Sigfredo Chacón recrea el vacío

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El artista prepara el relato pictórico de toda su obra. “Yo no escogí ser pintor, la pintura fue invadiendo mi vida”, dice, y añade que se ha vuelto más neurótico

Lorena Briedis

Para llegar al taller de Sigfredo Chacón hay que descender un laberinto de helechos. Desde el fondo de aquel refugio solar asciende con el incienso la música de alguna emisora local. Sigfredo es un hombre de rituales que él mismo desconoce. La claridad explosiva de aquel sótano es también una evocación ritual del blanco, un deslumbramiento ceremonial del orden, una reverencia matinal en la retina del pintor. “El orden es lo que me concentra”, reconoce. Nació en Caracas y es de padres apureños, pero firma con el nombre de un héroe escandinavo. “Mi padre me puso Sigfredo por el Siegfried de la ópera de Wagner”. Sin embargo, por él fluye como un dripping subterráneo y mortal la música de su nombre que salió de los álbumes clásicos que escuchó en su infancia.

—Siempre he sido melómano. Me interesa mucho el blues y el rock de los 60’ (Deep purple, Rolling Stones y Gary Moor coronan una colección apilada sobre su estéreo; Jimmy Hendrix es el rey, lo escurrió en una pintura que lleva su nombre). Yo siempre quise descifrar el código de la música como el abecedario. También soy tipógrafo. Siempre me ha interesado cómo se lee una partitura.

En la esquina de su estudio hay un par de guitarras y una batería en reposo que despabila dos veces por semana con su hijo Rodrigo y con el profesor de música de ambos con quienes comparte su melomanía.

—Comencé con la guitarra, pero ahora toco batería. La batería es el instrumento que le da estructura a un tema. Ahora oigo la música más analíticamente. Oigo los instrumentos por separado. Es como el diseño gráfico. Comienzas a ver distinto los libros, las revistas. Y lo mismo pasa con el arte plástico. Ahora tengo una totalidad audiovisual de las cosas.

—Se ha vuelto más neurótico, entonces.

—(Risas) Eso sí, soy más exigente y más neurótico. Uno se hace muy selectivo. El arte es elitesco. Para apreciar las artes plásticas tienes que tener una formación.

Sigfredo Chacón estudió el bachillerato en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas y recuerda cuando, posteriormente, durante sus años universitarios en el Instituto de Diseño Neumman-Ince frecuentaba la casa de sus maestros Gego, Cornelio Zitman, Gerd Leufert junto con Álvaro Sotillo y William Stone, algunos de sus compañeros de clase. “Se fue tejiendo un vínculo entre nosotros fuera del aula. Quizá, nuestros profesores reconocieron algo en nosotros que era diferente. Éramos un grupo de gente interesada en lo que pasaba en las Artes Plásticas”, admite.

—¿Qué recuerdos de su infancia vincula con su formación como artista?

—Me recuerdo de pequeño dibujando. Mi primo mayor Alfredo Chacón era poeta y tenía entonces 17 años; yo 4 ó 5. Él recogía los dibujos que yo hacía y los usaba para ilustrar sus poemas. Mi diversión era dibujar y pintar. Mi papá era un artista aficionado y tenía en la casa un pequeño estudio. Así que yo siempre estuve en contacto con acuarelas, creyones, blogs. Mi padre fue quien realmente me dio las primeras lecciones. Yo no escogí ser pintor. La pintura fue invadiendo mi vida. Yo no quisiera ser artista, yo quisiera trabajar en PDVSA. En mi vida he intentado huirle al arte muchas veces, por eso hice diseño durante tantos años.

—¿Cómo dialogan en usted la pintura, el diseño gráfico y la música?

—El artista plástico es solitario. En la música hay comunicación e interacción. Ahora que hago las dos, me divierto más. No me gusta que el trabajo sea una condena. Mi oficio es inventar y para eso uno tiene que ser muy rebelde. Mi oficio es la inconformidad. Por eso, mi trabajo es muy irónico. Me gusta jugar con la tradición, con los conceptos, prejuicios y virtudes de la Historia del Arte.

Chacón es irreverente como Warhol, instintivo como Pollock, analítico como las flores de Mondrian que lo cautivaron y sentimentalmente lógico como Giacometti. Busca en su biblioteca un libro mientras rememora una exhibición que visitó en Inglaterra cuando estudiaba en el Chelsea School of Art. Recuerda con afecto figurillas del escultor suizo. «Giacometti decía que era gente vista desde lejos. Y es verdad, cuando las veías era así”.

Sigfredo Chacón jamás imaginó que, al cabo de los años, él también se convertiría en una de esas figurillas de Giacometti que vio en la Galería Nacional de Londres cuando apenas tenía 24 años. No se imaginó que él también se iría haciendo cada vez más distante, más caviloso como la gente que se mira desde lejos. “Uno con los años se va ensimismando. Ahora visito pocas exposiciones, salgo poco. Pienso en mi trabajo plástico las veinticuatro horas. Es un sub-pensamiento, un doble pensamiento constante”.

—¿Lo ha desvelado alguna vez la inspiración?

—No, jamás. Espero no tener ideas ni buenas ni malas para no desvelarme. No creo en la inspiración. Creo en proyectos realizables, en soluciones prácticas que los hagan visibles. Eso es lo que verdaderamente da frutos en el arte.

Es meticuloso, quirúrgico. Podría pintar como Mondrian, de saco y corbata: nunca se ensucia. Corta con cuchillas especiales el acrílico que vierte y que luego organiza sobre el lienzo en collages. Actualmente, trabaja en una serie que tituló “Horror vacui” (miedo al vacío), en la que dispone la pintura sobre los marcos sin lienzo. Pero Sigfrido no sufre el vértigo del vacío ni del blanco impávido que lo sostiene.

—Recuerdo cuando hace años vivía solo en un apartamento en Macaracuay. No tenía nada en las paredes. Todo era blanco, ascético. Un día que Roberto Obregón se quedó a dormir, me dijo que lo que más le gustaba de mi apartamento era que tenía un jardín minimalista (se ríe a carcajadas mientras recuerda). Yo no me había dado cuenta de que el balcón de mi casa estaba lleno de la misma mata.

—Es obsesivo con las cosas, por lo visto.

—Soy muy maniático. Soy blanco o negro. En las cosas tiene que haber perfección. Eso lo aprendí en Inglaterra. Una línea recta es una línea recta y una línea curva es una línea curva. La pintura para mí es algo quirofanal.  

—¿Qué otro significado tiene la pintura para usted?

—(Silencio) Recuerdo que cuando fui a estudiar a Inglaterra llegué un sábado. Era como una película londinense de esas que veía en la cinemateca: gris, brumosa. Al día siguiente fui a una exposición de impresionistas que habían pintado Londres. Al salir de la exposición estaba oscureciendo y cuando estaba cruzando el Waterloo Bridge, vi el mismo paisaje que había visto en uno de los cuadros de la exhibición. Ésa ha sido para mí la mejor lección de pintura. Una lección sobre el hombre libre frente a la tela. Entonces, entendí que la pintura es libertad.

 

Noviembre 2008