Caballero ante Dios

El historiador y periodista Manuel Caballero falleció en Caracas ayer domingo 12 de diciembre. En 2007, y gracias a la gestión de Simón Alberto Consalvi, El Nacional publicó — bajo el sello Fuera de Serie— una semblanza escrita por la licenciada Vanessa Peña que fue presentada como tesis de grado en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello. Manuel Caballero: militante de la disidencia es el testimonio vital y vitalista de un hombre dedicado al país, que narró el siglo XX y sus personajes con inquieta pasión y asistió a la primera década del siglo XXI desde la alarma ante la repetición de un error histórico. Las palabras con las que cierra este capítulo dan cuenta de una actitud que lo define: incluso ante Dios, Caballero, a estas horas, habrá ya hecho escuchar su voz de desacuerdo

Vanessa Peña

Ha cesado la lluvia cuando faltan escasos minutos para las ocho de la noche. La entrevista se ha extendido más de lo acostumbrado. Entre las preguntas que contempla la agenda de la joven periodista, el teléfono que ha interrumpido un par de veces, las anécdotas de Barquisimeto, las baterías que han debido reemplazarse en el grabador, los chistes —ni tan malos— de Caballero, lo que le dijo Carlos Andrés Pérez cuando lo conoció, el aborrecimiento del militarismo y los recuerdos de su matrimonio, el entrevistado debe estar aburrido de tanto hablar, ¡pero hay que ver con cuanta caballerosidad lo disimula!

A don Manuel le agrada la cercanía con los jóvenes. Con mucha facilidad se acerca a ellos y llega a considerarlos sus amigos, lo cual se debe, quizás, a sus años de experiencia como docente. En 2001, tres años después de alcanzar su jubilación académica, recibió el Premio Bienal Simón Bolívar, otorgado en la universidad del mismo nombre, como reconocimiento a su trayectoria universitaria.

Ahora él y su biógrafa conversan sobre historia. Don Manuel parece tener un romance con la historia venezolana del siglo XX: es una de sus pasiones. Es un historiador que observa la realidad venezolana y los presenta ante el lector a través de un texto analítico e interpretativo, salpicado con sus juicios de valor. Es un historiador de lo actual. De acuerdo con algunos colegas, hoy existe una carencia importante en el estudio de la historia contemporánea de Venezuela. Uno de los pocos que, precisamente, se dedica a esta vertiente es Manuel Caballero, quien en 1994 obtuvo el Premio Nacional de Historia por la publicación de Gómez, el tirano liberal, uno de sus textos más elogiados.

—Si digo que Manuel Caballero es mi escritor favorito de historia venezolana del siglo XX cualquiera pensaría que es una pedantería mía, pero no es así. De esta historia no hay casi autores. Yo soy uno de los pocos que se ocupa de ella, prácticamente el único que se ha ocupado de eso, porque los historiadores le huyen a esta parte de la historia.

De acuerdo con Gustavo León, a la historia contemporánea de Venezuela “se le tiene miedo”, y son contados quienes se atreven a escribirla. Manuel Caballero ha impulsado el estudio sistemático de la contemporaneidad y ha echado por tierra “ese vicio que tenemos los historiadores de esperar a que pase cierto tiempo para escribir la historia reciente, porque la mayoría de los sujetos y actores están vivos y es difícil hacer juicio de ellos. Si ha habido algún momento en el que se ha necesitado la pluma de los historiadores para hacer comprender a los venezolanos lo que está ocurriendo en el país, es éste. Y eso es precisamente lo que ha hecho Caballero”.

Con León coincide el escritor Rafael Arráiz Lucca —máster en Historia por la Universidad Católica Andrés Bello—, quien afirma que existen sólo tres textos para el estudio de la historia política del país: Evolución política de Venezuela, de Ramón J Velásquez, Las crisis de la Venezuela contemporánea (1903-1992), de Manuel Caballero, y La política extraviada: una historia de Medina a Chávez, de Andrés Stambouli. “Y ya. No hay mucho más. La historia venezolana del siglo XX está un poco huérfana. Hace falta que otros nos dediquemos a ella, tal como lo ha hecho Caballero, y en este sentido su contribución con el campo de la historiografía ha sido importante”.

La dilucidación del siglo XX venezolano pasa por las obras de Manuel Caballero. En palabras de Elías Pino Iturrieta, la vida política del país se ha esclarecido a través de sus investigaciones:

Sus libros sobre las crisis continuas de la Venezuela contemporánea, sus investigaciones sobre Gómez y el gomecismo y su estudio de Rómulo Betancourt son imprescindibles para el entendimiento de todo lo que ha ocurrido en Venezuela desde 1900.

El aporte fundamental de Caballero ha sido, a su juicio, el descubrimiento de los rasgos esenciales de la sociedad venezolana, principalmente de la política venezolana del siglo XX. Pino Iturrieta señala que algunos historiadores sostienen que el siglo XX aún no es historia porque está en desarrollo. “Los más meticulosos han guardado distancia con lo más cercano. Prefieren estudiar temas del siglo XIX y no meterle el dedo a la llaga que nos toca muy de cerca”. Sin embargo, señala que en la actualidad el temor de los historiadores a escribir sobre lo contemporáneo se está reduciendo:

A raíz del fenómeno Chávez se ha despertado muchísimo interés. Los libros sobre la investigación contemporánea se publican cada día más y tienen más lectores. El último libro de Caballero —Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica— voló porque los venezolanos están frente al enigma de su existencia, frente a las cosas que pasaron ayer y que están viviendo.

