19 de diciembre de 1982, domingo. Mucho antes de las 6:00 am, en Arrecife, muy cerca de Catia la Mar, uno de los ocho tanques que guardan petróleo para La Electricidad de Caracas ha explotado. He allí el principio de una gran tragedia
Con esa primera explosión se produjeron dos muertes: dos técnicos de La Electricidad que supervisaban el nivel de los tanques volaron por los aires. Sus cuerpos jamás fueron encontrados, se volatilizaron o quedaron enterrados en el amasijo de petróleo reseco y escombros que más tarde cubriría el declive que se dirige a la playa.
Fue sólo el preámbulo de otra explosión devastadora, terrible. Un reportero de El Nacional, llegado temprano en la mañana, anotó la presencia del ministro del Ambiente (Carlos Febres Pobeda) y de varios técnicos de La Electricidad: abandonaron el lugar luego de realizar una inspección y dar algunas instrucciones. Eso les salvó la vida.
A las doce y treinta ocurrió lo peor, lo que quizás pudo haberse evitado. Los periodistas de El Nacional ya venían de vuelta a Caracas, por la carretera de Carayaca, cuando sintieron el hongo de llama y lava petrolera sobre sus cabezas. Dos tanques de petróleo pesado, con capacidad para 32 mil toneladas métricas cada uno, explotaron y aquella franja del litoral guaireño se convirtió en un infierno. En principio se estimaron cincuenta personas muertas. Al final, resultaron unas 160. Entre las víctimas, sobre todo gente que vivía cerca, hubo también 34 bomberos fallecidos y varias personas que trabajaban en medios de comunicación social, entre ellas: Carlos Moros, redactor de El Universal; Mariadela Russa de Fernández, reportera del canal 8; Román Rosales, fotógrafo de sucesos de Últimas Noticias; Salvatore Veneziano, fotógrafo de El Universal; el camarógrafo Oswaldo Silva (“Pajarito”), de Venezolana de Televisión.
El papa Juan Pablo II envió su mensaje de condolencia a Caracas. Se anunciaba que el presidente Luis Herrera Campíns encabezaría las honras fúnebres (velatorio, responso y honores póstumos) de los bomberos que entregaron su vida en esta tragedia.
Hubo negligencia, temeridad y anarquía tras la primera explosión. Los errores de algunos los pagan muchos.
- Ver también «Una mañana de domingo en Tacoa».
- Ver también «Tacoa en El Diario».
¿Mucho antes de las 6?. Yo diría que fue a las 6 en punto. Mis pies tocaron el suelo desde la cama con un sólo salto al sentir la explosión tan fuerte y el reflejo de las llamas en el metal de la planta eléctrica. Con la desorientación de aquel primer momento tod@s creímos que había sido dentro de la misma planta (lo cual hubiera provocado una tragedia aún mayor). Giramos la cabeza y pronto descubrimos donde estaba el origen de aquello: una gran llamarada, ancha, infernal subía unos cuantos metros frente a nuestras cabezas allí mismo frente a nosotros. Apenas nos dio tiempo de huir con lo puesto hacia un lugar fuera de peligro. Desde allí veíamos los helicópteros sobrevolar la zona, las ambulancias, los bomberos. Apenas pudimos volver algunas horas más tarde con el permiso del personal de seguridad.Sólo nos cambiamos la ropa de dormir y poco más. Por el camino, aquella segunda explosión, pero ya estábamos fuera de peligro. A los pocos días, refugiados en la casa de unos familiares, un amigo de mi padre le dijo que de aquello no quedaba nada. Todo se quemó, con mucho esfuerzo logramos volver a empezar y seguir adelante, pero aún hoy se me rayan los ojos cuando escucho las alarmas de los vehículos de emergencia porque me vienen a la cabeza todas aquellas imágenes. C.
Mi abuela era Salvatore Veneziano, quien fue a realizar un reportaje con Carlos Moros para El Universal. Tristemente ese día no le tocaba a mi abuelo trabajar pues su compañero le pidió el favor de que lo cubriese, era su día.