La fuente de espectáculos es tan respetable como cualquier otra, y por eso hay que decir que aquellos periodistas a quienes les regalaron entradas para ver al grupo Aerosmith (lunes 17 de mayo) no estuvieron en condiciones de observar y registrar las arbitrariedades y abusos de la empresa Solid Show, organizadora del espectáculo. La información no puede tener dos fuentes de pago porque entonces sale perdiendo el periodismo
Sebastián de la Nuez
Solid Show merece una investigación exhaustiva, pero ¿cómo encararla si mantiene aceitada la maquinaria de la Prensa con el más eficiente de los lubricantes, o sea, entradas que cuestan millones? Los periódicos festejaron la aparición de Steven Tyler y su grupo, y sólo tangencialmente aludieron a una velada organizada para poner a prueba la paciencia de los melómanos. Según algunos sitios web −a los que ahora se puede acudir para suplir las deficiencias de la prensa convencional− como Código Venezuela o Panfleto Negro, la seguridad, el sonido y la disposición del escenario con respecto a los espectadores fueron los principales hitos. Pero hubo más: todo el recibimiento a los espectadores fue una invitación a desencadenar un estado de estrés colectivo, con un retraso que parecía adrede. Eso fue lo que se armó el lunes en la noche en los terrenos del Poliedro de Caracas: un tenderete expresamente diseñado para volver añicos los nervios de cualquier legítimo rockero (Juan Liscano hubiera dicho: “Bien hecho”).
Sin embargo, los periódicos salen con “Aerosmith superó las expectativas” o “Aerosmith disparó su artillería de rock duro”, en esa eterna complacencia redaccional incapaz de echar una sombra crítica sobre las arrugas de Tyler tapadas por una torre de sonido y luces puesta allí en medio como adrede, como para fastidiarle la vida a quienes sólo habían pagado medio millón de bolívares en vez de un millón completo.
No es la primera vez. Las empresas de espectáculos traen hoy lo que antes jamás pensaron en traer, y lo hacen porque han descubierto la capacidad de los jóvenes para dejarse estafar sin mayor pataleo. Cobran lo que no cobra el Madison Square Garden, manejan el concepto de la zona VIP a su antojo y no se hacen responsables por nada.
Puede que entres a tiempo, puede que no. Puede que encuentres asiento, puede que no. En un concierto del año pasado, Evenpro dejó que la concesionaria del estacionamiento cobrara 20 bolívares por carro pero se hizo la loca ante reclamos por desvalijamientos y vidrios rotos. Como los malandros en sus motos o los ilustres bolivarianos de La Piedrita, las empresas de espectáculos se mueven a sus anchas a través del lustroso campo de la impunidad.
La culpa, en parte, la tienen los medios al permitir el trasiego de prebendas entre fuentes y periodistas. Pero los redactores, si son profesionales, deben recordar que la primera lealtad del periodismo es hacia los ciudadanos aun cuando tales ciudadanos parecen envueltos en una coraza de titanio: no reaccionan, no les entran balas.
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