Emmanuel Carrère en Casa de América

Emmanuel Carrère en Casa de América el viernes 29/06/2018 (foto cortesía de Casa de América).

El más reciente ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances—que han ganado anteriormente, entre otros, el venezolano Rafael Cadenas y el español Enrique Vila-Matas—, Emmanuel Carrère, estuvo el viernes pasado en el salón «Simón Bolívar» del segundo piso del Palacio de Linares. De la cantidad de temas que abordó, aquí se rescata sobre todo lo que atañe a la relación entre el periodista-escritor y el personaje real que es su protagonista

 

Sebastián de la Nuez

Emmanuel Carrère es escritor, periodista, guionista y próximamente, también, director de cine. Lo primero que hizo en Casa de América, este viernes 29/6/2018, fue agradecer a los organizadores del FIL de Literatura, honor que sirvió de excusa para traerlo a Madrid y presentarlo ante un nutrido público fervoroso. Hubo palabras preliminares de la mexicana Dulce María Zúñiga, directora del galardón, cuya ceremonia tiene lugar cada año durante la Feria del Libro de Guadalajara.

Durante sus palabras introductorias, Carrère se mostró especialmente orgulloso pues el FIL de Literatura también lleva, o llevaba, el nombre de Juan Rulfo, uno de sus escritores latinoamericanos más admirados. Agregó, con sorna, que «uno podría volverse fácilmente megalómano con este tipo de premios, en Guadalajara me trataban como una estrella de rock».

Carrère  contestó las preguntas de la crítica literaria Mercedes Monmany, en su francés nítido pero sin intentar siquiera una palabra de español. Sí se maneja, aun con cierta dificultad, según contaría durante una de sus respuestas a propósito de su madre y de un par de sus obras, en el idioma ruso. Su madre se llama Hélène Carrère d’Encausse y es una reconocida ensayista de la historia rusa.

Una de las primeras preguntas de Monmany versó sobre El adversario (editada en 2000), historia-semblanza sobre un padre de familia criminal que lanzó a Carrère internacionalmente por su éxito de crítica y de lectores. Le llevó siete años hacerlo. Carrère insiste, cuando habla de este libro, no en la impresionante crueldad del hombre capaz de asesinar a toda su familia (él dice que puede ser un hecho horroroso, pero más o menos corriente) sino en la enajenación de un hombre que lleva una doble vida, absolutamente vacía de contenido, completamente a escondidas de todo su entorno, durante años, y cuando se ve descubierto por su mujer comete el terrible crimen. Que eso le planteó a Carrère sus mayores interrogantes, las que quiso transmitir al lector. Es el gran tema de las apariencias versus la realidad llevado por el camino más exacerbado. Eso habla de la sociedad contemporánea; ese encontronazo es lo que lleva a la locura total al condenado Jean-Claude Roman.

Monmany insistió en preguntar sobre las diferencias entre El adversario y A sangre fría, de Truman Capote, quien, dijo ella, «convirtió un reportaje en una obra de arte» y quien establece una relación cuestionable con el objeto de su trabajo. Capote estiró su «amistad» con los asesinos todo lo que pudo, incluso mediante el engaño sobre todo a uno de ellos, mientras rezaba a Cristo porque los condenasen a la horca y él poder terminar su obra; Carrère se plantea, a su vez, su relación dentro del propio libro con el protagonista, con el cual sostuvo una serie de reuniones. Carrère anota, a todo ello, una diferencia fundamental: Capote escribe su libro en tercera persona, borrándose totalmente de la historia. «Yo admito que formo parte de ella. Hay que hacer ver que uno está allí». Carrère no cree en la objetividad, pero sin duda sí cree en que se debe ser honesto ante el lector (pero no es que hiciera una crítica a Capote, en absoluto: su obra le resulta admirable).

Sobre su biografía o semblanza del poeta y militante político ruso Limónov dijo cosas interesantes, pero todo ello puede escucharse en el sitio de Casa de América aunque no hay traducción al español. El individuo, literalmente un canalla tomado de la picaresca rusa con «la espantosa lucidez de los fracasados», llegó a decirle a Carrère que le caía bien porque simplemente lo había hecho más popular. También le dijo algo que Carrère interpretó como esto: si Limónov llegara a ser presidente de Rusia tendría que ordenar su fusilamiento.

Esta tremenda semblanza, con más verdad en su literaria forma que cualquier currículum del personaje, no tuvo éxito alguno, según su autor, en el propio lugar de los acontecimientos, es decir, en Rusia. Ni lo lamenta ni le alegra, en todo caso lo acota por aquello de que el público ruso puede pensar con todo derecho que los extranjeros no tienen por qué venir a explicarles el tipo de pequeños monstruos que produjo el comunismo.

El escritor atendiendo a sus lectores en Casa de América.

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Las lecciones de Emmanuel Carrère