suceso y nuevamente cierro los ojos mientras avanzamos por la autopista. El sueño me vence. Otra vez el carro se detiene. Ya estábamos en Caracas, a la altura de Plaza Venezuela. Una enorme fila de gente llama mi atención: cola para entrar al Bicentenario. Cero comentarios. Seguimos transitando hasta llegar a nuestro apartamento en Sebucán. En el ínterin, vi al menos ocho colas entre supermercados y farmacias. Me di a la tarea de observar los rostros de la gente. Muchas personas de la tercera edad, pero también jóvenes y adultos contemporáneos, todos con mirada de resignación.
Llegando a la esquina de la casa me incorporé en el asiento y tomé el control del portón de entrada al estacionamiento de la residencia, accionando el botón desde ese punto. Un procedimiento aprendido y estresante que hacemos todos los vecinos, mientras miramos hacia atrás, atentos a cualquier motorizado o carro sospechoso. Esperando, apenas, a que la reja abra lo suficiente para que entre el carro. Estamos a salvo. Entramos en lo que consideramos zona de confort y seguridad, nuestro gueto.
No podemos acostumbrarnos a esto.

Idanis Pozo / periodista

 

NOTA 3

En horas de esta mañana caminaba tranquilote por San Román, cuando se me cruzó un motorizado con parrillero. Reparé en ellos por la cara de buenas gentes que tenían, eso que solemos llamar cara é güevón. Una cuadra más adelante se me acercaron a pedirme una dirección. Pensé por un instante: con esa cara de pendejos es natural que no sepan dónde queda nada. Les expliqué prolijamente la dirección. Terminaba mi disertación cuando el parrillero me dice “me das el teléfono o te doy un tiro”. Le entregué sin chistar mi teléfono, lo revisó y me dijo «qué bolas, actor y con esta cagada» y me lo devolvió y se fueron.
Conclusiones: no todo el que tiene cara de buena gente lo es. No todo actor tiene un teléfono apetecible. Si crees que el otro es un güevón muy probablemente el güevón eres tú. Andar caminando tranquilote es muy peligroso en la ciudad de mis tormentos. Hoy tuve suerte, espero siga estando de mi lado. Tener un BlackBerry viejo tiene sus ventajas. Este gobierno es una mierda.

Héctor Manrique / director de teatro