Una reportera de Globovisión entrevistó esta mañana a una señora en el retén de La Planta: Hilda Mogollón. Es un buen ejemplo de un hallazgo aprovechado. No todo es malo en TV
Hilda ya anda entrada en años y habla desde su experiencia de 24 horas más nueve meses durante las cuales ha tenido allí dentro a un familiar. No es cualquier experiencia. En los últimos acontecimientos ese familiar resultó herido pero ella no ha podido verlo. No lo dijo, pero tal vez se trata de su hijo. Fue al hospital de Los Magallanes y allá tampoco le dieron acceso; incluso, ni siquiera tenía la seguridad de que se encontrase recluido dentro. En fin. La propia directora de la prisión, Consuelo Cerrada —no será en balde ese apellido—, ha puesto empeño, según Hilda, en la confusión: ha dicho unas cosas frente a los familiares de los reos y otras, distintas, a la prensa.
Las declaraciones de Hilda no tuvieron tono de lamento ni encerraban esa denuncia usual en los postergados del régimen tipo “ay, es que el Presidente no sabe lo que está pasando aquí”. Tenían sus palabras, por el contrario, una resolución y una firmeza que no admiten dudas: esos postergados están condenados por un sistema insensible y unos cuerpos de seguridad a juego. Hilda le exigió a uno de los jefes de la GN que dejase sus amenazas de lado. Además, le pidió Hilda al ministro El-Aissami que por favor humanice las cárceles. Tal fue el verbo que utilizó esta pobre mujer que jamás saldrá en Aló Presidente: humanizar. Ella, a quien nadie le ha dado respuestas en 24 horas, le regala una bien sencilla al ministro, al Presidente, a la audiencia entera: nada más traten de humanizar la cárcel. Habló con fluidez, sin equívocos, con la verdad de las personas que ya no tienen nada qué perder en esta vida. Agregó algunas ideas sobre canchas deportivas y talleres para que los presos ocupen su ocio en algo. Resumiendo: habló de cosas parecidas a un país normal. Es decir, pidió demasiado.
Esta entrevista realizada a toda prisa a una mujer hallada en el lugar de los acontecimientos por mera voluntad de la casualidad, prueba que sí se pueden hacer trabajos reveladores sobre la marcha, y que esos trabajos en realidad no son obra de la casualidad. María Alejandra olvidó decir su propio nombre al darle el pase a los estudios.
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