Jimmy Prado es el cuidacuartos del equipo Tiburones de La Guaira: lleva más de tres lustros trabajando en el circuito rentado del béisbol venezolano, tiempo en el que limpiar zapatos, asear uniformes y comprar comida para otros se ha convertido en su rutina; una práctica inusual para este marabino que confiesa que jamás lavó ropa en su casa
Nellyan Pedrique
La Liga Venezolana de Béisbol Profesional establece que la jornada oficial de descanso para los ocho equipos integrantes del torneo será los días lunes de cada semana; sin embargo, allí estaba Jimmy Prado en el clubhouse de los Tiburones de La Guaira, en el Estadio Universitario de Caracas, vestido con unos bermudas negros, sandalias azules −o cotizas, como las llaman en su natal Maracaibo− y una franela azul, que lleva bordado un escualo en su parte delantera en alusión al conjunto del cual forma parte desde hace nueve años.
Un pasillo de veinte metros de largo donde se ubican los armarios de los 32 peloteros de la nómina varguense, un gimnasio, una habitación equipada con dos lavadoras industriales y tres secadoras, y un baño con siete regaderas e igual cantidad de lavamanos, constituyen el lugar de trabajo de este hombre de 48 años de edad. Es allí donde podrán encontrar a Prado a casi cualquier hora. «Este es mi reino. Acá paso la mayor parte del día durante tres meses», dice este hombre de tez blanca, baja estatura y un rostro que, a las diez de la mañana, muestra indicios de cansancio.
—¿Cómo prefiere que lo llamen: cuidacuartos o jefe de clubhouse?
—Es la misma cosa, aunque el nombre bonito es jefe de clubhouse, soy un cuidacuartos y tengo diecisiete años siéndolo.
En 1993, su hermano Alex Prado, quien trabajó por dos décadas para las Águilas del Zulia, lo convenció para que se uniera al equipo, época en la que Jimmy atendía un kiosco que había heredado de su padre, pero los ingresos no alcanzaban para mantener su hogar. Allí Jimmy laboró por ocho años hasta que en 2001 decidió unirse a Tiburones de La Guaira como asistente del clubhouse, y hace dos años le concedieron la jefatura del departamento.
—¿Cuál es el requisito indispensable para ser un cuidacuartos?
—Para trabajar acá hay que ser cien por ciento honesto. Los peloteros nos confían cosas de mucho valor, relojes de catorce millones, cadenas de oro, pacas de dinero, etcétera. Cada jugador guarda sus cosas en una cartuchera y me la entrega, todo eso lo guardo en un cajón con llave. Mientras ellos juegan, yo superviso sus pertenencias. Si algo se pierde la responsabilidad cae sobre mis hombros.
—¿Cómo es un día en la vida de Jimmy Prado?
—Es largo. Mi jornada inicia a las 7:30 de la mañana y termina a las 3:00 de la madrugada del día siguiente. Tengo que establecer el orden y mantenimiento del clubhouse. Debo tener los uniformes limpios, guantes, zapatos, la ropa interior, las toallas; es decir, todo el vestuario de los peloteros. También me encargo de la alimentación. Ellos siempre me piden comida, los condenados no almuerzan en su casa sino aquí, yo tengo que cuadrar todo eso. «No, que quiero una milanesa; no, yo quiero un arroz chino», entonces eso se anota y debemos salir a comprarlo. También somos niñeras, muchos de los peloteros vienen con sus hijos y mientras ellos están jugando, nosotros tenemos que cuidarlos y darles comida.
— ¿Cuántas personas lo ayudan?
—Somos siete personas. Nosotros hacemos todo, aquí los peloteros son como unas divas, no hacen nada. Son como los hijos malcriados, lo que hacen es comer y ensuciar (risas). Quieren ser como un maniquí. Bueno, como todo muchacho siempre quieren estar de punta en blanco.
— ¿Cómo es la rutina cuando viaja con el equipo?
— Viajamos cuatro personas cuando tocan las giras en otros estados. Allá es más difícil, la gente cree que uno vaguea y es todo lo contrario, no tenemos las lavadoras ni secadoras, pero he hecho contactos en cada ciudad y me ayudan. Tengo los teléfonos de las lavanderías, los llamo y ellos saben cómo es. No es fácil, no se lavan tres camisitas y dos pantalones. Además, los peloteros me llaman en la madrugada y me preguntan en qué habitación estoy, me piden comida, bebidas alcohólicas. Hay veces que tienen emergencias y lo llaman a uno, o si tienen alguna diligencia que hacer.
