De la penumbra surge esta publicista y administradora reconvertida a los tiempos del crimen impune. Olga Romero —38 años— maquilla a quienes mueren por el hampa en la segunda ciudad más violenta del mundo, Caracas. Sus servicios funerarios a domicilio los ofrece desde que la despidieron de una concesionaria de carros en julio de 2008, fecha en la que tenía dos meses de embarazo
Yoersis Morgado / Ex cursante de Enprevista Periodística
Como de costumbre entre el entierro de la mañana y el de la tarde, ella hace una escala en la pastelería y pizzería Dely de Chuao. Vestida de luto y con lentes oscuros entra al establecimiento, dando la impresión de una mujer sufrida. Sin embargo, cuando coloca sus gafas en la cabeza, hay rigidez en su rostro. Ahora parece una mujer cruel que no combina con el olor dulce de su perfume. Al sentarse en la mesa, rechaza la carta del mesonero. Ni agua pide para acompañar la conversación sobre las vísceras que su esposo saca de los cadáveres y el maquillaje que ella les aplica.
Se trata de Olga Romero, publicista y administradora que en julio de 2008, con dos meses de embarazo, fue despedida debido a la reducción de personal aplicada por la concesionaria de carros en donde laboraba como ejecutiva de ventas. Desde entonces, Romero ha venido “guapeando” con el oficio de servicios funerarios a domicilio para poder mantener a sus tres hijas de 15 años, 9 años y ocho meses de edad.
Su oficina, llamada El camino de Dios, es el sótano de su casa —sector Guaicoco de Petare—, lugar donde guarda las urnas, maquillaje, formol, tijeras, agujas, hilo, algodón y guantes.
—Generalmente, las personas desempleadas se inclinan por la economía informal. ¿Por qué usted prefirió maquillar muertos?
—No me gusta la economía informal. Decidí hacer esto porque más que un negocio es una labor social. La gente te aísla por el hecho de ser familiar de un malandro, y resulta que ese delincuente tiene una mamá que no tiene culpa de la actuación de su hijo y merece un apoyo emocional, pues a todos se nos puede morir un familiar.
Romero se encarga de buscar los permisos de sanidad, del traslado y entierro del muerto abaleado. Una vez que saca al cadáver de la morgue, lo monta en el carro fúnebre (un Chevrolet Caprice) y lo lleva a la casa del familiar del difunto, en donde lo limpia con paños húmedos o lo baña con manguera si tiene mucha sangre. El esposo de Olga, Richard Venegas, inyecta el formol y ella embellece el rostro del cadáver con base, polvo, rímel, sombras, rubor, labial y brillo, le pone algodón en la boca y en la nariz, lo peina y lo afeita si es hombre: “La mayoría de las muertes son violentas. La idea es arreglar a la persona lo más bonita posible o lo más parecida a como era cuando estaba viva”.
—¿Cómo maquilla a un cadáver con rostro desfigurado?
—[Mueve sus manos hacia la cara para dramatizar cómo lo hace] La incisión en el cráneo que deja la autopsia sirve de guía para descoser la piel y levantarla de la cara. Luego, la parte de adentro de la piel se rellena con algodón u otro material que más o menos le dé forma al rostro. Eso se hace cuando alguien muere con un tiro en la cara, pero cuando el muerto está muy descompuesto o muy desfigurado y no se puede arreglar, se vela con la urna tapada.
Publicidad en la morgue
—¿Cómo se hace la clientela en su campo de trabajo?
—Voy al hospital Domingo Luciani, al Pérez Carreño, o doy una vuelta por la Morgue de Bello Monte. Ya me conocen los muchachos de la morgue y ellos se encargan de divulgar mi oficio a los familiares de los muertos. Mi publicidad es de boca en boca, y eso ha funcionado puesto que mi celular suena hasta en la madrugada.
Aunque el celular de Romero estuvo en silencio durante la conversación, es cierto que sus servicios funerarios son muy cotizados, tanto que la maquilladora de muertos tuvo que alquilar un depósito en Los Chaguaramos para guardar más urnas, ya que el espacio del sótano de su casa (aproximadamente quince metros cuadrados) no es suficiente.
—¿Cómo se diferencia el servicio que usted ofrece del que hacen las funerarias?
—En una funeraria enseñan un catálogo de urnas y preguntan cuánto dinero tiene el cliente. En cambio yo primero asesoro a los familiares del difunto, les doy apoyo espiritual, les doy gotas de tranquilizante a las madres que perdieron a sus hijos. Luego, les pregunto con cuánto dinero cuentan para hacer un funeral. A partir de ahí, adapto mis servicios a los recursos económicos del familiar.
