Oscar Guaramato es uno de los periodistas más recordados, tanto por sus crónicas en prensa como por su trabajo de ficción: partes de un mismo boceto, el borrador que dibujó hasta el último de sus días. Su principal lugar de trabajo fue El Nacional
Nastascha Contreras
Decidió ese día tomar un bote, uno sencillo que le permitiera ir “por el río de la calle”. Como todos los barcos ineluctablemente se pierden en la memoria, él se perdió entre las brumas de una ciudad que nunca le fue ajena. Sólo llevaba una camisa blanca y un pantalón caqui, pero la elegancia que se desprendía de él ya no era de este mundo. Pues el mundo ya no comprendía sus buenas maneras ni el andar pausado; y sin embargo, más adentrado en este tiempo no podría estar el hombrecillo con pelo de menta.
Giró sigiloso, y con la agilidad de un gato se sentó. Sandra Bracho, su enfermera, apareció enseguida, le trajo un escocés y lo acomodó en su asiento. Y Oscar Guaramato se dejó mimar sin musitar palabra, un asomo de sonrisa casi escapa de sus labios. Pero no sonreiría Guaramato, ya encontraría el periodista una mejor manera de halagar a esa mujer.
—Es ya una leyenda que solía usted dejar sobre el escritorio de las damas de la redacción algún detalle.
— Si ya se lo han confirmado varias fuentes, no tengo nada que agregar.
—También se dice que es difícil aproximarse a usted, pues escoge con quien conversa siempre, jamás a la inversa.
—Entonces la escogí a usted al azar.
—Hablaremos de su trabajo, Con 79 años, usted tendrá mucho que decir acerca del oficio.
—Ya lo veremos.
La parquedad de sus palabras encierra un misterio. No le cuesta trabajo elaborar la oración exacta pero se toma su tiempo. Quizá porque nunca su reloj marca el mismo tiempo que a los otros.
—Corre el año 1987 y al país le aquejan siempre las mismas necesidades: seguridad, vivienda, salud… carencias que usted siempre ha denunciado en su trabajo.
—Yo miro el detalle para expresar el todo. Y me encontré con una dificultad no prevista, la falta de fraternidad. Somos hábiles a la hora de marginar a nuestros hermanos.
—Y el gobierno es hábil en no movilizar un dedo para resolver las necesidades básicas del pueblo.
—Son grandes palabras las que te planteas: necesidades, pueblo. El trabajo que he cultivado hacia la política, lo he hecho desde el periodismo, allí se puede punzar con agujas finas al poder; pero debe hacerse con delicadeza, con las palabras precisas.
—Usted ha sido un cultor de la palabra correcta, de la concisión, que nada sobre.
—Me parece que la belleza se halla en lo simple, siempre. El lenguaje otorga múltiples puertas, pero hay que saber donde tocar en cada momento, para que no invitemos palabras que no deberían sentarse a la mesa con otras que sí están invitadas. Ya sabe usted, para evitar problemas.
—Podría usted escribir un cuento acerca de palabras en una mesa, le quedaría muy bien.
—Me gusta hablar de cosas más sencillas en mis cuentos, y ahora mismo estoy escribiendo una novela.
Escribe lo que sus amigos aseguran es la historia de su estadía en España, el título tentativo: El sol se acuesta a las diez. No adelanta nada, enciende su segundo cigarrillo y el humo como una cortina blanca vela su rostro por un instante, esa bruma de nicotina y alquitrán que al disiparse devuelve la imagen de un Guaramato ya mayor, pero no por ello más cansado.
—Hay vicios que nunca se dejan.
—Escribir ha sido mi mayor vicio, aunque no el único.
—Algunos dicen que su ficción es literatura comprometida.
—Me parece un calificativo pomposo. Un escritor siempre está comprometido.
—Pero la literatura comprometida se asocia con la búsqueda de la equidad, la justicia social, los ideales que se exportaron de la URSS.
—Yo soy ante todo periodista, el periodista se compromete con los hechos y sus protagonistas.
—Pero usted también es escritor.
—Yo soy periodista.
—Un periodista que utiliza siempre el elemento ficcional, sus crónicas son una manera muy peculiar de ver al oficio. ¿Qué aporta la ficción a esta profesión?
—La visión personal. Quizás sea el rescate de la vida que hay dentro del hecho. Quizás para buscar esas cosas simples que se pueden amar y perder en un instante hay que recurrir a la ficción.
Sandra ha entrado de nuevo a la habitación, le trae un vaso con agua a Oscar, me acerca otro. El rostro inexpresivo de Guaramato cambia en un instante, se ha vuelto un niño. El niño no quería agua, pero la señorita Bracho tiene larga experiencia en berrinches: “Guara, ya has bebido suficiente por hoy”.
