Reportaje alrededor de un trauma

Fachada principal del Museo Reina Sofía, el lunes 14/5/2018 a las 6:55 pm.

Un museo es, por definición, una casa de acopio de ciertos fragmentos esparcidos de una cultura o civilización. Cuando alguien con sabiduría selecciona parte de tales fragmentos para contar una determinada historia bajo unos parámetros eficaces y con afanes sociográficos, la tarea va por buen camino. En el Museo Centro de Arte Reina Sofía se cuenta una historia, en estos momentos, sobre el arte y la Segunda República Española, la Guerra Civil y la hegemonía falangista que vino después (para quedarse por un buen rato)

 

Sebastián de la Nuez

Lo más que puede ofrecer un museo es una muestra: los museos no tratan de buscar inútilmente la exhaustividad. El Centro de Arte Reina Sofía, en Atocha, piensa, selecciona, monta con criterio didáctico y muestra. Eso es lo que ha hecho al reenfocar la exposición que gira alrededor del «Guernica» de Picasso, y que comenzó el año pasado con Piedad y terror en Picasso / El camino a Guernica, cuando se cumplieron 80 años de la primera presentación pública del gran mural de la desesperación.

Puede que el Museo exhiba una tendencia, una época, un movimiento, una obra individual. Lo que sea. El criterio para la selección de sus curadores revela, siempre, tino retrospectivo y sentido totalizador dentro de las limitantes de toda muestra. En estos días vale la pena quedarse un par de horas en el piso 3 del edificio Sabatini pues allí se le da la vuelta, como en un reportaje periodístico, a un hito. Para España, la exposición mundial que se organizó en París en 1937 fue exactamente eso, un hito, pues se hallaba en medio de una guerra civil cruenta y estar allí, en ese escenario, era sacar la cabeza del poso de sangre en el que se encontraba, tomar una bocanada de aire fresco y decirle al mundo —a través de una muestra, lógico— lo que estaba sucediendo.

Y lo que estaba sucediendo era Guernica. Claro que esta propuesta-muestra ya no se centra solo en el mural y en la exposición; ahora busca ensanchar el círculo retrospectivo. Ahora se le quita peso a Picasso y su crónica del desmoronamiento para dar más espacio a lo que sucedía artísticamente en España durante la Segunda República, marco político a partir del cual estalló la Guerra Civil. Sigue allí la maqueta del pabellón español en París 1937, pero ha sido mejorada notablemente.

 

ALREDEDOR DEL SOL, TAMBIÉN LA OSCURIDAD

Por supuesto: desde el punto de vista del público, el centro sigue siendo el mural de Picasso. ¿Por qué? Porque ha alcanzado la categoría de símbolo, y la sociedad actual suele rendirse ante los símbolos. La mejor manera que encuentran de rendirle tributo al símbolo es tomándole una foto, o sea, irrespetándolo. Es una maldita contradicción pero así funciona la gente. La nueva herramienta de abducción del objeto prohibido es el móvil. Los dos guardianes a cada lado del «Guernica» deben estar hartos, a cada momento deben increpar a los locos del clic.

Hay otras obras además del «Guernica», quizás no se hayan enterado. Por ejemplo, ves el cuadro «Procesión de la muerte» en un muro de otra sala —es el segundo piso del edificio Sabatini— y por alguna razón, seguramente nada extraña, recuerdas la Venezuela actual, la del dolor por todo un pueblo crucificado en el socialismo del siglo XXI. El cuadro, de José Gutiérrez Solana,  es opresivo. Cerca está, pero en otra pared, «La España que no quieren conocer», de Jesús Molina García de Arias, un colorido retrato de camión andando por un paraje rural cargado de milicianos rojos que parecen ir de fiesta. En una mesa se despliegan volantes, revistas, manifiestos y el catálogo de una exposición del Grupo de Arte Constructivo (octubre de 1933), del cual formaba parte Alberto Sánchez (tuvo que exiliarse tras la guerra en la URSS y murió en Moscú), uno de los artistas con varias obras seleccionadas aquí. Luego hay un afiche titulado «Auca de Queipo de Llano», satírica y corrosiva historieta (anónima) a modo de biografía, en viñetas, de uno de los militares más criminales de la Guerra Civil. En la sala 206.7, un enorme collage  de Fernand Léger y Charlotte Perriand —él dejó obras en Caracas, ella fue diseñadora de interiores junto a Le Corbusier— donde se juntan, entre otros protagonistas, un perro, un saxofonista, tres madamas ataviadas festivamente, manos alzadas con flores; siguen André Masson y un precioso trabajo en tinta y acuarela sobre papel (vivió en España por esa época, era amigo de Breton y formó filas entre los surrealistas), una mesa con números de la revista falangista Vértice y, en la siguiente sala, más pequeña, desfile de mujeres falangistas fornidas, sonrientes, en gestos de productiva solidaridad mutua. Adoctrinamiento por modelaje. Es una proyección de diapositivas. Se trata de una colección de doce postales que se vendía por cuatro pesetas. Las postales vienen acompañadas de alguna frase: «Cumpliendo la ruda tarea… para cuando ellos regresen», «En España empieza a amanecer».

