EL TIPO DEL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN

Eso parece este catire de la librería Noctua, el espía del que habla Borges. Su oficio, librero, le nació cuando leyó a Tintín en su adolescencia. Andrés Boersner es hijo del politólogo y eminente profesor universitario Demetrio Boersner. Al hijo lo encuentras al frente de su laberinto en el Centro Plaza, donde planea una infatigable historia que nunca tendrá fin, como no tiene fin la palabra

Sebastián de la Nuez

Andrés Boersner reivindica al librero que ha querido serlo por vocación y como medio de vida aunque mal pague. Después de todos estos años, cuando mira a sus clientes leer o dormitar en el sofá cobijero de la Noctua, sabe que su apuesta ha sido verdadera. Al borde de la tertulia están las estanterías guardando infinitas series de tiempos divergentes o paralelos.

Se pone contento. Cuando ve a los niños que van y hojean los suplementos de Tintín —con su correspondiente perro Milú—, Andrés se pone contento.

Esos niños luego pasarán a ligas mayores de la literatura, poco a poco. Como le pasó a Andrés. Y él mismo es heredero de Raúl Bethencourt o Sergio Alves, libreros hechos en Caracas, de tradición. De la librería Divulgación recuerda la desorganización caótica que sólo entendía el librero. «Pero le pedías a Alves un ejemplar de Madame Bovary, extendía la mano y lo sacaba. Quizás estuviera al lado de un libro de gastronomía o de ciencias políticas».

De Bethencourt el canario, siempre en Sabana Grande, recuerda que una vez estaba atendiendo a Betancourt el piache, y sin embargo entró un jovencísimo Andrés Boersner y el librero dejó al ex presidente para atenderlo a él, que no era adeco, ni caudillo ni había escrito nada como Venezuela, política y petróleo. Y recuerda a los intelectuales que a veces se echaban una siesta en la trastienda.

Andrés Boersner estudió Comunicación Social en la UCV, de donde egresó en 1985. Pero los estudios, por lo visto, lo han tenido siempre sin cuidado. Prefiere leer.

 

RECUERDOS DEL FUTURO

Los recuerdos de la infancia de Boersner están hechos de paredes llenas de libros en casa de sus parientes más próximos; a los nueve o diez años iba por el antiguo centro comercial donde estaba el cine Canaima y en la discotienda Allum’s compraba acetatos de Los Beatles o Los 007; en la librería ABC, los cuadernos de Tintín y Milú. También le gustaban los suplementos de Superman y El monje loco que era realmente loco: en la primera página tocaba el órgano en el sótano de su castillo, se carcajeaba y anunciaba que nadie sabía la historia de la mujer rata. Y por la mujer rata se iba el suplemento. Al final deseaba a los lectores que tuviesen dulces pesadillas.

Después la emprendió con Agatha Christie. De allí en adelante, literatura. También visitaba una librería de recuerdos gratos: la Alemana, de Oscar Todtmann, que no era otra cosa sino el garaje de la quinta familiar del editor, muy cercana a la avenida Libertador. Por influencia familiar y porque estaba en un colegio propiamente de alemanes, Andrés manejaba el idioma de Goethe.

Ya a los 15 pensó en lo bueno que sería si alguien le pagaba por leer. Fue por entonces cuando buscó su primer trabajo. No le daban mesada en casa y se colocó como ayudante de arreglador de filtros de agua, por lo cual cobraba una miseria. En 1982 comenzó a trabajar en una librería llamada Noctua, que acababa de ser fundada por cinco personas provenientes de profesiones muy distintas. Ninguna de ellas se podía encargar de atenderla, de modo que contrataban a estudiantes para hacerlo, entre ellos, a Juliana Boersner y a su hermano mayor Andrés (hay otras dos hermanas, Gabriela y Rebeca). Noctua comenzó en la Villa Mediterránea.

Como la clientela no lo atosigaba –nunca los clientes atosigan a los dependientes de una librería, o en muy raras ocasiones−, podía darse el lujo de leer aquellos libros que no podía comprar y, mientras tanto, terminaba su bachillerato. No le hacía mucho caso a los estudios formales, por lo demás. Dice que era muy mal estudiante, que botaron de dos colegios. Tuvo problemas de conducta. Dice:

Era muy rebelde. Además, me gustaba leer lo que yo quería, no lo que me impusieran. Me mandaban a leer unos libros que consideraba muy inferiores a otros. Hay mucho gente que se queja porque la mandaron a leer Cien años de soledad. Yo me quejo porque a mí no me la mandaron a leer.

Por lo que narra, le hubiera gustado ser como uno de sus abuelos, autodidacta que sin embargo trabajó en periódicos e hizo poesía y terminó haciendo lo que le gustaba de la manera más libre.

