El caso Maritza Ron

 

 

 

 

 

 

Hoy, 16 de agosto de 2006*, se cumplen dos años de la muerte de Maritza Ron y el juicio a los acusados marca cero

 Sebastián de la Nuez

Su viudo asiste a La Guairita casi todos los sábados. Allí fue donde compró hace más o menos cuarenta años dos parcelas de dos puestos cada una por 82 mil bolívares. Creía que la primera bóveda se abriría para él, el más viejo de la pareja.

−Fíjate que fue una suerte −dice Ramón Torregrosa, como si estas cosas tuvieran un lado positivo−. ¡Menos mal que conservaba los documentos en una caja fuerte en el taller!

En el suelo de la plaza Francia −esquina frente al hotel− hay una inscripción de su puño y letra: «Aquí me mataron el 16-8-04 los pistoleros» dentro del croquis de un cuerpo tendido, como los que suele marcar la Policía con tiza para efectos de planimetría. En la papelera cercana pega recortes de El Universal, cintillos de portada donde el periódico desglosa los asuntos pendientes de la justicia; Torregrosa agrega alguna frase: «Los crímenes de lesa humanidad vienen» y «Venceréis pero no convenceréis». Lo hace con tozuda regularidad. Los pone y alguien los rasga o los arranca, pero él tiene una pega transparente que, afirma, no estropea la papelera (un pipote de cemento).

Todos los días reza a la Virgen instalada frente al obelisco; cada mes, un rosario; y luego, misa en Santa Eduvigis. Hoy debe llenarse buena parte de la plaza.

−Ese señor ha invertido lo que le queda de voluntad en perpetuar la memoria de Maritza.

Eso dice Katy, hermana menor de Maritza, propietaria de una floristería situada a unos 50 pasos del lugar del asesinato. Maritza la ayudaba en los menesteres del negocio. Sabía de flores, sabía de cosmética, sabía de amores. Lo que no supo fue quitarse del medio aquella tarde del 16 de agosto de 2004. Mala suerte…

Estoy segura de que ellos no venían a matarla −agrega Katy, detrás del escritorio en el que toma nota de los encargos de sus clientes−, sino a quien se les atravesara en su camino.  

Vaya consuelo. Hoy se cumplen dos años de aquel balazo esquizofrénico que le entró por el abdomen destrozándole, de parte a parte, bazo, hígado e intestinos… El juicio a los indiciados fue anulado en diciembre de 2005. Hay que recomenzar todo de nuevo a partir de septiembre. Así es la justicia en Venezuela: nunca está segura de lo que sentencia, cuando lo hace.

 

 

ALICANTE EN EL RECUERDO

Los vio por primera vez, a los supuestos criminales, en un pasillo del Palacio de Justicia cuando llegaban esposados al tribunal. Al pasar le pidieron perdón y le dijeron que lo conocían de la televisión, y que querían hablar con él. Le dieron la mano y Torregrosa, «por intuición», retribuyó el gesto. En esa primera ocasión los acusados dijeron que habían disparado al aire, y él les gritó «embusteros». El juez mandó a callar a todo el mundo.

Ramón Torregrosa se encontraba en España el 16 de agosto de 2004. Conoció a la nativa de Zaraza en los años setenta, no recuerda con exactitud la fecha. Desde hace mucho tiempo ha tenido un taller de carpintería en Santa Inés del municipio Baruta. Cuando se presentaron problemas con esos terrenos, en sus gestiones para arreglar el asunto conoció al síndico del concejo municipal de Petare, quien sería el puente entre Ramón y Maritza. Las hermanas Ron eran siete en total, más un hermano que falleció este año 2006. Adolfo −así se llama el ex síndico de esta historia− con el tiempo hizo tan buenas migas con Ramón que un día lo invitó a su casa. Allí fue donde conoció a Maritza. Ella ya estaba divorciada, y Ramón también (de la mujer que vive ahora en España y con quien tuvo dos hijos ya cuarentones que también viven allá).

Fue sólo un flechazo amistoso. Maritza habría de viajar a Washington y permanecería en la capital norteamericana entre ocho y diez años. Aprovechaba una parentela que le ofrecía casa y comida para estudiar inglés. Ramón siguió su vida en Venezuela y contrató para su negocio a una secretaria que le gustó, y tanto le gustó que tuvo dos hijos con ella: son quienes ahora lo acompañan en su viudez del apartamento de la avenida Del Ávila, en Altamira: Benjamín Alejandro y Ramón Humberto, de 18 y 20 años. No llegaron a casarse la secretaria y Ramón, de modo que el flirt con Maritza no encontró grandes obstáculos para desarrollarse cuando regresó de Estados Unidos, aunque por un tiempo sólo hubo amistad y montaje de clósets en el apartamento de Katy.

En fin, la pareja se consolidó. Maritza aportaba a Maurice, fruto de su anterior matrimonio, que había parido con dificultades, por lo cual ya no podría tener más hijos. Se casarían mucho más tarde, el 20 de mayo de 2003. Durante veinte años los papeles no hicieron falta. Compartía su labor en la floristería, asociada a Katy, con su quehacer como cosmetóloga.

