Esta segunda parte habla del tratamiento reverencial hacia la figura del entrevistado por parte de periodistas quizás propensos en extremo a dejarse arrastrar por el halo de autoridad. O por la fama, que viste de gala y pone pedestales. También se habla del rol de los lectores, que alguna responsabilidad han de tener ante el hecho que representa la entrevista
El lector es un fisgón. Tendrá la oportunidad de atisbar por una rendija en la habitación del personaje entrevistado, sea una superestrella del rock o un mandatario en el descanso de una cumbre de Naciones Unidas. Podrá verle sus ademanes jactanciosos y escuchar su voz de de cerca. Estará detrás, azuzando al reportero a que le apriete un callo para rebajarle tanta autoridad o gloria; buscando que le saque algún trapito al sol del mediodía.
Estando allí en la comodidad de su sillón desde el cual lee y atisba, ¿puede verse a sí mismo en su responsabilidad? ¿Tiene el suficiente espíritu crítico para hacerse preguntas sobre el hecho al que asiste? ¿Tendrá opinión sobre el tratamiento que le da el periodista al entrevistado? Hablo del lector. Sobre él deseo hacer recaer un tímido foco pues también tiene arte y parte en el periodismo que nos damos los venezolanos.
Por ejemplo, ¿se pregunta él si la entrevista que está leyendo resulta reverencial, edulcorada, maniquea, pretenciosa, perdonavidas? ¿O tremendamente agresiva, como si el periodista se metiera en una atalaya desde la cual dispara al enemigo?
La verdad es que en el periodismo nacional es más fácil encontrar ejemplos de entrevistas reverenciales que de las otras. Saco a colación una bien antigua, del área financiera. El Banco Nacional de Descuento fue una verdadera olla de corrupción privada. Fue el primer banco en Venezuela que se puso a crear empresas propias para pagarse y darse el vuelto. Pero ¡ojo!, se pagaba y se daba el vuelto con el dinero de los ahorristas.
Eso sí, era un gran anunciante en los medios.
Un diario publicó algunos meses antes de su intervención una entrevista al presidente de la entidad que comenzaba así:
Hombre en cuyo rostro se percibe la adusta serenidad de quien ha hecho camino al andar, y ha dejado impresa la huella de sus actos como experiencia digna para que la sigan quienes en él han visto un ejemplo de pragmatismo, de idoneidad y rectitud (…). Y a su lado, un joven economista cuyas aptitudes para la gerencia exitosa le han valido la confianza del autor de sus días.
Ese joven economista con aptitudes para la gerencia exitosa apuntaba al hijo del banquero, llamado popularmente Jota Jotica, un individuo que hasta donde supe tuvo que ser tratado en una clínica española dedicada a la esquizofrenia. ¿De qué sirvió tanta adulación si la realidad le llevaría la contraria de manera tan contundente al periodista y al periódico? Sin embargo, ese periódico jamás perdió credibilidad ni lectoría.
Un titular decía en enero de 1994, a ocho columnas: EL BANCO LATINO SE RECUPERARÁ. Era la santa palabra de la presidenta del Banco Central, Ruth de Krivoy, y del presidente de Consejo Bancario, José Bouza. Ambos se pusieron de acuerdo para mentir. Ambos fueron entrevistador por los periodistas que, sin contrastar para nada sus palabras, reprodujeron sin chistar sus “declaraciones”.
Pero lo reverencial también puede verse en las páginas culturales. Y también esas páginas de entrevistas a personajes de la cultura pueden mentir. No necesariamente por culpa de los entrevistados (aunque a veces sí). Por ejemplo:
«Héctor Aguilar Camín es el arquitecto de un universo literario perfecto».
Decía una entrevista publicada en el suplemento Siete Días de El Nacional, no hace tanto tiempo”. Sí, desde luego, Aguilar Camín es un buen escritor, pero…o creo que sea dueño de un universo literario perfecto, sencillamente porque de la única persona que se puede decir eso en idioma español es de Miguel de Cervantes, pero es muy tarde para decirlo en un periódico porque eso ya se sabe desde hace más o menos cinco siglos.
De modo que la adulación o ese sesgo reverencial pueden esconderse en cualquier sección del diario. Y se nota más la sumisión ante el entrevistado si el escenario es la televisión. Pero repito la pregunta: estando allí detrás, fisgoneando desde la penumbra la escena de la entrevista, ¿puede el lector verse a sí mismo? ¿Tiene el suficiente espíritu crítico para hacerse preguntas sobre el tipo de preguntas que hace el entrevistador? ¿Construye su propia opinión no sobre el entrevistado, sino sobre el hecho de la entrevista?
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