Más de setenta años de trayectoria musical. A sus 90, el maestro Inocente Carreño asegura en este perfil que la fuerza no le alcanza para componer piezas orquestales; pero sigue trabajando. Una vez quiso ser cantante como Nelson Ned o Sinatra
Aritzaith T. Rodríguez Raymond
Cuando tenía unos ocho o nueve años, Inocente Carreño debía levantarse a las seis de la mañana para ir a la jefatura de Porlamar a tocar el Himno Nacional con la banda. Para la época la iluminación era con bombillos cada seis cuadras y su abuela le decía, di estas coplas cuando salgas: Sale la luna y con tus rayos/ alúmbrame este camino/ que se me ha perdido el tino/ y no sé dónde me hallo.
El niño musitaba la copla tratando, en vano, de quitarse el miedo que la nocturna semioscuridad de la calle solitaria le producía. Cuando al fin llegaba a la cuadra de la jefatura, ya repuesto del susto, sus expresiones iban cambiando. Entre dormido y despierto se mantenía atento a los más pequeños gestos del director Lino Gutiérrez.
Nació en Porlamar el 28 de diciembre de 1919. Desde los cinco años vivió con su abuela. A los 8 empezó a tocar la trompeta en la banda marcial de Margarita. A los 12, cuando llegó a Caracas, ya sabía leer partituras y cursaba el cuarto grado. No pudo continuar sus estudios porque la situación de su familia era muy precaria. Se puso a vender zapatos hechos a mano en una zapatería de la avenida Sucre. A los 14 retomó los estudios musicales de la mano del maestro Vicente Emilio Sojo. Ocho años después culminó el sexto grado para poder optar al título de maestro compositor —diploma que equivalía al certificado de bachillerato.
Una vez, cuando joven, quise ser periodista. Quise ser bailarín, como Fred Astaire. Cuando empecé a estudiar música en serio dije ‘este es mi camino’. Quise ser cantante, como Nelson Ned, como Sinatra. Quise ser director de orquesta.
A sus noventa, goza de muy buena memoria. Asegura que el músico sin memoria no existe. No puede componer ni dirigir. Gregory Carreño, director de la Sinfónica del Estado Miranda y sobrino de Inocente, explica que “cuando a un director se le olvidan las cosas la orquesta se ríe, no por maldad, sino porque los músicos saben cuándo un director se equivoca”.
Para Carreño, uno de los instantes más gratos para su espíritu y para todo su ser es “el yo poder hacer surgir esa letra muerta de la partitura, hacer que ese numeroso grupo de músicos formen una sola voluntad y se hagan oír, con más razón cuando se trata de música mía. Como no la tocan mucho yo aprovecho para hacerla oír. Cuando termino de dirigir es la única vez en mi vida que tengo las manos frías. Cuando termino de dirigir estoy helado, tengo que volver a tomar aire para volver a ser quien soy. Parte de mí mismo se va con esa música que yo dirijo y eso la gente lo capta”.
En esto coincide el maestro Eduardo Marturet, director titular de la Orquesta Sinfónica de Miami desde 2006, quien ha dirigido algunas obras de Inocente. “El dirigir es una experiencia imborrable. Cuando el público presencia un espectáculo bien logrado, muy pocas veces se imagina lo complicado que es, el inmenso esfuerzo que requiere gerenciar una producción digna y administrar el talento”.
A pesar de que no han trabajado juntos, reconocen que cada maestro tiene una forma de distribuir, de trabajar, de dirigir. Esas diferencias se perciben al escuchar una misma pieza. Carreño explica que, aunque sea la misma obra e igual técnica, los directores le ponen algo de su sentimiento, su temperamento y su sensibilidad.
SOBRE CUENTOS Y POESÍA
La señora Olga Cecilia, esposa de Inocente, sonríe al explicar cómo su esposo se pasa el día caminando entre su escritorio, el piano y el sofá. Lee la prensa, reescribe sus composiciones, lee en francés, escribe las décimas del día y canta.
El hecho de la creación también es uno de los grandes momentos que, junto a la dirección de una orquesta, va ligado a la angustia. El gozo de escribir es producto de una mezcla de angustia por saber qué idea se persigue y no se alcanza. “Uno suda, es como una lucha interior que se ve coronada cuando por fin uno consigue el camino deseado para continuar trabajando, continuar escribiendo, y uno queda extenuado un poquito; pero satisfecho. Es como un orgasmo espiritual”, dice Carreño.
Y dice más:
Mi mundo siempre ha estado impregnado de música, tengo una familia de músicos.
Son cuatro hijos: Cayetano, Inocente, Margarita y Olga María, de los cuales tres son músicos; y diez nietos, varios de los cuales también están estudiando música.
En este momento “veo con alegría el proyecto de mi gran amigo José Antonio Abreu. Yo he estado en los momentos iniciales de ese gran movimiento que él ha llevado con pulso, sabiduría y muchísima dedicación”. Proyecto que ha dado a uno de los máximos representantes en la dirección: Gustavo Dudamel, y que continúa surgiendo a través de otros jóvenes que han sido formados por el sistema de orquestas.
Por otra parte, el maestro Carreño asegura que ya no compone con la misma fuerza de antes, “mis obras ya no son sino obras pequeñas. Obras pequeñas para orquestas de cuerdas, para coros, para voz y piano, piezas para guitarra”.
Mira con tristeza el destino de compositores contemporáneos a él. “Cuando dirijo lo hago por la bondad de mi sobrino. Y también porque es una de las pocas oportunidades que tengo de oír mi música, que es tan abundante en todos los géneros pero no suele interpretarse porque las partituras no están digitalizadas. Hoy en día las orquestas no tocan obras escritas a mano”.
A pesar de esto, seguirá “hasta que ya no pueda más”; sólo desea que su obra sea interpretada en toda su amplitud por las orquestas nacionales e internacionales.
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Qué hermoso !!! Un gran artista. Una historia impregnada de sencillez, de poesía, de grandeza imperceptible. Venezolano ejemplar!!!