−Todavía tengo ahí, en el cuarto, la camilla donde hacía masajes faciales a sus clientas −acota Ramón.

Después del casamiento marcharon a España porque allá los padres Torregrosa dejaban una casa en Alicante, al lado de la plaza de toros, en el barrio más antiguo. Había que arreglarla, repartirse la hacienda, concertar con los hermanos que jamás vinieron a Venezuela. Además, tener un pie en España era una buena idea porque el ambiente en Venezuela comenzaba a caldearse. Sus hermanos le cedieron la casa, pagándole él a cada quien su parte.

El aire de levante se viene a la ciudad durante primavera y verano, y la playa está a seis kilómetros; se llama San Juan y allí tiene su refugio una hermana de Torregrosa.

Maritza y yo nos íbamos allá los fines de semana. Le encantaba España pero el frío no le gustaba. El frío llega sobre todo en diciembre, enero y febrero. Por eso buscábamos de ir en las fiestas, que se llaman Hogueras de San Juan, una réplica de las Fallas de Valencia, del 21 al 29 de junio.

Fueron los últimos días vacacionales de su vida, en una playa de Alicante junto a Ramón y una cuñada, en ese pedazo de Mediterráneo tan alocado y juvenil, oliendo a mar. Ya lo habían hecho en años anteriores. Pero en esta ocasión se vino ella de regreso a Venezuela adelante pues quería votar en el referendo revocatorio.

Aquel día 16 de agosto, todavía claro a las 9:00 pm, Ramón estaba en la esquina de su casa recién refaccionada con Juan, un viejo amigo también carpintero. Lo estaba ayudando. Alicante sigue siendo, y especialmente el centro de la ciudad, un pueblo como los de antes, a pesar del turismo y el desarrollo de la España europeísta. Todos por esa zona conocían a Maritza. Dos semanas antes había estado entre ellos. Esos vecinos fueron a decirle a Ramón lo que acababan de ver en televisión.

Alarmado regresó a su casa y al llegar sonaba el teléfono: era su hija Mari Loli, quien vive a dos cuadras.

Me dijo que había grabado el informativo. Fuimos a su casa y efectivamente allí lo vi.

El hijo varón, Ramón José, vive en Salamanca y tiene 44 años. Sacó en Venezuela el bachillerato y un año de la Universidad; luego marchó a España y hoy en día es un destacado profesor en Económicas de la Universidad de Salamanca.

Ramón Torregrosa lo dice todo de carretilla, como para no darse tiempo de pensarlo mucho:

−Maritza decía que esos eran los hijos que ella no había tenido. Que eran maravillosos. Y aquellos también la querían. Bueno, lo que lloraron y aún están llorando. Porque Maritza era muy dulce, muy educada y muy dulce.

Después de ver el video se dedicó a llamar a Venezuela, pero ninguno de los familiares contestaba. Por fin consiguió al esposo de una de las hermanas Ron, Aura, casi por casualidad. Apenas le informó que Maritza estaba en la clínica Ávila. Logró comunicarse con la clínica y la operadora le pasó al cirujano que la acababa de operar.

−Si quiere verla, véngase rápido −dijo la voz a 7 mil kilómetros de distancia.

Cuando trataba de explicarle que se encontraba en España, le colgó el teléfono. Pasaban las doce de la medianoche, hora española: ya Maritza había fallecido aunque él no lo sabía. Fue a comprar un pasaje a primera hora de la mañana, pero sólo encontró plaza en primera en un vuelo de Iberia. Luego de la escala en Madrid, el avión enfiló hacia Caracas y llegó casi a las 4:00 de la tarde, hora venezolana. Lo esperaban Benjamín Alejandro y Ramón Humberto.

Les preguntó si habían visto a Maritza.

−Sí, la hemos visto.

−Pero, qué tal, ¿está en la clínica?

Por unos momentos hubo silencio. Al fin les sacó la verdad.

−No. Está en la funeraria.

El más pequeño arrancó a llorar y el mayor explicó que ya la habían trasladado a La Guairita. Durante el viaje le había estado rogando a Dios que al menos pudiese hablarle. No pudo ser.

 

COMO UNA TORRE

La causa está en manos del juez Máximo Guevara y el juicio arrancará desde cero a partir de septiembre, pues una Corte de Apelaciones declaró con lugar un recurso interpuesto por la defensa de los tres acusados tras la condena que se produjo en primera instancia. El único representante de las víctimas que presentó querella ha sido Ramón Torregrosa. El componente político que comportan los hechos, a juicio del abogado acusador Ramón Canela, ha determinado que los demás se inhiban. Hubo ocho víctimas en total ese día en Altamira. Tienen miedo. Uno de los testigos de la causa denunció haber sido secuestrado en dos ocasiones, ruleteado, golpeado y amenazado: se llama Javier Tovar y trabajaba en el propio Palacio de Justicia hasta que fue despedido, alega él, a raíz del suceso. Tovar es quien contó que Maritza Ron abrió los ojos durante el trayecto a la clínica para decirle: «No me dejes morir… te pareces tanto a mi hijo». Sin embargo, los médicos no creen esa historia. Ron llegó a la clínica con el cerebro paralizado a consecuencia del desangramiento.

