LA FAMILIA BRITO DESPUÉS DE LA MUERTE

Hace varias semanas murió el productor agropecuario Franklin Brito  mientras hacía huelga de hambre reclamando justicia por sus tierras invadidas. Hoy, su esposa e hija, quienes residen en Caracas apartadas de su hogar, recuerdan cómo empezó una lucha familiar

 Airam Liscano

Agosto se iba tachando de los calendarios. La noche ya estaba acostada sobre los techos de Caracas. La novela de las 9:00 de la noche estaba por empezar.

Elena cenaba con sus hijos, los morochos.

Ángela esperaba en uno de los pasillos del hospital.

Franklin decía adiós.

Lunes 30 de agosto de 2010, 9.00 pm. Franklin Brito fallece de un paro cardíaco a sus 49 años. Llevaba ocho meses de huelga de hambre ininterrumpida.

Un poco más de un mes ha pasado desde que el biólogo graduado de la Universidad Central de Venezuela, padre de cuatro muchachos, esposo y agricultor, murió. Hoy, su esposa Elena, su hija Ángela y sus dos hijos morochos de 14 años residen en la Escuela Hogar Sagrado Corazón de Jesús (de la hija mayor, que vive casada en el estado Bolívar, se hallan distanciadas Elena y Ángela y prefieren no hablar de ella).

Lejos, muy lejos de sus tierras y de su casa en Guarataro, Municipio Sucre, estado Bolívar. Zona en el interior del país que había sido el hogar y sustento de la familia Brito desde 1997.

Las tierras las había comprado en aquel entonces Franklin Brito: con su esposa e hijos había vendido el apartamento de Caracas y allá fueron a dar. Formó un fundo. En él trabajaba la agricultura y producía ñame. De ese pequeño pueblito salía el 60% de ñame que se producía en el país.

 

ÚLTIMO PASEO EN TRACTOR

La última vez que Ángela Brito caminó por los sembradíos de ñame de su padre fue en el 2003, año en el que comienzan los malentendidos con el Gobierno nacional por las denuncias que realizó la familia Brito de unas invasiones ocurridas en sus tierras. Antes, mucho antes, Ángela, una joven de hablar acelerado pero de gestos pausados, dividía su tiempo entre labores escolares y el fundo. Su padre le enseñó a sembrar, a manejar el tractor, a amar la tierra. “También nos ayudaba con los estudios. A mí y a mis hermanitos”.

Para Elena de Brito, una mujer de rostro joven y serio, figura elegante, su esposo era una “persona normal”, que aparte de dedicarse a la agricultura daba clases en un liceo. Ella era maestra en un colegio. Juntos criaban a sus hijos en un ambiente de hierbas y semillas. De maleza y flores. De riego y cosecha. Hasta que un día no pudieron entrar más a su fundo. Familias vecinas lo habían invadido. Decían poseer cartas agrarias (documentos de propiedad sobre las tierras) concedidas por el Instituto Nacional de Tierras. Desde ese día comenzó lo que Elena de Brito define como “una lucha de la familia por el patrimonio de mis hijos, por la tierra en la que están puestos nuestros sueños y sacrificios”.

 

DECISIONES EN FAMILIA

Ángela Brito y su madre recuerdan con exactitud fechas, lugares, nombres, apellidos, leyes, cantidades de dinero y toda la información concerniente a las diversas huelgas de hambre que Franklin Brito realizó desde el año 2004 hasta 2009, año en el que inició la última y definitiva.

Juntas van complementando la información, a veces incluso discuten:

—No, eso fue en el 2004, mamá.

—No hija, estoy hablando de la del 2005.

—Exacto, ahí estábamos en Plaza Miranda. Antes habíamos estado en la vicepresidencia.

Y así van, madre e hija, reconstruyendo año a año las peripecias de padre y esposo por defender lo que era suyo, sus derechos.

Franklin era un hombre honesto. Lo que teníamos lo lográbamos con trabajo. Nuestro único proyecto de vida estaba en esas tierras.