Hay mucho más. Un cuadro de José María Sert y Badia,  «Intercesión de Santa Teresa de Jesús en la Guerra Civil» (el hombre era franquista); un dibujo de Joaquín Valverde titulado «Religio Depopulata» (este Valverde trabajó con Carlos Sáenz de Tejada en una serie titulada  «Historia de la Cruzada Española 1939-1944», colección adquirida por el Reina Sofía) y, en una dramática fila, formato mediano, una serie en blanco y negro del fotógrafo documentalista norteamericano Walter Rosenblum; al final, en la 206.11, el audiovisual del legendario Basilio Martín Patiño: un popurrí de imágenes y algazara ensordecedor, una catarata de avisos de la época, bailes en fiestas de algún vecindario de Madrid o aledaños, escenas de películas, recortes del NO-DO donde tratan a Franco de «caudillo» y todos los que le  rodean por lo general son «excelencias». Todo el vídeo deja colar el modus operandi de la propaganda franquista y el tono de país que construía, destacando palabras tales como lealtad, abnegación, raza y sacrificio.

Una de las fotos de Rosenblum.

Sí, es dramática la fila de fotografías de Walter Rosenblum pues en todas ellas aparecen los rostros de quienes tuvieron que marcharse de España, o estaban en vías de marcharse de manera obligada. O se quedaron desamparados en un limbo. Niños, mujeres, hombres.

Estas salas del Sabatini conforman un recorrido. Tiene dos puntos de entrada/salida. Al entrar por la parte que conecta con el edificio Nouvel —lleva el nombre de su arquitecto francés— lo primero con lo que se encuentra el visitante es Las Hurdes, un documental de Luis Buñuel. Si el visitante se toma la molestia de verlo completo, y está entrando por ese lado, que por cierto es lo normal según las indicaciones, no entenderá por qué el Museo ha dispuesto esa pieza en particular allí. Puede que el visitante ande con niños y poco atienda a las imágenes. No dura mucho. Viene otro y se pone a conversar con la novia mientras las escenas continúan. Vienen más visitantes, se quedan un rato, se aburren; pero hay algunos que quedan fascinados hasta el final. Como el audiovisual está en modo loop, ven el principio hasta llegar al punto en que comenzaron ellos a visionarlo. Algo les queda. Aun cuando tampoco entienden demasiado el por qué pusieron eso ahí, así, de sopetón, como entremés.

Hay en esta muestra que atañe a un periodo clave en la historia de España una interesante selección de obras importantes de la plástica —incluyendo pintura, imagen fotográfica, cómic, diseño gráfico, arquitectura— en donde el «Guernica» continúa siendo el sol, a cuyo alrededor se ilumina todo, y en especial se ilumina esa parda y maciza bestia de dos cabezas, miseria-falangismo. En este periplo sobre un tema amarrado a un tablón amarrado a su vez a un periodo histórico que se ha desmoronado, hallas el afán de compendiar, ordenar y sintetizar echando mano a herramientas, plataformas y formas de comunicación —el vídeo, la Prensa, la propaganda, la fotografía social, etcétera— construyendo de este modo un reportaje periodístico.

La mejor idea de lo que es un reportaje periodístico es esta: darle la vuelta, previa investigación y reflexión, a un tema desde todos los puntos de vista posibles, hasta verle el hueso al asunto.

Todo parece indicar que donde Las Hurdes se proyecta tiene su razón de ser, aunque en la práctica encuentre el desapego de muchos asistentes al Reina Sofía. Y que ese sitio debe conectarse con el del final del recorrido, allí donde se exhibe, chillón, el popurrí de Martín Patiño con su jolgorio popular alzando loas al dictador luego de la guerra. Esos dos puntos están conectados como principio y final, parece tenderse entre ellos un cordón umbilical invisible a primera vista, quizás al segundo vistazo no. Y allí yace —probablemente— una explicación plausible, triste, difícil de asimilar. Allí, en ese cordón, reposa  una razón del desmoronamiento sufrido por España, la que hiela el corazón.

 

LAS HURDES COMO ADVERTENCIA

No, Las Hurdes no fue un reportaje. Las Hurdes fue un grito desesperado en clave Buñuel.

Buñuel y su equipo —compuesto por el camarógrafo francés Eli Lotar, el coguionista Pierre Unik y el activista-pedagogo Rafael Sánchez Ventura— hicieron un viaje preliminar a Las Hurdes, una localidad de Extremadura en medio de un paisaje agreste e inhóspito, en septiembre de 1932, coincidiendo con los primeros años de la Segunda República. El mediometraje se rodó del 23 de abril al 22 de mayo de 1933. Tres años después, tras la elección del gobierno del Frente Popular, Las Hurdes, tierra sin pan se proyectó oficialmente en el Cinestudio Imagen de Madrid. Dicha proyección fue la única oficial antes del estallido de la Guerra Civil en julio de 1936. Los críticos de izquierdas únicamente leyeron Tierra sin pan como un documental veraz y objetivo. Bueno, lo era. Pero formalmente fue más, como documental que se ve a sí mismo como documental y pieza surrealista o con giros surrealistas. La cámara, en ocasiones, sigue movimientos vertiginosos y se esmera por mostrar rostros demudados que sobrecogen, como en una película de Serguéi Einsestein. Buñuel siempre ha sido y será Buñuel haga lo que haga, incluso eso puede observarse en sus películas por encargo de México. Hay un hilo continuo entre este film y lo que ya tenía a sus espaldas, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), aunque desde luego acá pone distancia y se acerca al realismo social.

Al principio era muda. Luego consiguió dinero, hacia 1935, para ponerle voz y sonido. Seguramente hoy en día Las Hurdes tiene más sonido que antes, se le escucha mejor. Otra cosa es que se le haga caso.