−En medio de la confusión de los tiros, la gente corriendo, Tovar apareció como caído del cielo y me ayudó a levantarla, yo no podía sola −recuerda Katy.

Habían estado comiendo juntas en su apartamento de Los Palos Grandes, escuchando los resultados del revocatorio. «Cuando vimos que todos los votos salieron lo contrario de la realidad, nos pusimos muy molestas». Se fueron a la plaza.

−Había sobre todo señoras que nosotras conocíamos, de por allí mismo… Hasta del mismo edificio donde yo vivo.

Estaba en primera fila, con los periodistas. Acababa de venir de México −ella es una autoridad continental en el gremio de los comerciantes de flores− y conversaba con un reportero mexicano. Maritza, en segunda fila detrás de su hermana, agarrada de su hombro. Llegó un motorizado −un fotógrafo andaba de parrillero con él− y avisó:

−Ahí vienen los chavistas.

Pasaron pocos segundos y de repente alguien gritó que se protegieran en la plaza. Estaban en plena calzada, en la intersección de las avenidas Luis Roche y Francisco de Miranda. Maritza corrió hacia el pipote de la basura, al lado del poste que sostiene el semáforo.

−Esos pipotes tienen como una ventana. Yo digo que la bala entró por ahí, como nosotras somos bajitas… Ella se echó hacia atrás y levantó un brazo. Hizo como en cámara lenta, como las torres. Como acabábamos de comer, pensé que le había dado algo digestivo. Pero ya en el piso se puso blanca, se le iba yendo la vida. Las piernitas le temblaban. Ella no me había respondido cuando cayó y le pregunté qué le pasaba; le levanté la blusa y vi un huequito, pero mire, un huequito mínimo así. Llegó una camioneta que después supe que era de la Alcaldía. Hablaron por radio y cuando llegamos a emergencia de la Clínica Ávila la estaban esperando.

El huequito era mortal.

 

TIROS AL AIRE

No tiene razón el penalista Canela, no del todo. El ex diputado Ernesto Alvarenga, quien también fue herido durante la manifestación del 16 de agosto en la plaza Francia, nunca presentó demanda porque considera que debía haber incoado la causa contra el Estado en la persona del presidente de la República; para él, los círculos bolivarianos armados de Petare, florecidos por incentivo de Miraflores, fueron el plan b gubernamental tras el referendo para acallar o enfrentar cualquier protesta. En segundo lugar, cree que ninguna acción judicial contra funcionarios públicos puede prosperar en este régimen. «Si yo no tenía ni seguridad para entrar o salir de la Asamblea, menos la voy a tener en los tribunales».

A Alvarenga no le caben dudas: uno de los pistoleros regentaba un Mercal, y los otros dos estaban ligados a la Policía del municipio Sucre. No se ha determinado quién de los tres −John Jiménez, Pedro Ramos Poche o Henry José Parra− disparó sobre Maritza Ron. Se sabe que el trío accionó sus armas y cualquiera de ellos pudo ser el causante de la muerte; a eso se le llama complicidad co-respectiva. Un agravante es la omisión de auxilio. Uno de los acusados enfrenta, además, porte ilícito de arma de guerra. A los otros dos no se les encontró arma alguna al momento de ser capturados.

Quizás lo que más le haya molestado a Katy Ron es la actitud de los tres indiciados durante el juicio: repantigados en sus butacas. «Como que estuvieran en sillas de playa, frescos y tranquilos».

Por su parte, la abogada encargada de la defensa luego de que los familiares de los acusados despidieran a los anteriores defensores, aspira a la libertad absoluta. Cero años por homicidio. Se llama Aramita Padrino y sólo admite porte ilícito de armas y uso de ellas, pero sin herir a nadie. Sus razones: en primer lugar, los disparos que hirieron a las víctimas, y específicamente el que mató a Maritza Ron, procedían del norte de la plaza. Según Padrino −para quien los medios de comunicación han sesgado la información− no hubo jamás un video probatorio, aquel en donde aparecen Jiménez, Ramos Poche y Parra disparando; sólo fotos aportadas por una agencia internacional. Además, el calibre de la bala extraída del cuerpo de Ron no coincide con las armas que portaban sus defendidos. Padrino se graduó hace cinco años en la Universidad Santa María y actualmente cursa un postgrado en Derechos Humanos en la UCV. Forma parte de la AC Defensa de las Víctimas del Golpe de Estado.

Por ahora, el juicio duerme en un suave letargo. Hay una terraza al fondo del cementerio La Guairita, en su parte más alta. Se consigue fácilmente la placa de la parcela 62 de la sección 25, frente al segundo chorro de agua. Ramón Torregrosa sabe indicar el camino con suma propiedad. No hay epitafio; sólo fechas y la inscripción «Recuerdo de su esposo, hijos y familiares».

Un epitafio con el cual todos quedarían contentos sería «Aquí yace quien no ha muerto».

*En efecto, este texto fue originalmente publicado en el diario Tal Cual en la fecha indicada, pero en 2010 se le hicieron unas correcciones y se publicó en el blog.