Versión de una conferencia sobre el género de la entrevista, ofrecida por el coordinador de este blog en el marco del Segundo seminario de periodismo cultural que organizó la Fundación Festival del Cabriales en la ciudad de Valencia, entre el 9 y 12 de noviembre de 2010
Sebastián de la Nuez
Cuando estudiamos en la Universidad pensamos que con la fuerza de nuestra palabra algún día podremos cambiar el mundo, hacerlo más humano o más justo o más colorido; con la pura fuerza de un lead ingenioso, con la capacidad de estremecer del texto abriendo la sección de investigación en día domingo; con la eficaz redondez de una crónica bien jugosa en datos, acuciosa y pertinente. En fin, pensamos −durante esa etapa idílica− cómo influiremos en la gente, en la ciudad, en el país, gracias a la energía silenciosa pero contundente de lo escrito.
Y soñamos. Soñamos un encabezado colocado con certera puntería donde más le duele al político corrupto. Con pluma fuente y grabador Sony –ahora con Blackberry− le tomaremos el pulso a la época, entrevistaremos a sus fieras pero también a los creadores que no nos harán esperar más de cinco minutos en la antesala de su galería. Seremos gente que se codea con la fama. Genio y figura, el oficio será nuestro y de nadie más. Manejaremos datos de primera mano como quien maneja un Mercedes último modelo.
El mundo sabrá cuán alto volamos, cuán lejos podemos llegar. Daremos un tubazo cada día o al menos cada cierto tiempo. Las figuras de la televisión nos reconocerán en la calle. Desde la Universidad se ve apetitosa esta carrera, rutilante y provocadora. ¿Será verdad cuando salgamos a la calle a buscar trabajo?
¿Seguirá siendo sueño persistente en los atardeceres que no veremos, encerrados entre tabiques, pegados a un PC, terminando una cuartilla y veinte líneas en un viernes de cochino que se juntará con el sábado en algún bar de Sabana Grande?
¿Será doblegada la ilusión universitaria ante la realidad?
Pero aun cuando se doblegue, muy de tarde en tarde quizás atisbemos al menos un poquito de esa belleza del oficio. A veces, sólo a veces, el día nos bendecirá dejándonos ser testigos de un gran suceso. A veces, sólo a veces, emularemos a Truman Capote, Norman Mailer, Gay Talese. O a Germán Carías cuando reseñó desde adentro el infierno en la penitenciaria El Dorado. O a Carlos Moros cuando escribía con gracia y conocimiento, hasta las doce de la medianoche, en El Diario de Caracas antes de la tragedia de Tacoa.
A veces, sólo a veces y quizás con torpeza, premura o algo de incredulidad, seremos héroes del periodismo.
ψ ψ ψ
Para mí, la entrevista es uno de los géneros, además de la crónica y del reportaje, que te permite ser un héroe del periodismo. Pero hay que andarse con cuidado porque entre lo sublime y lo ridículo apenas hay un paso.
Podríamos representar, a la hora de entrevistar desde nuestra privilegiada y mullida condición de inquisidores, un melodrama en pleno desarrollo: podríamos convertirnos en la encarnación de un juez en día de paseo, sin toga ni birrete, dispuesto a sacar la espada justiciera en cualquier momento del diálogo.
Cierto: la palabra puede resultar mil veces más dañina que la espada, si tienes suficientes datos a la mano y ejerces tu precaria libertad de expresión con cierta irresponsabilidad.
En cualquier clase de terreno donde nos movamos, sea cual sea la fuente –sucesos, política, economía, cultura−, el ejercicio de la libertad de expresión puede ser, en manos poco escrupulosas, un arma arrojadiza. La entrevista también puede ser un producto de compra-venta. Por eso el italiano Furio Colombo corta por lo sano y se pone un tanto receloso con el género:
Cuando no es indispensable, cuando no es el único modo de obtener una noticia o de llegar a una revelación, la entrevista es una pérdida de tiempo en televisión, y una página despilfarrada en el diario. A menos que sea un favor debido. En tal caso es ajena al periodismo.
Nos movemos en este género fronterizo entre la oralidad y la escritura, lo cual quiere decir que nuestros oídos deben permanecer atentos a lo que dice y cómo lo dice el otro. No somos jueces en un día de picnic. No somos dueños de ningún terreno. Somos gente que pregunta. El único privilegiado es el tercero fuera de escena: el lector.
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