Así dice la viuda. Por eso se tomó la decisión tan radical de someterse a la huelga de hambre, un castigo para el cuerpo y una prueba de resistencia para el alma. Desde el primer día “las decisiones las hemos tomado en familia”. Por ello, las primeras huelgas (2004-2005) las hacían Franklin y Elena juntos.

En varias oportunidades recibían respuesta de algunos miembros del gobierno, lograban concretar reuniones, enviar papeles y por ello detenían la protesta.

Mientras tanto, Ángela junto a su hermana mayor y sus dos hermanos menores continuaban en el estado Bolívar, en la casa de la abuela, estudiando y manteniendo una vida lo más normal posible. Viendo de lejos aquel fundo destruirse. Viendo el ganado de los campesinos destruir las cosechas, la maleza crecer y las zanjas hacerse más profundas.

En diciembre de 2009, Franklin Brito inicia su huelga de hambre más radical frente a las puertas de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Caracas: a su lado, su esposa. Ella abandonó la huelga cuando tres de sus hijos (Ángela y los morochos) debieron viajar a Caracas pues en su pueblo, Guarataro, habían recibido amenazas de muerte si su padre no detenía sus reclamos.

En ese momento, Ángela Brito toma la batuta y se convierte en la vocera de su padre y su familia, especialmente cuando Franklin fue llevado, en contra de su voluntad, al Hospital Militar. Ángela dejó de ser la niña que un día manejaba el tractor en los campos de su padre para convertirse en la representante de los Brito. Hoy, bien podría pasar como abogada de la República. Domina todo término legal existente, conoce leyes y sentencias de memoria, sabe qué día, mes y año el presidente Chávez mencionó el caso de su padre (13 noviembre de 2005 y 7 de octubre de 2007). Sabe todos los nombres de quienes fueron o son presidentes del INTI y ministros de Agricultura y Tierra. El recuerdo de su padre que en ella sobrevive es el de un paciente hombre al que le gustaba muchísimo la agricultura; un hombre que no quería morir. “Quería que todo se solucionara. Él quería volver a sus tierras”. Las que, lamentablemente, nunca más pudo ver.

 

AUTODEFENSA

Ángela y Elena Brito saben hoy tanto de leyes y sentencias porque “nosotros nunca hemos tenido abogado. Nos hemos tenido que aprender cuanta ley existe para podernos defender nosotros mismos. Tenemos abogados que nos asisten teóricamente pero siempre llevamos a cabo nuestro pleito solos. Nuestra lucha siempre ha sido solos. Nunca has visto ningún partido, ningún político, nada”, dice la señora de Brito orgullosa de todo lo que su familia ha crecido y madurado en estos años.

Por otro lado, ni políticos del oficialismo ni de la oposición han participado en la causa de los Brito: “No permitimos que la causa se politizara. Nuestra causa no era política, era por derechos, de familia. No queríamos que se desvirtuara la causa”.

Elena de Brito, siempre con su voz profunda, mira directo a los ojos del interlocutor tratando de leer más allá de las palabras que se pronuncian.

−¿Qué quería Franklin Brito?

−Que el Gobierno reconociera el error de entregar cartas agrarias a otras personas, dándoles el derecho a invadirlos. Que la gente sepa lo que pasa en Venezuela. No hay respeto, no hay instituciones autónomas.

Lo recalca Elena, deseando que su situación y la de su familia sirva de ejemplo para los venezolanos sobre las cosas que podrían ocurrirle a cualquier familia en el país. Hoy, madre e hija están convencidas de que en Venezuela no hay más puertas que tocar.

Dice Ángela:

Acá en Venezuela el problema del fundo no tiene solución, no se le dio el debido proceso. Las denuncias están en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La lucha sigue a nivel internacional. Creemos que el problema ya no se va a solucionar aquí.

Mientras tanto, siguen Elena, Ángela y los morochos viviendo con las monjas del Sagrado Corazón de Jesús. Esperando. Recordando.

Recordando a quien le gustaba tanto el campo. Recordando a aquel que enseñó a sus hijos a manejar un tractor antes de que aprendiesen a manejar una bicicleta.