La Divina Comedia vuelta a contar

ROJAS GUARDIAEl escritor Armando Rojas Guardia revive sus infiernos. No en vano uno de los personajes de su autobiografía en forma de drama teatral es un payaso, hombre lleno de contradicciones en quien convergen lo terrenal y lo divino

Andreína Guenni Bravo

Hay algo en él que no cuadra. Quizá es la mirada perdida que salta de sus minúsculas pupilas que no parece ser de ese rostro grueso y tosco. Quizá es la liviandad de sus gestos que parece ajena a ese cuerpo en sobrepeso. O la imposibilidad de creer que las largas pausas con las que habla puedan asociarse a alguien que fuma cuatro cigarros en 45 minutos, además de tomarse un café con leche grande y un vaso de Pepsi en el mismo lapso. Por lo menos no bebe alcohol.

La nicotina ha logrado con éxito teñir de amarillo su blanco bigote, al igual que las uñas del dedo índice y medio de su mano derecha. Con una camisa beige no muy limpia ni planchada, Armando Rojas Guardia se sienta en la mesa de la cafetería sin cruzar las piernas. Su presencia es imponente, al igual que sus versos. Ha tenido una vida no menos difícil que la de cualquier poeta de alma angustiada. ¿Hubiera podido ser distinta si no fuera un homosexual viviendo en una sociedad machista y católica?

Rojas Guardia es el segundo de cuatro hermanos, y es el único varón. Su padre, Pablo Rojas Guardia, también fue poeta y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1970. Dice que le debe a su progenitor la vocación de escribir y a su madre el respeto y la admiración por el oficio de escritor. Pero no sólo heredó de su padre la vocación, también sus dos apellidos. “Cuando empecé a publicar él me convenció de que firmara con los dos apellidos paternos. Porque Armando Rojas Álvarez le parecía muy poco eufónico y un nombre muy largo”. Su madre no protestó.

Pero la relación de Rojas Guardia con su padre no era menos que conflictiva. Recuerda que era un hombre atormentado y angustiado. “Uno de los versos de sus poemas más famosos del año 1931 dice textualmente: amanecí sobre la palabra angustia”. Las leyes de Mendel no se equivocan.

Más de una semejanza puede encontrase en las trayectorias literarias de padre e hijo. Como si no bastara con la vocación heredada, en 1981 Armando Rojas Guardia funda Tráfico, un grupo literario que pretendía cancelar el vínculo entre la poética venezolana y la de Francia e Italia, tal y como lo hizo su padre al ser el pionero de la poesía de vanguardia criolla con la fundación del grupo Viernes. “La poesía que se hacía en nuestro país antes de Tráfico apostaba por lo intemporal. Exploramos como una cantera de imágenes posibles la ciudad, de allí el nombre”. ¿La inspiración de los jóvenes?: todo tipo de personas, acontecimientos, situaciones y fenómenos cotidianos de la urbe. 

El contacto visual con su interlocutora se reserva sólo para la ocasión de la presentación, la despedida y las preguntas; las demás secciones del diálogo ocurren con la vista fija en el vacío de su lado izquierdo. No es difícil imaginar la misma escena en la tranquilidad de su hogar mientras, todavía a mano, hace versos venidos de su inspiración y de su infierno.

A veces su mirada parece nostálgica. Es la mirada de un hombre a quien entristece la crueldad, el maltrato físico o psíquico que se puede causar a otro ser humano, la pobreza y la indigencia. Cuando habla sobre la injusticia, su pierna izquierda comienza a temblar como si estuviera en la cúspide de un terremoto. Lo único que lo calma es la satisfacción de saber que se filman películas como Brokeback mountain que ayudan a soportar la condena clásica de los racismos, “del exilio al que se quiere reducir a la población homosexual”.

—¿En qué piensa antes de acostarse?

—Lo que hago como último eslabón del día es media hora de oración. Soy cristiano y orgulloso de serlo y trato de vivir cotidianamente mi fe.

—Se ha dicho que su trabajo es un canto al silencio místico. ¿Usted cree que se acerca más al misticismo que a la religiosidad?