Entonces el periodista recobra su compostura habitual, enciende otro cigarrillo y susurra:
—En esta casa me cuidan mucho.
Sus palabras denotan entre vergüenza y conmoción, pues está en la casa de Mariana Otero, su prima segunda según versiones oficiales, y sobrina en algunas más especulativas. El personaje solitario de la nocturnidad caraqueña, de los bares, de las pensiones, del desaparecer con la bruma de la noche para reaparecer puntualmente en su escritorio o caja de Pandora de El Nacional —siempre había allí un buen güisqui, un detalle para una dama; siempre estaría allí su amada máquina de escribir— ahora ya era un gato doméstico. Ahora amanecía y culminaba los días en la misma habitación, con vista al jardín y bien iluminada, con Sandra y Marianita.
—Es un hombre callado, reservado, misterioso, muy parecido a los seres que retrata en sus cuentos. ¿Cuánto de autobiográfico hay en sus relatos?
—Lo necesario para que exista honestidad.
—Entonces usted conoce muy bien las calles caraqueñas, la vida de un escarabajo, una niña vegetal, un condenado frente al paredón.
—Son mundos posibles. A esos relatos les tengo mucho cariño, en especial a la niña nacida de un alveolo de menta y azafrán.
Bueno saludos, mi comentario es que como yo primera vez que oigo hablar y comentar de Guaramato me hubiera gustado que en vez de una foto de una antigua máquina de escribir hubiese sido una foto con el rostro del comentado periodista y escritor. Gracias.
Me parece muy real su entrevista, señor Hableconmigo, así era él, entre regañón y tierno. Con largos y solenmes silencios entre una oración y otra. Pero siempre saltaba un chiste fino; le parecía obligatorio, hasta cuando se estaba muriendo. Nunca olvidaré los que me contó; y menos uno que era dramatización carcajeante de algo que le conté antes yo; fue una preciosa burla de mi episodio. Me enorgullece aquella versión suya. Claro que es imaginaria, pero parece verdadera, porque él era una ficción ambulante.
Cómo lamento haber tenido solo 22 años cuando lo conocí y un despiste de tal tamaño. Lo desaproveché.
Estimada Natascha:
Soy profesora de Literatura de la UCV y en la actualidad me encuentro escribiendo mi segundo artículo sobre Oscar Guaramato. Le agradezco enormemente esta entrevista imaginaria, pues sobre el autor aparece muy poca información en Internet (es una lástima, tanto por su interesante personalidad como por su producción narrativa, actualmente cuasi desconocida, después de que fue tan popularmente antologizado en textos de enseñanza media).
Quisiera que me aclarara una información (le daré los créditos en mi artículo): ¿a qué edad exacta murio Guaramato? En su entrevista usted imagina, en el mismo año que muere, 1987, a un hombre de 79 años. Pero si atendemos a todos los resúmenes biográficos que he leído sobre él, dan como fecha de nacimiento el año de 1916. Según esto, murió de 71 años. Si usted conoce una fecha de nacimiento anterior, le agradecería que me la proporcionara junto con la fuente y no olvide que le daré los créditos.
Muchas gracias.
Reciba mis cordiales saludos.
María del Rosario.
P.D.: en el Archivo de El Nacional debe haber fotos de Guaramato.
Dos relatos de Oscar Guaramato: siempre llevo en la memoria uno titulado «Palestina», del nacimiento de una niña en medio de una agresión sionista a un campo de refugiados palestinos; y otro relacionado con el «duende» que apareció en un caserío mientras él vivió allí, y que resultó ser él que llevaba una lámpara a nivel de las rodillas cada noche que iba a visitar una muchacha campesina.
es muy buena esta biografia la verdada me sirvio de muxxho
Ests re chulo x q yo soy guaramato y cuando lo vii en mi libro de lenguaje mi diije wwwwwwwwwwwwwwwooooooooooooooooooohhhhhhhhhhhhhhh miiii nombre recorre el worl
Conservo, celosamente a la vista, CRONICARIO de Óscar Guaramato, publicado por la Academia Nacional de la Historia (El Libro Menor). Allí, siempre a la vista habita entre mis tesoros en el tercer estante, en el centro. Es el asiento de Óscar Guaramato en mi casa de Caracas, en mi modesta bóveda de libros que mantengo perfectamente desordenada para poder ubicar cada pieza con facilidad. Ayer pasé por allì y lo saqué de nuevo y de nuevo me maravillaron sus frases, la gigantesca capacidad de conformarlas. Yo ignoro cómo funciona la mecánica de los editores. Un nombre como Guaramato debería estar brillando en una actualización constante de ediciones. No puedo justificar que la obra de Oscar Guaramato no tenga la proyección que merece.
Nos ha encantado su comentario, señor Gómez Malavé. Gracias!