Con Eulogia viven, pues, catorce criaturas –tres propios más los nietos abandonados o huérfanos− más la hermana y el esposo de la hermana y sus hijos, aunque estos últimos suelen pernoctar sólo fines de semana. Todos en la misma casa de cuatro habitaciones y un baño rústicamente levantado a tracción humana. Eso sí: hay nevera en buen estado, un televisor, un tanque de agua, cadena de sonido y dos perritos recién nacidos que la hija de Yuleima busca afuera para mostrárselos, ufana, a la visita. No parecen desamparados en manos de la niña, aun cuando apenas miden unos 15 centímetros de largo
Al preguntarle a Eulogia la razón por la cual, de siete hijos, tres salieron con problemas, ella evoca una discusión que tuvo con Yuleima no hace mucho, cuando la hija le lanzó un “yo soy así por culpa tuya”. Ella le preguntó, entonces, si la había visto alguna vez enredada con drogas.
−No, pero tú te ibas a trabajar y nos dejabas aquí solos…
Eso le dijo. Eulogia ha trabajado siempre planchando y su marido debía salir a vigilar empresas o casas, que era su oficio.
−Si tu papá trabajaba, yo me quedaba; nunca los dejaba a ustedes realengos –le contestó Eulogia.
Según su relato, la discusión se fue atrás en el tiempo, cuando Yuleima quedó embarazada a los 14 años de su primer novio, un malandro que después se dedicaría a entrar y salir de la cárcel con demasiada frecuencia. Yuleima le reclamó a su madre el haberlo aceptado en la casa durante el flirteo. En fin, ahora Yuleima tiene 30 y las cosas no parecen haber cambiado. Lo último han sido los cuentos de las vigilias. Están de moda en las cárceles: rumbas que se organizan semanalmente y duran toda una noche. Eso sucede en el recinto carcelario, no en la calle; y Eulogia pensando que una vigilia era una reunión en donde la gente amanece rezando. “No”, le aclaró Yuleima en su oportunidad, “eso es rumba y rumba”. No sólo comida y bebida más eventuales estupefacientes; ella colabora también llevando amigas que recluta aquí y allá.
UN CUARTO PARA TODOS
Cada bolsa se la pagan a 200 bolívares de los viejos. En un día ella y los niños hacen mil bolsas. Habla de una compañía donde hay una señora con la cual se entiende, más bien clase media. Eulogia ha implantado una producción en cadena con apoyo de los niños, y cada quien tiene su tarea. Así van saliendo las bolsas con marcas de productos como celulares o cosméticos: se doblan las láminas de cartulina y plástico, se anudan y se pegan. Ella les ha inculcado una disciplina desde que regresan del colegio o durante las mañanas. Sus tareas y las bolsas son los polos de tal disciplina, pero también ayudan con las arepas o lavando platos. Hay tiempo para jugar beisbol o kicking ball, sin embargo, en el terraplén aledaño, incluso hasta las 9:00 pm. Pero más allá de ese rectángulo no es bueno aventurarse una vez traspasado el umbral de las 5:00 de la tarde.
Su esposo era su apoyo pero cuando le salió un redoble en Valencia, durante los últimos días de diciembre pasado, su suerte se terminó de esfumar. Se fue con la promesa de regresar el 31 en la mañana, pero antes de eso la llamaron para avisarle que, en un atraco, le habían dado dos tiros en la cabeza. Llevaban juntos 33 años y habían procreado siete hijos. Eulogia ha debido recalar donde una sicóloga, en Guarenas. Y la razón que da es muy simple: “Es que estaba como ida”.
Le toca enfrentar la vida sola pero parece bien entrenada para ello. Gana unos 380 bolívares fuertes cada semana con las bolsas, y además trabaja en dos casas de familia. Y el muchacho de 16, el que está en cuarto año, labora los fines de semana por Mampote lavando carros. Dice que uno de los niños es diabético: el Gobierno la ha ayudado con la insulina. Los uniformes del colegio los consiguió en una parroquia.
En su habitación, la segunda de la izquierda al entrar en la casa de su hermana, el techo de zinc amasa un calor infernal. En una repisa, estampas de la Virgen y una imagen de San Miguel Arcángel; algunas oraciones cuidadosamente impresas pegadas en la pared. Del otro lado, una colección de medallas y diplomas. Varios de esos diplomas la acreditan como colaboradora de la unidad educativa donde estudian los menores. Hay dos camas en L y un armario. Debajo de una de las camas, un colchón que saca en la noche. Allí deben acomodarse. También hay un pizarrón sobre la ventana (en realidad una rendija) que Eulogia utiliza para explicar las tareas. Tiene herramientas para eso pues, al menos, terminó la primaria.
En un primer encuentro con SIC contó que no había podido pagar los cinco mil bolívares por la boleta de uno de los niños. Se había quedado limpia. La llamaron del colegio para saber qué había pasado. Le dijeron que la Lopna podía tomar cartas en el asunto, y ella se molestó. Se molestó por el apuro, por la amenaza, por tener que esperar al día de plancha para contar con cinco mil bolívares que cuesta la boleta. Había pagado cuatro y sólo le faltaba la de Jesús, tampoco era para tanto. “En el colegio saben mi situación”. A Jesús, por cierto, le encantan los animales. Los protege como no ha podido proteger a algunos miembros de su familia. Lo han visto agarrando por el cogote a un gato para que suelte a una rata. No acepta que un animal mate a otro. Un día que fue a un botadero de basura y vio zamuros por primera vez, quedó fascinado. Le dio mucho gusto, dijo, conocerlos “personalmente”.
Subiendo las escaleras desiguales, los niños salen a la carretera y suben unos cien metros para llegar a la unidad educativa. Puede que en el camino se encuentren con un par de motorizados. Hay dos elementos preciosos para muchos jóvenes del barrio: la motocicleta y el armamento. Por ahora, no es una mosca que les haya picado a los dos mayores que Eulogia mantiene bajo custodia. Pero el modelaje corretea arriba y abajo. Los jinetes sobre sus monturas de metal miran con desconfianza a los intrusos que han llegado hoy, libreta y grabador en mano.
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Últimamente las condiciones de vida de Eulogia y su muchachera han mejorado: les ha quedado la casa completa (la hermana pudo mudarse por una de esas casualidades benditas del destino: supo de otra casa que le quedó en buenas condiciones y bastante acomodada. De modo que les ha dejado hasta la nevera y el televisor, más las camas en las habitaciones que antes ocupaban ella con su pareja y sus hijos).
Otra buena noticia: la Fundación del Niño asumió el caso, asignó a una trabajadora social para que le siguiera la pista, dispuso un mercado mensual para la familia y atención médica gratuita para todos sus integrantes. El hijo de 16 años de Eulogia, de una aplicación en los estudios fuera de lo común, parece tener todo claro en su mente y por eso, quizás, se come las uñas y está demasiado delgado. Lleva por dentro preocupaciones ajenas a su edad. Pero se nota que guarda cosas que lo harán salir adelante, si recibe algún apoyo constante. A pesar de las muertes que ha visto, a pesar del entorno, representa la esperanza.
Brillante este trabajo, profesor.
De verdad, una de las mejores descripciones y narraciones que he leído.