—El misticismo es un fenómeno mucho más restringido que la religiosidad. No todas las religiosidades son místicas. El fenómeno místico me interesa muchísimo porque la gran lección de los místicos es que ellos reivindican la dimensión interior, hablan de la dignidad de eso que llamamos alma; aportan una reflexión permanente acerca de nuestra densidad interior, de nuestra carnalidad subjetiva absolutamente vigente y actual en nuestros días. Yo no diría que soy un místico, soy un estudioso del fenómeno místico y un hombre profundamente religioso.

—¿A sus 57 años cree que ha conciliado finalmente la religiosidad con su tendencia sexual?

—Para mí no hay incompatibilidad entre la fe cristiana y la homosexualidad.

—¿Pensó que la hubo en algún momento?

—Sí, por supuesto. En 1979 decidí que me debía alejar de la fe cristiana para asumir con plenitud mi propia sexualidad. Pero el estudio, la reflexión y la oración me hicieron volver a la fe cristiana hacia 1985. Y desde ese momento descubrí que más allá de las posiciones endurecidas de algunos sectores de la Iglesia que todavía ven incompatibilidad en la fe cristiana y la homosexualidad, en realidad esa incompatibilidad no tiene razón de ser.

—¿La poesía, entonces, era un refugio?

—La poesía no es refugio en absoluto, es intemperie. En un país como el nuestro donde nada facilita estados profundos de conciencia, y es en esos estados donde ocurre la experiencia poética, ser poeta es asumir una vocación que está un poco en las antípodas de los patrones culturales que rigen la vida de la mayoría.

—¿Cuál es el pecado del poeta?

—El pecado del poeta es tal vez la egolatría narcisita. Yo no creo que la poesía sea sólo comunicación. Es mucho más que eso. La poesía también es un pan compartido, y el gran pecado del poeta es tal vez la tendencia a regodearse narcisistamente en los pantanos de su propia psique. Es una situación ante la que siempre hay que estar alerta.

—Octavio Paz asegura que el poeta es la otra voz. ¿Es usted la otra voz?

—Sólo el escribir poesía lo convierte a uno en un disidente, en un polo crítico frente a la sociedad. A lo mejor eso es lo que Octavio Paz quiere decir. El pensamiento poético, que es un pensamiento esencialmente analógico y simbólico, implica cuestionamiento permanente de los patrones sociales más convencionales, y ese cuestionamiento se hace a través del lenguaje. El lenguaje tal como lo utiliza el poder, y el poeta cuestiona y critica esos patrones porque subvierte cotidianamente el lenguaje, las palabras del poder que sirven de fundamento a esos patrones. El poeta descoloca permanentemente el lenguaje.

—¿Ha pasado por el síndrome de la hoja en blanco?

—La hoja en blanco aterra. La hoja en blanco significa el desafío, el reto, y por supuesto que lo he padecido porque a veces el poema o el texto ensayístico no quiere salir. Entonces es una lucha para que salga y es una angustia para vencer la propia insuficiencia y que el poema y el texto salgan lo mejor posible.

—Hoy, ¿a qué le sabe su vida después de experiencias como ésas?

—Uno no siempre está contento con lo que ha hecho, siempre tiene la sensación de que lo que ha hecho es insuficiente, que hubiera podido hacer y escribir mejor. La escritura literaria supone que el sujeto creador posea una determinada espiritualidad y yo he tratado de ser fiel a esa espiritualidad vinculada al acto literario.

Rojas Guardia recuerda una frase de Borges: “Nadie mira a la memoria sin vértigo”. Su vida y obra han sido un viaje a través de esa memoria. Más que huir de sus recuerdos, los ha enfrentado, y luego de tantos años es un hombre más seguro, pero de sus contradicciones. El último libro que se ha leído se titula Fragmentos católicos en clave gay de un teólogo inglés llamado James Alison. Le preocupa que desde hace dos años no escribe poesía, siente que está atravesando un periodo de debilidad al respecto. Dice de sí que es un aprendiz, “un aprendiz de cristiano, un aprendiz de poeta, un aprendiz de escritor, en fin, un aprendiz”.

 

Noviembre 2006