Carlos Escarrá (actual coordinador de Asuntos Jurídicos del PSUV), diputado y constitucionalista, presidió la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional. Es especialista en Derecho Administrativo. Al parecer, excelente profesor aunque se fue quedando sin alumnos hasta desaparecer del campus de la UCAB. Este perfil se le hizo en noviembre de 2007
Carlos Escarrá Malavé, el hermano menor de Hermann, quiso alguna vez ser presidente de la República. Se lo dijo a su esposa Luz María Gil, quien hoy en día, tras ocho años de divorcio –exactamente la edad del chavismo en el poder−, lo recuerda con nostalgia: “Nunca podré olvidar que cuando lo conocí llevaba en la mano el librito rojo de Mao”. Tenía apenas quince noviembres en su haber, tan precoz el púber y ya en la Universidad. Debe acotarse: su aspiración mirafloresca fue alimentada antes de que Hugo Chávez decidiera que la reelección indefinida es el mejor de los mundos posibles para Venezuela.
Escarrá se ha convertido, desde su curul en la Asamblea Nacional, en uno de los defensores a ultranza del proyecto de reforma constitucional presentado el pasado 2 de noviembre al Consejo Nacional Electoral con su correspondiente pregunta y en dos bloques. En la institución unicameral donde la oratoria no brilla, un abogado con postgrado que articula con convicción y entusiasmo revolucionario constituye una pieza de colección, precioso objeto descatalogado. De allí su preeminencia en los programas de Venezolana de Televisión, por lo general buchones en personajes de boina roja que se desparraman sobre el asiento ensayando consignas mil veces escuchadas. Escarrá no. Escarrá tiene su propio lenguaje. Un día será ministro. Igual pasó con el historiador Samuel Moncada: empezó a aparecer en la parrilla del canal de todos los venezolanos y de la pantalla brincó al Ministerio de Educación.
Escarrá es experto, entre otras cosas, en Derecho sobre expropiación. De aprobarse la reforma, vendría de perlas un experto en esa materia con rango de ministro, con o sin cartera.
Entre las oportunidades que ha tenido para explayarse verbalmente, fue entrevistado a principios de septiembre para el periódico Últimas Noticias; allí acuñó un nuevo modo de referirse a la reelección indefinida: “Para mí es una elección periódica. Obedece a períodos constitucionales cada siete años”. Y agregó que de 27 países europeos, diecisiete han consagrado en sus constituciones la reelección continua, cosa por la cual nadie se alarma. Su ex alumno Gustavo Linares Benzo, quien lo respeta y hace énfasis en la mutua cordialidad que se profesan –no lo ve, sin embargo, desde hace dos años−, dice que eso es una rotunda mentira pues aquellos son regímenes parlamentarios donde, en un momento dado y sin llegar a término el periodo, un primer ministro puede ser defenestrado: basta con que el Parlamento decida llamar a elecciones. Linares Benzo, siempre cordial, si tuviese la oportunidad de ver a su antiguo profesor, le soltaría una sola frase: “Oye, Carlos, esto ya no es democracia”.
Otro ex alumno lo despacha de manera más ruda. Recuerda que se presentaba los primeros días de clase como un corderillo y salía a jugar fútbol con algunos alumnos. Pero en cierto momento, durante el lapso académico, aparecía una velada amenaza de raspazón más o menos generalizada; al final, sin embargo, se producía una especie de redención y los alumnos lograban aprobar la materia, Derecho Administrativo. “Eso sí, era un extraordinario profesor… En el fondo no era más que un pequeño megalómano en búsqueda de reconocimiento”.
La sombra del padre
En 1988, Hermann Escarrá Quintana decidió lanzarse a la arena electoral. Nada menos que contra la locomotora saltacharcos de aquel momento, Carlos Andrés Pérez. Era un hombre, el padre de los Escarrá, entonces de 62 años, viudo pero a la sazón arrejuntado; se ufanaba de su trayectoria: cuarenta años en lides sindicales, carrera que había comenzado desde su cargo como taquimecanógrafo calculista en la ensambladora General Motors, a finales de 1948, cuando pasó a liderar la discusión del contrato colectivo de la empresa. En 1988 pensaba capitalizar la simpatía de la gente por la que había luchado, calculada en unos veinte mil votos. En otras palabras, le hacía la competencia a la CTV con la particularidad de haber convertido su cancha sindical en el Movimiento Nacionalista Venezolano, partido proselitista con todos los hierros. En su búnker de la parroquia Santa Rosalía, de Venado a Tablitas, exhibía sin embargo más humildad que potencia, y una determinación que lo llevaba a suponer (“aunque la prensa no nos hace caso”) la obtención de tres senadurías y ocho diputaciones en el Congreso.
Se quedaría con las ganas. En una entrevista para la revista Viernes confesó que se dedicaba a la venta de relojes y lápices porque su sueldo de seis mil bolívares en el movimiento no le alcanzaba para vivir. Era dueño de un apartamento en San Antonio de Los Altos, según comentó, gracias a un billete premiado de la lotería. Durante aquella entrevista no mencionó a sus hijos, pero es evidente que ya los estaba sacando adelante. Estudiosos y talentosos, fueron inscritos en una Universidad privada de prestigio. Es una tradición que han seguido los nietos al menos por parte de Carlos: Carolina, Alejandro y Luz María. Carolina, ya frisando los treinta en la actualidad, es politóloga y ostenta dos maestrías realizadas en La Sorbona. Qué mala pata. Quizás si alguna Universidad Bolivariana hubiese sido creada un tiempito antes, la primogénita no tendría que haber viajado tan lejos, allá, a París.