Pero me di cuenta de que hay que hacer alguna carrera, así no la ejerzas, pues es lo que te lleva a relacionarte con otras personas. Así estudié Periodismo: lo preferí a Letras, donde yo veía que había mucho megalómano.

 

LA HISTORIA DE NOCTUA

En Noctua se sintió plenamente identificado con el objeto propio del lugar, es decir, con la novela universal, clásica. La librería no atendía tanto a las novedades, a los best sellers, como al Quijote y a Balzac, a Julio Verne y Chejov o Víctor Hugo o Joyce. Eso lo tuvo claro desde el principio. Y también vio la escasa atención que sus dueños de entonces brindaban al negocio: cada quien andaba comprometido en sus propios quehaceres.

En 1983, ya casado, volvió a trabajar allí pero ya pensando en comprar. Quiso familiarizarse con los diferentes aspectos del negocio y así lo hizo durante un año; luego, con apoyo de su hermana Juliana y de su esposa Magdalena, lo adquirió a cuotas. Las comprometió en su razón de vida, y esa razón de vida la expresó para la página web de Relectura:

Me interesa la literatura que nos interroga, que nos persigue, no la que responde y encasilla. Existen libros que nos sacuden por sus palabras, como algunos poemas que no entendemos; otros que tocan teclas que no conocíamos a pesar de que siempre estuvieron con nosotros; muchos que nos irritan por su inteligencia y con los cuales siempre discutimos, y estos son los mejores…

En 1992 tuvo que cerrar el local porque le pidieron el desalojo; sobrevino un paréntesis durante el cual hizo una maestría en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Pasaron ocho años hasta que pudo reabrir en este sitio, al doblar la esquina de los electrodomésticos y al lado de una de las entradas a la Villa Mediterránea.

−¿Nunca has sido muy ambicioso con el dinero?

−No, y te digo que es lamentable. No es una virtud. Creo que la gran falla de casi todos los libreros es que son malos administradores, y allí me incluyo. De hecho, mi hermana y yo tuvimos que cerrar la otra Noctua no sólo porque nos pidieron desalojo sino porque estábamos quebrados. Cuando llegaban las novedades que nos gustaban, ella se quedaba con un ejemplar y yo con otro. Eso es como un borracho que está al frente de la barra de un bar. Creo que ahí mi esposa fue quien puso orden, porque ella tiene más cabeza fría y eso hace falta en el negocio: alguien con la cabeza fría para no robar su propio negocio y entender que no todo el mundo tiene que tener tus mismos gustos, de modo que debe haber diversidad dentro de lo clásico.

Andrés ve bien difícil el panorama de la importación de libros pues hace más de un año Cadivi no suelta un dólar para estos menesteres, aunque se supone que los libros son como los alimentos y las medicinas. No suelta dólares a distribuidoras como Planeta; pero a otras sí les ha dado, como a Random House, aun en forma limitada. Y cuando una distribuidora recibe dólares, apunta más bien a los best sellers, que son venta segura. Por eso, Andrés intenta traer mercancía por sí mismo, pero para hacerlo debe acudir al mercado de los bonos, lo cual le complica la vida mucho más. Cada vez hay más trámites burocráticos.

El sistema para surtir a Noctua es, entonces, más pedestre: viaja una vez al año y trae sus maletas abarrotadas de libros. Compra a través de distribuidores al mayor. Para pagar, durante el año va comprando dólares negros y paga en efectivo sacando de su bolsillo billete sobre billete. Cuando descarga esos libros, que suelen ser unos quinientos, duran una semana en anaqueles. El cliente que pasa al cabo de esa semana le dice: «Caramba, pero no trajiste nada».

Piensa Boersner que se está leyendo más y mejor en este país; la gente ve a través de Internet lo que se está editando en otras partes y le da una especie de desespero.

Y esa gente que te pide cosas es insaciable. Suele ser una ladillita.

Cuando un país está en crisis su gente se pregunte muchas cosas. Como por ejemplo, por qué hay a quien le gusta tanto un gobierno mediocre. Por eso venden los historiadores sus libros como jamás lo han hecho, verbigracia Inés Quintero, Manuel Caballero o Elías Pinto Iturrieta.

Creo que también eso hace más creativa a la gente. Llega un momento en que estás harto de hablar de Chávez y quieres abstraerte de la realidad. Te internas en tu propio mundo y tratas de enriquecerlo. Como dice Vargas Llosa, a nosotros no nos basta con nuestra propia vida. Hay que enriquecerla. ¿Y cómo lo hacemos? Dándole vueltas a la loca de la casa.