Encanto y disidencia

El teatro de Gilberto Pinto es un acto de justicia que inició desde la fundación de su grupo El Duende en 1955, todavía en actividad. Un realista social, eso es este personaje en plena vigencia. Aquí está su perfil a partir de una conversación con él, con su esposa (la actriz Francis Rueda) y con amigos que lo conocen de cerca y/o han estudiado su obra

 Minerva Vitti

Debajo de su pecho no sólo está su corazón. Un marcapasos, un sincronizador y un desfibrilador forman parte de su anatomía. Ha soportado tres operaciones, pero también tiene tres duendes que lo protegen: Dios, la virgen y su esposa Francis Rueda, de quien ríe constantemente sus “payasadas”. Ochenta años, tres matrimonios, tres hijos “y lo que me falta”. Risas. De pronto se calma y contempla a su esposa, quien no ha dejado de estar al frente: “Ya llegué al llegadero, me agarraste cansado, 30 años juntos…”. Ahí está, en esas palabras, parte de la vida de Gilberto Pinto, dramaturgo, director, actor, pedagogo, y sobre todas las cosas pintista. Un hombre que cree que el teatro lo sacó de la jungla y le abrió un abanico de posibilidades para observar y trabajar esa realidad que tanto le disgusta.

Fue galardonado en la segunda edición del premio Fundación Fernando Gómez 2009 por su amplia labor artística sobre las tablas venezolanas. El veredicto destacó el sentido crítico de Gilberto Pinto y su incansable labor como formador del teatro nacional. Ya había ganado en 1999 el Premio Nacional de Teatro-

 

Marcado por la disidencia

En él se cruzan múltiples personalidades formando una sola, controversial. Su relación con la historia política del país y el episodio de la suspensión de su debut debido a un editorial de monseñor Pellín marcaron ese signo controversial. “Yo no he vivido bajo ningún gobierno que garantice una democracia plena, todos han sido represivos, todos han sido corruptos. Es mentira que han ayudado a las masas populares, porque siguen siendo incultas y siguen estando desprotegidas. Del primer gobierno que yo tengo conciencia es del de Rómulo Gallegos y lo tumbaron, Marcos Pérez Jiménez, una dictadura, de ahí en adelante todos los gobiernos del Pacto de Punto Fijo, Betancourt, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi: ninguno se ocupó de lo que tenía que ocuparse”.

Y son precisamente estos planteamientos los que se reflejan en la dramaturgia de Pinto. Todas sus obras se encuentran impregnadas y cargadas de una profunda y mordaz crítica social, política e histórica. Los fantasmas de Tulemón, El hombre de la rata, Pacífico 45, La guerrita de Rosendo, El confidente, La muchacha del blue jean, son Venezuela y su historia, más allá del marco político en el teatro. Pero antes de esto quién era este hombre de piel canela, barba y peinado de medio lado, quién era este hombre de andar lento y reloj detenido, dónde se fijaban sus lentes y su sonrisa de piezas incompletas, quién era Gilberto Pinto.

 

Monte y culebra

El autor y protagonista de El hombre de la rata nació el 7 de septiembre de 1929 en una casa de vecindad de la parroquia Santa Rosalía. Su madre, Socorro, era obrera y ganaba seis bolívares semanales.

La infancia de Pinto fue marginal y sólo pudo estudiar hasta sexto grado, pero su bachillerato y universidad fueron sus escenarios criollos. Fue autodidacta. Casi toda su juventud, hasta los 18 años, sintió que estaba perdido, no sabía nada, no le interesaba nada: “Vivía esa marginalidad como normal”.

Un día unas páginas de El Nacional abandonadas sobre la mesa del billar del club YMCA atraparon la atención de aquel muchacho. Se detuvo con curiosidad en un reportaje que Carmen Clemente Travieso le hacía al curso de Capacitación Teatral que, bajo la coordinación del Ministerio de Educación, dictaba el profesor mexicano Jesús Gómez Obregón para la juventud caraqueña desde 1947. Se dirigió al edificio Casablanca, de Peligro a Puente República. Carlos Denis, un individuo que hacía las veces de secretario, lo inscribió sin mayores requisitos, no había más de 25 alumnos. Al día siguiente ya estaba estudiando teatro y desde hace un poco más de 60 años no ha parado.

El teatro me abrió los ojos y me hizo ver una perspectiva que yo no había notado. Me quedé hasta hoy y eso me ha formado como ciudadano, como hombre de cultura, como hombre civilizado. El teatro me sacó de la jungla. Uno de los problemas de este país es que necesitamos cultura, porque estamos regresando a la jungla.

Se ha casado tres veces y tiene tres hijos. A su lado permanece su esposa Francis Rueda, actriz, quién también ha sido su discípula: “Gilberto es mi maestro, es un hombre que compartió toda mi experiencia profesional, porque nunca faltó a ningún espectáculo que yo hacía. Al principio me dijo que no servía para ser actriz, pero luego fui una de sus alumnas más sobresalientes. Siempre estuvo muy pendiente de mí. No fallaba nunca, siempre me llamaba”.

Gilberto Pinto no se arrepiente de nada, tampoco olvida las vicisitudes vividas, pero sólo tiene las cicatrices de sus operaciones. Una de sus adicciones es la lectura. Sus autores favoritos son Balzac, Stendhal, Brecht, Chejov, pero lee de todo y  justo ahora el motivo de su trasnocho es El carácter neurótico, de Adler. En cuanto a la técnica utilizada en sus obras, dice que le cuesta mucho escribir porque es demasiado detallista, metódico y fastidioso. Siempre le cuesta buscar la palabra adecuada. Francis Rueda cree que esto sucede porque es del signo virgo: “Yo no sé si es verdad eso de los signos, pero el va marcando todo, movimiento por movimiento, es una cosa impresionante y característica del virgo”.

No le disgusta la ciencia zodiacal, pero sostiene que, a pesar de su signo, es muy difícil escribir como Chejov, Shakespeare o Moliere. “Son autores de los que sólo aparecen tres o cuatro en una época. Ellos son los genios todo lo demás es monte y culebra, yo soy monte y culebra, lo que pasa es que en el país de los ciegos el tuerto es rey”. Insiste en que lo más complicado es la economía de palabras.