El estilo y Truman Capote

«Hay una cosa que se llama estilo, y luego está el estilista», le dijo Truman Capote a su entrevistador Lawrence Grobel (en Conversaciones íntimas con Truman Capote. Editorial Anagrama. Barcelona, 1986. Pág. 137).

Capote se consideraba, obvio, un estilista. Decía de su colega John Updike: «Tiene un estilo afectado que ni siquiera le pertenece». Se ensaña sobre Updike con su peculiar manera de agujerear la reputación del prójimo, argumentado que su vocabulario es artificial, y sus frases, de un retorcimiento tal que hablan por sí mismas de su falta de naturalidad, a consecuencia de lo cual su obra carece «de toda fuerza narrativa».
Pongamos distancia con la poco saludable animosidad de Capote y su verbo de alto contenido ponzoñoso; coincidamos, sin embargo, en que si imitamos el modo de hacer de los demás jamás escribiremos con personalidad ni sabremos hasta dónde nos pueden llevar las técnicas de expresión. El estilo será nuestro o, de lo contrario, será un pastiche que quizás un Capote de nuevo cuño derribará con aliento corrosivo.
Pero ese escribir con personalidad, que no es otra cosa sino estilo, debe ser funcional en el caso del periodista. Debe serlo al conjugar virtudes fundamentales y técnicas de expresión. Las primeras se relacionan con la ética y el entusiasmo; con la valoración del bien omún y con el empeño  en el rigor.
Las técnicas de expresión, por su parte, tienen que ver con la claridad, la lógica, la sorpresa, el humor, la ironía, el vocabulario, la paradoja, el ritmo, el adjetivo, la metáfora y el orden del texto. Para que exista masa de donde alimentar esas técnicas, la documentación debe de ser exhaustiva, buscando más allá de lo tangible, anotando descripciones, causalidades y conexiones, imaginando en la calle −durante el levantamiento de la data− lo que más tarde aprovecharemos como dato, como hecho, como percepción corroborada.