Sobre Sardio y Tabla Redonda

Las periodistas Lissy de Abreu y Aline Dos Reis examinaron en  su trabajo de grado para graduarse en la UCAB (Escuela de Comunicación Social, 2008) el desarrollo y significado de la […]

Las periodistas Lissy de Abreu y Aline Dos Reis examinaron en  su trabajo de grado para graduarse en la UCAB (Escuela de Comunicación Social, 2008) el desarrollo y significado de la República del Este. Este es un extracto de su segundo capítulo dedicado a los antecedentes. Aquí consultan a Oswaldo Barreto, curioso personaje que pasó sus últimos años al lado de Teodoro Petkoff en el periódico TalCual. Fue un testigo excepcional de todo ese movimiento político y cultural signado por la izquierda, por la Utopía

 

Lissy de Abreu / Aline Dos Reis

¿Fue la República del Este la desembocadura natural de las distintas asociaciones literarias y filoizquierdistas surgidas en el fragor de los años sesenta? ¿El punto de encuentro de una generación frustrada por no haber alcanzado mayores cuotas de poder, incapaz en la práctica de romper patrones que se habían propuesto echar por tierra desde su época juvenil? ¿Quedaba en ellos esa afección radical que había hecho metástasis en los sesenta, aquella vieja utopía de una patria socialista?

Fue una generación hermanada desde que coincidiera en la lucha en la cual se empeñaron todas las fuerzas políticas durante los años cincuenta: el derrocamiento del régimen de Marcos Pérez Jiménez. La Unidad Nacional estaba conformada por los partidos Acción Democrática (AD), Copei, Unión Republicana Democrática (URD) y el Partido Comunista Venezolano. Entre los obreros, estudiantes y sociedad en general se percibía el ímpetu por acabar con la tiranía.

Allí cabían todos. Los esfuerzos cristalizaron con la huida del dictador el 23 de enero de 1958. El pueblo salió a las calles a celebrar las libertades recuperadas. Se abrió de esta forma el auge de las masas que irrumpirá con intenciones de propiciar cambios de todo orden.

La Junta de Gobierno presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal asume las riendas. La firma del Pacto de Punto Fijo entre las organizaciones AD, Copei y URD deja por fuera al Partido Comunista. En diciembre de 1958 se convoca a elecciones y resulta electo Rómulo Betancourt, quien asume el poder el 13 de febrero de 1959. Vuelve a ratificar la iniciativa anunciada durante la campaña: distanciamiento de los comunistas. Una vez en Miraflores, la reticencia y rechazo fueron contundentes. El PCV, elemento clave en el derrocamiento contra Pérez Jiménez, quedaba al margen de la estructura de poder.

En enero de ese mismo año, los barbudos de Fidel Castro triunfan en Cuba produciendo un impacto y emoción revolucionarios en los grupos de izquierda de Latinoamérica. Si bien la influencia de la revolución cubana es innegable en la gesta de proyectos socialistas, las condiciones políticas, sociales y económicas contribuyeron a la movilización de masas iniciada, un año atrás, con el derrocamiento del régimen de Pérez Jiménez.

El poeta y sociólogo Alfredo Chacón (ver entrevista realizada anteriormente en este blog) señala en su libro La izquierda cultural venezolana 1958-1968. Ensayo y antología:

Rota la contención política impuesta durante los diez años precedentes por la dictadura militar, a partir del 23 de enero de 1958 las distintas fuerzas sociales replantean su conflicto a través de un nuevo espectro de movimientos y partidos.

Y es, precisamente, la década de los sesenta la que propicia el ambiente para el surgimiento de iniciativas políticas de nuevo cuño como la de los radicales que se echaron al monte, armados, siguiendo el ejemplo de Fidel Castro.

En el campo cultural, se desarrolló paralelamente una vanguardia antisistema.