A pesar de la humildad de extracción de la familia Escarrá, no fue la razón de la muralla con la que se toparía Carlos cuando decidió echarle los perros a una muchacha; pero ese trocito de telenovela merece un capítulo aparte. Ella ya existía, dos años mayor, y estudiaba en la Universidad Católica.
Amores de fin de República
No, no necesariamente se cumple aquí lo de tal palo, tal astilla. Ambos, padre e hijo, han tenido el gusanillo del poder por dentro, y cierto desprendimiento hacia lo material podría ser una característica común, sobre todo si es cierto lo que dice la ex esposa, Luz María: cuando se separaron, él le dejó carro y apartamento sin miramiento alguno. Otro detalle: el sueldo que gana como profesor en la Católica lo dona desde hace años a un fondo que subsidia a los alumnos que no puedan costearse sus estudios. Eso sí, mantiene una oficina (avenida Francisco de Miranda, edificio Banco del Orinoco, piso 4) llamada Centro de Estudios Administrativos que a las once de la mañana de cualquier miércoles aparece aséptica y solitaria, con una señora en la recepción fumando a todo trapo. Héctor Esqueda, quien parece estar al mando, se niega a dar información aunque desliza, sí, que se trata de un escritorio jurídico donde se hace “todo tipo de actividades”. Escarrá no está. Se encuentra en el quinto piso de Pajaritos. O quizás en Venezolana de Televisión.
Pues bien, lo primero que responde Luz María sobre las razones que determinaron su separación matrimonial es: “Por el carácter de Carlos”. Pero a medida que detalla los acontecimientos, surgen matices. Nunca olvidará aquel primer encuentro en los predios de la Universidad Católica, el muchacho de 15 años con el librito rojo de Mao en la mano: “No ha cambiado. Siempre ha sido muy comprometido, muy intenso… Hace las cosas con suma entrega”. El librito rojo y el viaje en autobús, cuando le dijo que estaba dispuesto a no casarse jamás. Ella tenía 17, ay, volver a los 17. Ella al menos tenía previsto casarse luego de los 35.
Se equivocaron ambos. A los pocos meses se estableció una lucha denodada porque el muchacho, aun a sabiendas de que no era ningún príncipe azul –así se lo confesó−, le echó un camión de perros encima. Ella le recordaba su promesa de no casarse jamás para dedicarse a su socialismo, y le preguntaba: “¿Cómo voy yo a quitarte tu libertad?”
Carlos contraatacaba, arrobado: “Pero es que tú eres mi libertad”. Ya sabía cómo vender un producto.
Topó de frente con la oposición de los padres de Luz María. Hay quien habla de una herida abierta desde entonces, traducida en resentimiento social: él es así de rabioso chavista, pobrecito, por el rechazo de aquellos padres conservadores y probablemente oligarcas. Pues no. Luz María, hoy profesora de Clínica Jurídica en la propia UCAB, niega rotundamente tal especie. En efecto los padres se negaron a consentir el noviazgo. Desde luego, ella, hija mayor de siete hermanos, había recibido una formación estricta. Pero la razón era más de almanaque que social: Carlos era un menor, incluso dos años más joven que la niña. Habrase visto. La mandaron de viaje pero, cuando regresó, un 15 de diciembre quedó embarazada sin querer. Tenía 21. Y allí sí, los padres consintieron el matrimonio.
Carlos siempre le decía a Luz María que seguía ideas, nunca hombres. En principio el individuo no fue chavista, no al menos hasta que se produjo la oportunidad de la Procuraduría y luego la magistratura. Ya se sabe en qué circunstancias salió del TSJ: salvó su voto en un asunto que involucraba a Luis Miquilena, y tuvo que pagar el haber pensado con cabeza propia. Seguramente aprendió la lección.
La vida es un bolero
¿Qué sucedió, finalmente, en el matrimonio? Ella siente que “hubo algo que se desdibujó”. Mirando por el espejo retrovisor, ve a una pareja caminando por una línea y de repente esa línea comienza a dividirse en dos, cada quien por un lado. “Soy pacífica en esencia”, comenta. Piensa que él está convencido de que sólo a través de este proceso “puede transformar la patria”, con lo cual sigue siendo fiel a sus postulados de quinceañero.
Hay algo en lo que coinciden todos quienes han estado en clase con Carlos Escarrá: jamás nombra a su hermano. Tampoco habla de política, a menos que lo azucen. Aun así, de setenta alumnos que tenía en su salón este año, le quedan quince. Los demás prefirieron cambiarse para atender a otro académico, Gustavo Briceño. Por otra parte, fue discretamente desenchufado del Consejo Universitario de la UCAB, donde se desempeñaba como representante de los egresados. Al parecer dijo algunas impertinencias.
En fin, no se puede ser Hombre Nuevo y habitar la casa del diablo al mismo tiempo. Se producen esa clase de cortocircuitos.
Noviembre 2007
Me encantó esta entrevista. Aunque digan que los intertítulos fastidian esto me parecieron GENIALES!!!!! Que nota leer esto…