Hace 16 años la fama se le escondió tras las botellas de alcohol y el abandono. En Tailandia, donde disputó por última vez el título mundial, alzó su brazo para decirle adiós a su carrera deportiva. El hijo del único venezolano ganador de una medalla de oro en las Olimpiadas, Francisco “Morochito” Rodríguez, ya no lucha cuerpo a cuerpo pero ahora pelea contra la soledad
Andrea Montilla
Su nombre se borró el 12 de noviembre de 1994. Desaparecieron sus viajes, el acoso de la prensa, la bendición del vientre materno y el himno nacional. En lugar de la gloria, queda un saco invisible de boxeo: un trozo de cuerda colgando del tubo. Una vieja bicicleta oxidada quedó estacionaria indefinidamente. La carrera deportiva de Carlos Rodríguez se detuvo en el tiempo de la soledad y los retazos del éxito sólo quedaron desperdigados en su memoria.
El silencio parece que separa al antiguo Club Gimnástico Venezolano del resto del parque Los Caobos. Allí se alza unos cincuenta centímetros por encima del suelo una especie de antigua parrillera en el que ahora el ex boxeador apila su ropa. A un lado, dos casetas abandonadas. En una de ellas, de nueve metros cuadrados aproximadamente, duerme Carlos, oriundo de Ciudad Bolívar. Él fue uno de los primeros deportistas que entrenó en el lugar. Hoy día, el hombre, que ahora tiene 49 años de edad, vuelve al sitio que lo vio ascender como campeón nacional de boxeo, según él porque Dios lo trajo y le dijo: “Métete ahí en ese hueco”.
Sentado en el borde del cemento que eleva al gimnasio por encima del parque, Rodríguez no permite mayores acercamientos físicos. De un ex pugilista se esperaría un fuerte apretón de manos: nada más errado. Su palma apenas estrecha delicadamente la de su interlocutor, sosteniendo por un instante la punta de los dedos del otro. Tan sólo se le pregunta la razón por la que su vida cambió de rumbo y sus ojos color verde selva tratan de contener las lágrimas.
— ¿Por qué decidió venirse de Ciudad Bolívar a Caracas?
—A buscar horizontes. Allá no tuve esa formación, esa mejor calidad de vida. No estudié porque salí de un campo. Entonces dentro del boxeo descubrí que en Caracas iba a encontrar algo y a eso me vine aquí.
— ¿Y encontró ese “algo”?
—Sí, en el boxeo. Creo que eso nació conmigo, esa fue mi rama. De todos mis hermanos, de una familia humilde, yo agarré esa carrera. Del maltrato, de la carencia, del dolor, agarré el boxeo. Y después descubrí que había talento, que había ese muchacho brillante.
— ¿Del maltrato?
—Se veía el dolor de mi familia. Ese hombre que me engendró, que nos golpeaba, llegaba alcohólico. Eso me llevó a agarrar una carrera difícil como es el boxeo. Es el deporte que le ha dado más gloria al país y es el deporte maltratado.
— ¿Cómo lo afectó el haber sido maltratado físicamente por su padre?
—Eso me dio el impulso. A pesar de que veía a mi papá que llegaba rascado y nos pegaba, yo dije: “Tengo que ser alguien en la vida, tengo que escribir un nombre”. ¿Y cómo lo escribí? Estuve en la escuela de jinetes, fui corredor y actor. Después me decidí por el boxeo.
— ¿Usted cree que en el país se discrimina al boxeo?
—El boxeo es lo que le ha dado más gloria a Venezuela. Nosotros tenemos cinco medallas olímpicas y es el deporte más opacado. Lo que es natación, lo que es béisbol, lo que es baloncesto, lo que es fútbol, eso sí lo muestran. Al boxeo no lo apoyan. Es discriminado porque lo quieren eliminar. Aquí estoy, solo.
ESTABA EN LA SANGRE
Carlos no tiene el apoyo de su familia. Sus tres hijas, todas adolescentes, viven en las Fuerzas Armadas con su ex esposa, bajo el subsidio del Estado. A su padre no quiso mencionarlo, sólo revela el nombre de su progenitora: María Benita. Lo cierto es que el parecido con su antecesor es indudable: Carlos es hijo del único venezolano ganador de una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, Francisco “Morochito” Rodríguez.