Además del estudio de la contemporaneidad, don Manuel se distingue por su formación política y su condición de periodista. A diferencia de otros que se formaron como historiadores desde el primer momento, Caballero se hizo historiador cargando sobre sí una amplia trayectoria política, al mismo tiempo que ejercía el periodismo como oficio. Es por ello que en su manera de pensar la historia y de escribirla tiene un peso significativo su experiencia política y su destreza periodística. A este respecto, Inés Quintero —quien duda de la existencia de otro historiador venezolano que haya dedicado tanto tiempo y pensamiento al siglo XX como Manuel Caballero— apunta que “sin duda su labor como periodista ha tenido un efecto positivo sobre la agudeza de sus escritos y la puntillosidad con la cual se ha ocupado del siglo XX venezolano”.

Es cierto: el discurso de don Manuel ha estado impregnado de la tinta del periódico. Para Germán Carrera Damas, Caballero es un historiador en cuyo enfoque de la realidad histórica participa frecuentemente su espíritu de periodista. Dice:

Manuel tiene un fiel sentido de la historia que combina con su olfato periodístico. Por ejemplo, le gusta subrayar circunstancias espectaculares en la historia y coloca títulos atractivos, lo que no quiere decir que sea incorrecto. Es, simplemente, otro enfoque de la historia. Él tiene una prosa grata, aunque a mí a veces me choca, pero es cuestión de gustos.

La sencillez y la amenidad que caracterizan la pluma de Caballero son, precisamente, los canales a través de los cuales ha logrado presentar una historia moderna comprensible, logrando captar cada vez más lectores. Sin embargo, la comprensibilidad del discurso no es el único rasgo meritorio de su trabajo. Arráiz Lucca lo define como un historiador en el que conviven “lo ameno de una escritura producto de la práctica periodística y el rigor científico de la historia”. La rigurosidad en la investigación es otro de los aspectos más destacados en su labor historiográfica, tal como reconocen Carrera Damas y Arráiz Lucca. También Pino Iturrieta lo considera así:

Caballero tiene un método de trabajo escrupuloso.

Don Manuel es un escritor infatigable, aunque él mismo dice ser “un vago perdido”. Sin duda que miente. Una evidencia de ello es la cantidad de libros que ha publicado desde 1970, cuando apareció El desarrollo desigual del socialismo y otros ensayos polémicos. A partir de entonces ha sido un intelectual las 24 horas del día. Es un ávido lector y un prolífico escritor. Además, tiene algo que caracteriza a los buenos escritores: un ego desmesurado. Quienes son sus amigos no pierden oportunidad para hacerle chistes por ello, e incluso él bromea al respecto.

Es también polemista y gran provocador. Es un escritor que reta permanentemente al lector con la intención de despertar su interés, provocarle incomodidad o incitarlo a reflexionar. En todo caso, lo hace para generar una respuesta. A este respecto, María Soledad Hernández asegura que Caballero cumple un rol significativo en la actualidad política nacional: “En un país donde lo que predomina es el olvido y la desmemoria, él ha logrado engancharnos, apegarnos a nuestra historia, y sobre todo lo ha hecho con las nuevas generaciones”.

Con cada libro que publica y cada artículo dominical, Manuel Caballero libra una batalla a favor de la historia —“la memoria colectiva de la humanidad”—, con el propósito de evitar que los venezolanos sigan cometiendo los mismos errores del pasado. En opinión de León, en cada línea que Caballero escribe hay una pelea por la libertad y un permanente cuestionamiento de los hechos que han motorizado la historia venezolana. “Él es un historiador militante que vuelve la historia un instrumento de combate por la libertad, y con la actitud beligerante que lo caracteriza se opone a un hombre, se levanta contra el autoritarismo y se enfrenta a cualquier culto a la personalidad. Y es un hombre que, a su edad, podría ser más bien conservador, pero su pensamiento está más irreverente que nunca”.

Desde hace algún tiempo don Manuel dejó de pensar que la historia evoluciona siempre positivamente: el ejemplo más claro que tiene lo encarna Hugo Chávez, quien, a su juicio, significa un gran cambio, “pero un gran cambio hacia atrás, una involución”. Y hasta que Venezuela dé un giro distinto, el tábano que habita en don Manuel permanecerá al acecho, con el aguijón levantado e inconmovible. Aquel enérgico Manuel Antonio Caballero que se inició en la vida política venezolana el 24 de noviembre de 1948, combatiendo a un régimen militar, y que a partir de entonces se ha opuesto a todos los gobiernos venezolanos, está cerca de los 75 años y continuará “dando la pelea hasta el último momento”.

Falta poco para las ocho de la noche y don Manuel continúa sentado frente a su biógrafa. Ha comenzado a aburrirse. Bosteza, se peina con una mano el denso bigote, vuelve a bostezar, voltea a un lado y a otro, se hace más parco ante una nueva pregunta y, mientras se le escapa un siguiente bostezo, está por creer que la  entrevistadora no lo dejará dormir esta noche, pero aún así sigue mostrándose receptivo ante sus interrogantes. Ella ha notado su aburrimiento y le anuncia que resta una última pregunta. Y don Manuel le devuelve una sonrisa que delata la sensación de alivio que lo invade. ¡Ya era hora!

—La verdad es que no sé cuándo dejaré de oponerme a un gobierno. No creo que vaya al cielo, pero si voy allá seguro que me opongo a Dios, porque yo no soporto a ese señor, que es el todopoderoso. Y si voy al infierno… la verdad es que le tengo mucha admiración al diablo porque es el primer insurrecto de la historia y todo el mundo lo ve maldito, pero qué va… si lo veo tratando de meter a un pobre diablo en una paila me le voy a oponer así sea yo el que termine frito.