Su segunda casa
Con una risa en su cara, Prado confiesa que fue muy consentido y nunca hizo quehaceres, por lo que al principio fue duro cumplir con las actividades. Ahora, es ese enorme sótano al que llama su “hogar lejos de casa” y los peloteros son sus familiares.
—¿Cómo es su relación con los jugadores?
—La relación generalmente es excelente, aunque es difícil llevarse bien con todos. Aquí uno debe ser psicólogo. Todos tienen distintas personalidades y gustos, pero siempre tratamos de complacerlos. Por ejemplo, Francisco Rodríguez [lanzador de los Tiburones de La Guiara] es muy temperamental, hay que saber cómo tratarlo. Gregor Blanco [jardinero central del equipo] quiere que se le cambie su camisa porque le queda un poco ancha. Varios compañeros han dicho lo mismo. Habrá que buscar un sastre para acomodarles los uniformes y les coja las medidas.
— ¿Y cómo se entiende con los jugadores extranjeros?
— A rasguños, yo entiendo el inglés, pero no lo hablo y busco un traductor. Los importados son como cuando uno llega a una fiesta, llegas penoso y callado, pero a las dos horas ya hasta te quieres meter al cuarto del dueño de la fiesta. Ellos, después que agarran confianza, se les olvida la pena.
— ¿Cree que su trabajo no es suficientemente valorado?
—Nuestro trabajo es anónimo, poca gente sabe lo que hacemos. Ellos creen que los peloteros salen a jugar y ya está. Pues no, cuando ellos terminan de jugar es que empieza lo bueno. Esto parece una fiesta por el desorden, nosotros montamos una fiesta como para 60 personas diariamente. Pero sí hay personas que lo reconocen: peloteros y dirigentes que lo valoran.
La vida sin béisbol
La labor de Jimmy Prado como cuidacuartos se inicia cada octubre y puede culminar el primer o segundo mes del siguiente año, pues depende de la actuación de su equipo en el campeonato. Al finalizar la campaña, Prado vuelve a Maracaibo donde vive con su esposa e hijos de 19 y 17 años de edad.
—¿Qué hace cuando termina la temporada?
—Trabajo esos ocho meses en mi kiosco, allí vendo revistas, periódicos, agua mineral, lotería, etcétera. Mi esposa es quien lo atiende cuando yo estoy acá en Caracas. Extraño mucho el béisbol en ese tiempo.
—¿Qué es lo que más extraña?
—La platica, me vengo es por eso. Acá consigo una buena cantidad de dinero, se gana muy bien, no por el sueldo sino por la propina que nos dan los peloteros. El que cobra menos, un novato, gana mensualmente cinco millones, hay otros que ganan hasta 150 millones. Es algo casi obligatorio porque nosotros nos hacemos cargo de cosméticos, frutas, comida antes del juego, hidratación, chicles y otras cosas.
—Si no fuese cuidacuartos, ¿qué le hubiese gustado estudiar?
—Si no hubiese trabajado en esto me hubiese gustado ser como dice Jaimito en un chiste: un estúpido. El profesor le preguntó a Jaimito qué quería ser cuando fuera grande, él le contestó: «Un estúpido, profesor, porque cuando mi papá ve a esos ricachones regar las matas de sus mansiones, dice: ‘Ahí está el estúpido ese’».
—¿Y qué piensa su familia de su trabajo?
—Me apoya. Mi esposa siempre me dice «oye, que empiece rápido la temporada, necesitamos la platica porque tenemos que comprar esto, aquello…», así como piensan todas las mujeres.
—¿Vale la pena durar tres meses sin ver a su familia?
—Ese es el precio más alto que tengo que pagar, estar lejos de mi familia. Amo mi trabajo porque me encanta el béisbol y es algo distinto a mi rutina de Maracaibo, pero si los tuviese aquí todo fuera más fácil.
Al hablar de su familia, Prado no recurre a su repertorio de chistes. Su rostro risueño se cubre de tristeza, se quita los anteojos y comienza a jugar con ellos, desvía la mirada hacia el suelo y su voz se torna seria.
—¿Qué sería del equipo sin ustedes?
Sus bromas aparecen de nuevo y recupera la compostura que perdió por algunos minutos al recordar sus seres queridos.
—El equipo sin nosotros sería como los ricos sin los pobres y los pobres sin los ricos. Si ellos no ensuciaran y fueran ordenados, no estuviéramos nosotros. Ellos limpiaran sus zapatos y su desorden. Ellos sin nosotros no podrían salir al juego; no lo habría, a menos que jugaran desnudos.
Bello Mi Esposo , El es el mejor : Jefe de Club Hause .. ♥ Excelente Entrevista ..!!