Su mirada se mueve para todos lados y para ninguno al mismo tiempo. Busca un pasado que se fue y que intenta traer al presente. Por eso sus silencios son largos y pausados. Sólo cuando habla de su época deportiva, su rostro revela una ligera sonrisa. Recuerda que de Venezuela —donde ganó el campeonato nacional de boxeo en peso-paja en 1988—, viajó a México, Panamá, Puerto Rico, Nicaragua, Filipinas, Estados Unidos, Canadá y, finalmente, Tailandia, país en el que disputó el título de campeón mundial de boxeo en la categoría de peso minimosca el 12 de noviembre de 1994.
— ¿Cuál fue su mejor momento en el boxeo?
—Una de las cosas más hermosas fue cuando llegué a México y cantaron el himno nacional de Venezuela. Yo usaba el cabello largo y un zarcillo [muestra el pequeño agujero en el lóbulo de su oreja izquierda, donde antes iba el pendiente]. Pero lamentablemente la vida me golpeó, me noqueó.
En cada competencia ganada, el premio rondaba los sesenta mil dólares (equivalentes a 258 mil bolívares fuertes). En su última victoria en el exterior, recibió 120 mil dólares (unos 516 mil bolívares fuertes). Al referirse al destino del dinero, explica que se perdió porque no supo administrarlo. “Eso lo gasté en novias y en bebida”.
RECHAZO DEL ESTADO
Actualmente, Rodríguez se desempeña como coordinador deportivo en la empresa estatal Petróleos de Venezuela, S.A (Pdvsa). El ex boxeador dice que el presidente Hugo Chávez le regaló una casa en El Junquito a comienzos del primer período de gobierno. Además, el Estado cubrió parte de los costos de su rehabilitación en la clínica Residencia Humana, ubicada en San Bernardino, donde estuvo internado durante dos meses para superar su adicción al alcohol.
— ¿Por qué vive en la calle?
—Porque quedé solo y perdí todo. Para mi pueblo no voy a volver a ir. Yo soy venezolano y puedo permanecer en un parque porque soy parte del Estado. Puedo vivir aquí tranquilo y, de hecho, yo soy fundador de esto. Yo caminé aquí cuando esto era de tierra. La soledad es dura, estar metido en el cuarto, encerrarse, pero sé que voy a salir de aquí.
—¿Y su trabajo en Pdvsa?
—Sí, trabajo allí, pero ya renuncié a eso. Yo he ido, pero realmente no quiero saber nada de ellos. Lo dejé todo, hasta la casa que me dio Chávez en El Junquito. No quiero tener nada de ellos. Y me siento bien aquí, encuartado ahí, solo, pero me siento bien. Estuve internado en una clínica y para allá nadie fue. Ahorita tenemos una reunión con el ministro de Deportes, el muchachito éste, Héctor Rodríguez, pero no quiero estar. No voy a dejar que me sigan utilizando, ya está bueno de que sigan usando mi nombre.
— ¿De qué forma lo utilizan?
—Dicen que si “Carlitos Rodríguez, gloria deportiva”, que si esto, que si lo otro.
— ¿Cómo hace para defenderse en la calle?
— [Ladea un poco la cabeza y sonríe con gesto inocente] Con humildad. Realmente no soy una persona agresiva, nada de eso. Ando con respeto, seriedad y comportamiento. Si veo cualquier cosa sospechosa, me voy.
EL POETA SILENTE
El tiempo dejó su huella en el rostro moreno de Rodríguez. Las arrugas aparecen, no así el blanco de su cabello: es de un negro abundante, salpicado apenas por algunos destellos de canas. Parece el fiel reflejo de su padre, medallista de las Olimpíadas de México en 1968: tiene pronunciados surcos en la frente cuando se muestra serio, labios que casi forman una línea recta y la nariz acentuada a los lados.
El hombrecito de 56 kilogramos y 1.65 centímetros de altura ya no luce como antes, pero se siente sano. Aun cuando la práctica boxística quedó atrás, ha empezado a entrenarse en una de sus actividades de ocio: la literatura. Rodríguez aprendió a leer y a escribir en la Misión Ribas. Le gusta la poesía de Pablo Neruda, quien es su poeta favorito. Ahora escribe el borrador de un cuento de su propia autoría, pero del cual que no quiso adelantar muchos detalles: “Es sobre una jovencita que intenta subir unas escaleras, pero le cuesta porque carga unos tacones altotes, y así va”.