Un joven llamado Oswaldo Barreto se unió al movimiento armado con la intención de organizar un frente en las cercanías de Bergantín, estado Anzoátegui. Era parte de un grupo que se dio a conocer como Movimiento de Salvación Nacional (Mosaln). Este grupo  perpetró el asalto al Royal Bank de Puerto La Cruz liderado por el guerrillero Baltasar Ojeda Negrete, alias “Elías”. Fracasada la experiencia insurreccional y con una parte del botín a cuestas, sus miembros regresan a Caracas en 1969. La policía les seguía la pista.  Barreto y uno de sus compañeros, apodado el Negro Manolito, se refugiaron  en la Ciudad Universitaria. Cuenta Barreto:

Dormíamos detrás de Medicina Tropical. Una hermana mía salió al Tic Tac a buscar a alguien que me enconchara y resulta que nadie de los que me conocía se ofreció, salvo un tipo que llegó y le dijo: ‘Yo soy Esdras Parra’. Le dio la dirección y la llave y me ofreció la casa.

Recuerda Barreto haber conocido a Parra en Roma varios años antes; era adeco y a pesar de ello estaba dispuesto a ayudarlo. El problema ahora era cómo salir de la Ciudad Universitaria sin que la policía los descubriera. Nuevamente salió la hermana de Barreto a buscar a un amigo, esta vez con las señas bien especificadas: Adriano González León. (Barreto, por cierto, fue el encargado de dirigir las palabras de despedida en el entierro de González León. La amistad entre ambos se gestó en los años de infancia y adolescencia en Valera, maduró en la lucha contra Marcos Pérez Jiménez y se consolidó en los sesenta con el advenimiento de las guerrillas). La mujer se encuentra con el escritor, quien no se niega a la petición pero advierte que su vehículo tiene un faro dañado.

Así sale Barreto de la Universidad Central, a media luz y con destino a la casa ofrecida por Parra. Barreto no reconoce una vinculación directa del escritor (González León) con el movimiento armado, pero afirma:

—Adriano, Caupo y toda la República del Este actuaban así, esos eran sus vínculos con lo que era la guerrilla.

 

LA IRREVERENCIA DE LAS VANGUARDIAS

Cuando Oswaldo Barreto se refugia en casa de Esdras Parra, la guerrilla tenía casi una década en el escenario nacional; quedaban algunos focos subversivos pero el movimiento armado ya era un fracaso. ¿Heredó ese síndrome del fracaso la República del Este? Según el poeta Caupolicán Ovalles, el compromiso asumido entre los intelectuales y la izquierda se había empezado a cocinar antes de la caída del general Pérez Jiménez.

La historia es así: en 1959 la sociedad venezolana seguía expectante ante un cambio que no terminaba de cuajar con la llegada de Betancourt al poder. Con la tregua política burlada tras la exclusión de los comunistas del gobierno tripartito (AD, Copei y URD), el crecimiento de la militancia de la organización, aunado a las movilizaciones de estudiantes y obreros, simpatizantes de las ideas del PCV, las calles se fueron calentando nuevamente.

En el seno de AD surgen disyuntivas entre la vieja guardia, que durante la dictadura estuvo en el exilio, y el grupo que permaneció en la resistencia. Asimismo, el declarado anticomunismo de Betancourt produce discusiones en el ala izquierda del partido, sobre todo en el sector más joven. Como consecuencia de esas diferencias, en abril de 1960 surge el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) liderado por Simón Sáez Mérida, Américo Martín, Domingo Alberto Rangel y Rómulo Henríquez. Esta nueva organización sería fundamental en el auge de la insurgencia.

Los grupos armados empiezan a consolidarse en los barrios, en los sindicatos y entre los estudiantes universitarios. Posteriormente, el PCV, en alianza con el MIR y algunos sectores descontentos de las Fuerzas Armadas, organizan alzamientos civil-militares con intenciones de alcanzar el poder por la vía de la insurrección.