—¿Ha prestado sus servicios funerarios a familiares o vecinos?
Olga Romero no responde. Sólo se escucha el murmullo del resto de las personas que comen pizza en la terraza de la panadería. El esposo de Olga la mira y ella retoma la conversación.
—Sí, a un sobrino. [Respira profundo] A Wilmer. [Su voz se quiebra] Es fuerte. Mi esposo me llenó de valor para poder arreglarlo.
Sus ojos trasnochados empiezan a llenarse de lágrimas. Ya no es la mujer rígida o frívola que se creía. El momento incómodo obliga a cambiar el tema.
Su escolta es Dios
—¿A qué se debe el nombre de sus servicios funerarios: El camino de Dios?
—Se llama así porque cuando la carne muere, el espíritu sale del cuerpo y va hacia Dios.
No sólo Dios es para los muertos, pues Olga Romero le reza para que la proteja durante el camino desde la Morgue de Bello Monte hasta el barrio en donde velarán al difunto. Por lo general, las funerarias no aceptan a los cadáveres abaleados, argumentando que se podrían suscitar enfrentamiento entre bandas de delincuentes. En cambio, Romero asume el riesgo de que la inseguridad la ataque, razón principal por la que quiere abandonar su oficio: “Yo tengo tres hijas y si me pasa algo se quedarían solas”.
—¿Le gustaría que se acabara la inseguridad aunque su trabajo dependa de los que mueren abaleados?
—Quisiera tener cómo llegar adonde el Presidente y decirle que a la oposición y al chavismo les hacen falta personas que se dediquen al país y a acabar con la inseguridad. Hace un mes robaron a mi esposo cuando estaba en la farmacia comprándole los pañales a mi hija. Cuando me enteré me angustié, pensé lo peor, pensé qué hubiera hecho si le hubieran dado un tiro. ¿Sabes por qué tanta inseguridad? Porque la comunidad está más armada que los entes policiales. Te lo digo yo que me la paso montada en esos barrios. Si miras a alguien mal te pueden disparar. Es tan común la gente abaleada que a veces en la morgue lo identifican como muerte natural. La muerte por homicidio es el pan nuestro de cada día.
Precisamente porque necesitaba dinero para comprar el pan diario para sus hijas, Romero arregló muertos hasta el día anterior de dar a luz a su hija menor, hoy de ocho meses. Por cada muerto que arregla cobra entre dos mil ochocientos y seis mil quinientos bolívares, dependiendo de lo que pidiera el familiar.
Cada fin de semana hay entre treinta y cincuenta muertos en Caracas. Ella maquilla entre cinco y seis: “Pero después del fin de semana quedan secuelas, que te dan trabajo para el resto de los días”. Aunque no le va mal con su negocio, quisiera abandonarlo y trabajar en una empresa pública o privada, pero el problema es que no encuentra empleo: “Mi oficio está afectando mi vida interna. Me tomo las muertes como si fuera un familiar”.
—¿Qué hace en su tiempo libre?
—No tengo tiempo libre y menos los fines de semana. [Hace una pausa, mira el reloj y continúa] Cuando salgo a trabajar, así sea en la madrugada, mis hijas se quedan con una señora de servicio que trabaja en mi casa. Si tuviera tiempo libre, se lo dedicaría a mis hijas.
A su hija de 15 años le gusta el oficio de arreglar y maquillar muertos. Aunque sabe usar el labial y el rímel en su rostro, Olga Romero no pretende enseñarle que use el maquillaje para los cadáveres. “Mi hija siempre quiere que le lleve fotos de los muertos. Yo la regaño por eso. No quiero que ella haga esto cuando crezca porque no es fácil ver lo que yo veo a diario”.
Noviembre 2009 / Foto: Ernesto Morgado
¡Excelente esta entrevista! ¡Me encantó! Qué interesante la escogencia de este personaje. Además, el ambiente y la gestualidad de la entrevistada se perciben en el texto. No tenía idea de que existiera este servicio, tan útil y tan difícil de hacer.
Gracias por tu comentario, Joanny. Quiero que siempre estés pendiente, porque puedes aportar buen espíritu a tus próximos colegas.
Muy entretenida la entrevista con este personaje. Me hubiera gustado saber cómo se preparó para ejercer esa labor y cómo se sintió la primera vez que lo hizo.
Hay gente capaz de todo definitivamente, aunque ella hace su trabajo por necesidad, no porque le guste, sufre mucho y no quiere que su hija siga sus pasos. Sin embargo, logra imprimirle a su tarea una connotación elevada, lo hace como un servicio a sus semejantes. Buen ejemplo.