Jesús Eduardo, ¿otra cifra más?

ASESINATOA propósito del asesinato —a manos de pistoleros del oficialismo— del estudiante Jesús Eduardo Ramírez Bello, en el Táchira, se abrió en la clase del Noveno Semestre de Periodismo una discusión acerca de la visibilidad de las víctimas de la violencia en los medios de comunicación 

El 8 de diciembre apareció en todos los periódicos: durante una protesta estudiantil, el joven Jesús Eduardo Ramírez Bello, quien cursaba ingeniería mecánica en la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET),  falleció a causa de un disparo por arma de fuego. El rector de la institución, José Vicente Sánchez, informó: «Murió en un enfrentamiento supuestamente con la gente de la Universidad Bolivariana y lo que me informan es que fue un disparo que no tuvo orificio de salida».
La tragedia cotidiana de un país sin ley donde reina la impunidad cobraba, quizás, la víctima más inocente entre todas las del año. No hubo una crónica posterior al suceso mediante la cual uno pudiera enterarse de la trayectoria vital de Ramírez Bello; cuáles eran sus ilusiones en la vida o sus particulares opiniones sobre el país que deseaba para sí. No se enteró el lector venezolano sobre su familia. Nadie le siguió la pista a los últimos días de Jesús Eduardo. Nadie hizo un perfil ni una crónica.
Hubo, sí, la reseña del suceso y una ola de  declaraciones posteriores desde el oficialismo y desde la oposición; el video de los agresores disparando apareció varias veces. Se difundió la versión oficial, según la cual la policía que depende de la Gobernación del estado Táchira fue culpable por no mantener a raya a los dos bandos en pugna, gente de la Universidad Bolivariana versus manifestantes de la UNET.
¿Un perfil del estudiante? ¿Conocer a la víctima para que el drama llegue al lector con los detalles que humanizan al asesinado? ¿Darle visibilidad a una víctima en especial, entre el medio centenar o más que muere semanalmente por la violencia en Venezuela? Magnalis abre la discusión en clase:
Nos estamos conformando con que las páginas de sucesos se llenen de noticias, no de crónicas y reseñas. ¿Qué diferencia al estudiante de la ama de casa que mataron en un barrio? ¿O del asesinato del chamo a quien le dispararon al robarle el carro? No puedes hacer 55 perfiles de 55 personas que se mueren semana a semana.
Anyimar defiende la singularidad implícita en la muerte del estudiante: «No fue hampa común sino la intolerancia. Estaba protestando por todo lo que tenemos encima, y la respuesta fue no tolero que emitas un juicio, no tolero que fijes una posición».
Natalia anota que en Venezuela todo el mundo se pelotea la culpa y nadie termina por resolver nada; en este caso, tanto el oficialismo como la oposición se aprovechan de la muerte del estudiante para hacer política.
Alex está de acuerdo con Magnalis en cuanto a que la gente se acostumbra a las cifras de mortandad; sin embargo, «eso no quiere decir que como periodistas nos quedemos de brazos cruzados. Es cierto que no hay diferencia en la muerte entre un estudiante y un ama de casa, pero puedes tomar un caso en particular y hacer que la gente se sensibilice con lo que escribes… Bueno, ya por ahí estaríamos haciendo algo».
Natalia insiste en que la muerte del estudiante ha sido muy sonora porque han hecho de ella un asunto político. Reina Angie refuta: «Es que es un atentado contra la libertad de expresión. Con esa muerte te están diciendo que no salgas a manifestar porque te vamos a matar. No es un problema de inseguridad; es muy diferente». Natalia, a su vez, riposta: «Pero hay que ver hasta qué punto nosotros, como periodistas, estamos cayendo en el juego de ser escudos para los opositores, y por el lado del oficialismo también». Reina Angie dice que en Caracas la muerte por inseguridad se ha convertido, lamentablemente, en un común denominador, pero la muerte por protestar no es frecuente y hay que denunciarla ante de que se convierta en normal. «Precisamente, por no pararle como se le debería haber parado, la muerte por criminalidad se ha convertido en normal».
Estefanía apoya: «Cuando a uno le roban el carro o el teléfono, dice: Bueno, por lo menos no me mataron; sólo cuando oyes esa frase, sabes que eso, de alguna u otra manera, se ha acoplado a tu vida. Por otra parte, a qué nivel de descomposición hemos llegado para que una muerte se utilice así, tanto por los medios como por los políticos, como que se necesita un muerto».
Finalmente, Airam dice:
El problema que nos atañe no es si los políticos politizan la muerte del estudiante o la muerte por inseguridad; creo que el problema es cuando el periodista politiza la noticia, porque nos convertimos en el eco de los discursos de los políticos, sean del lado que sean. Se nos olvida el nombre del muchacho pero sabemos que es el estudiante que mataron; cuando el periodista deja que la víctima se convierta en un discurso político, es cuando nosotros cometemos el error. Ahí está el problema, más allá de si las muertes son iguales o no. Creo que toda muerte es una muerte; claro, hay diferencias pues no podemos obviar el contexto social, pero el problema que nos atañe como futuros periodistas es que le agregamos el discurso político a la noticia y no nos importa si el muchacho tenía hijos o no. Yo no sabía que tenía una hija. El político no va a referirse a él como este pobre muchacho que tenía una hija, porque no es su trabajo y no es lo que le interesa. Es lo que nos interesa a nosotros. Estamos deshumanizando a la víctima; porque si nos conformamos con ser parte de una línea de montaje que da el nombre, la edad y el hecho desnudo de la muerte, nos convertimos en MacDonalds de la noticia: una información tras otra, haciendo un mar con un centímetro de profundidad.