En el área cultural, las manifestaciones y asociaciones no tardarían en hacerse sentir. “Entre los jóvenes que toman la delantera en el campo del arte y la literatura, el espíritu de rebeldía predomina abiertamente mientras dura el auge de los partidos revolucionarios”, indica Chacón.

Ese ímpetu rebelde se aglutinó, en un principio, en torno a Sardio. Había nacido en los espacios de una librería homónima, allanada desde su primera exposición por la Seguridad Nacional del régimen perezjimenista. El grupo estaba conformado por escritores, poetas y pintores: Adriano González León, Luis García Morales, Guillermo Sucre, Gonzalo Castellanos, Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Rómulo Aranguibel, Efraín Hurtado, Antonio Pasquali, Francisco Pérez Perdomo, Rodolfo Izaguirre, Edmundo Aray y Héctor Malavé Mata, entre otros.

Posteriormente a la caída del dictador, la organización se reúne en pleno y publican el primer número de la revista Sardio en mayo-junio de 1958. En esa edición aparece “Testimonio”, en el que se lee:

Nadie que no sea militante permanente de la libertad puede sentir la portentosa aventura creadora del espíritu. Ante el peso de una historia singularmente preñada de inminencias angustiosas, como la de nuestros días, ningún hombre de pensamiento puede eludir esa militancia sin traicionar su propia, radical condición.

No se vive, ni se deja vivir, impunemente. Es menester quemarse un tanto en el fuego devorante de la historia. Cuanto revele la huella del hombre ha de ser responsable de un camino. Y quienes asuman posición en el mundo de la cultura han de ser sensibles también a las urgentes esperanzas de su época.

Algunos de los integrantes de Sardio habían estado en contacto con los dirigentes de AD y colaborado clandestinamente en el año precedente al 23 de Enero. Algunos venían de la provincia y se habían conocido en el liceo Fermín Toro. En aquel tiempo la bohemia no se concentraba en Sabana Grande, sino en el centro de la ciudad y en algunos cafés de Los Chaguaramos.

En el mismo manifiesto, carta de presentación del grupo, escriben:

Pero si ayer fuimos militantes y activistas en la aventura de la Resistencia Nacional, hoy sólo aspiramos, sin abandonar personales compromisos civiles, a asumir actitud crítica y orientadora en medio de la vertiginosa dinámica de recuperación que es actualmente la patria. No pretendemos ser políticos dirigentes, pero sí aceptar nuestra obligante condición de escritores y artistas.

El intelectual es un ser admonitorio y polémico, capaz, en ocasiones, de ir contra la corriente a fin de señalar abismos e injusticias.

La propuesta estética que esgrimían abogaba por “una nueva visión  y una distinta sensibilidad” que, según sostenían, se había agotado con el folclorismo  y el “exceso de color local” de las manifestaciones artísticas de la época. En lo referido a la política reclamaban iniciativas nacionalistas para proteger la soberanía “del Imperialismo del Norte”.

En otra ribera se desplazaba la gente del grupo Tabla Redonda, eminentemente conformado por jóvenes escritores y periodistas del Partido Comunista. Entre ellos Jesús Sanoja Hernández, Arnaldo Acosta Bello, Manuel Caballero, Rafael Cadenas y Jesús Enrique Guédez. Esta asociación surgió a mediados de 1959 y sus integrantes venían del exilio o habían pasado temporadas en las cárceles.

Sobre esta vanguardia artístico-literaria señala Chacón:

En el proceso de diferenciación de la izquierda cultural, Tabla Redonda constituye la primera transgresión del conformismo erigido en vanguardia (…); impone una nueva escala de valores en la relación y los intelectuales del Partido Comunista.

La agrupación contó con una publicación orientada a la confrontación ideológica. Promovía abandonar el conformismo ante los patrones establecidos; promovía, también, superar el realismo como corriente artística peculiar de los comunistas.

La tribuna estaba abierta para la discusión, sin embargo, el grupo, aunque deseaba alcanzar a las masas, no logró un acercamiento real como tampoco lo tuvo la tropa sardiana.