— ¿Y cuál es su música preferida?
—Reynaldo Armas y la música de la vieja, de la romántica. Los Terrícolas, Los Ángeles Negros, Camilo Sesto.
— ¿No le gusta algún otro deporte?
—Yo fui jinete, estuve en la escuela de aprendiz allá en Ciudad Bolívar. Lo que pasó fue que tuve un accidente en un caballo y estuve hospitalizado, pero Dios me dijo: “Levántate que yo no te quiero para que tú te montes en un caballo, sino para que boxees”. Él quiso que boxeara. Cuando Dios te pone a ti un propósito, tienes que seguirlo.
Asegura que la bebida es su único vicio. Así parece confirmarlo un cartel de “No fumar” que se encuentra incrustado a un lado de su vivienda, una habitación oscura de unos nueve metros de largo y de ancho. Desde afuera, a unos tres pasos de su lugar privado, se ve una vieja pancarta gubernamental que señala algo sobre la integración de los pueblos. La propaganda cubre parte de la pared que está frente a la única puerta, ya inexistente.
ADIÓS AL BOXEO
Con un pantalón azul marca Adidas y una chaqueta beige de botones que delata su pecho desnudo, Rodríguez hace alarde de sus logros: “Usted puede preguntar ahí en el Instituto Nacional de Deporte y decir: ‘Yo le hice una entrevista al primer campeón nacional de la historia del boxeo venezolano’. Desde el vientre de mi madre venía con esa bendición”.
El ex boxeador cuenta que antes los periodistas “se mataban” para conversar con él después de cada pelea, porque los contratos no le permitían ofrecer declaraciones a la prensa. “Tú estás ahora privilegiada”, le dice a su entrevistador.
Su retiro del boxeo profesional, en 1994, se debió a problemas familiares. “Ahí alcé la mano, después de que estuve en Tailandia y le besé el piso a los tailandeses, y dije: ‘Hasta aquí llego, adiós al boxeo’”.
— ¿Y ahora a qué se dedicará?
—Quiero trabajar con los muchachos, con la comunidad, enseñarles mi carisma y mi visión, pero estoy pasando por una cosa dura ahorita, aunque los muchachos todavía vienen. Trabajo con ellos y los ayudo sin cobrarles. “Mire, quiero ser como usted”, me dicen. Aquí tengo unos muy buenos peleadores y boxean como yo. Hay uno que dicen que es mi hijo, pero no lo es. Es igualito.
Rodríguez cree que la sangre del boxeo que corre por sus venas atrae a los jóvenes novatos. Frota sus manos fuertemente, palpando lo que aún está dentro de él: el instinto de pelea. Mientras dramatiza el instante en el que se despidió de su carrera deportiva, cuando alzó su brazo en señal de negación a continuar luchando, saluda a Carlos, un hombre moreno con voz de ultratumba que pasa sosteniendo el peso de un saco de malla lleno de latas de aluminio.
Me gustó. Es uno delos mejores textos que he leído en Hable conmigo. Me gustó la forma limpia y sin pose con que armó la entrevista, y como el diálogo fluye haciendo creer que fue muy fácil hablar o hilar la conversación con uno de estos seres marginados, apartados, cuando en realidad es todo lo contrario: es difícil. Allí el mérito, que la conversación fluya, que la palabra no se sienta, que atrape al lector. Felicitaciones a Andrea Montilla. Sólo una pregunta ¿el entrevistado habló de la categoría peso-paja? porque esa categoría, que yo recuerde, no existía en el boxeo. Mis saludos.
Hola, Mirtha. Me alegra tener feedback y que, por supuesto, te haya gustado la entrevista. Sí fue bastante difícil enlazar todo, especialmente porque el personaje tenía dificultades para concentrarse al hablar.
Con respecto a tu pregunta, el entrevistado sí se refirió a la categoría peso-paja durante la conversación. Incluso, mencionó el término «paja» con cierta verguenza, pensando que decía una mala palabra.
Muchas gracias.
Conocí a Carlos hace años en el Barrio La Coromoto en los años 80. Un buen boxeador pero hay algo falso en esa entrevista. No es hijo de «Morochito» quien tiene 4 hijos y es mi amigo personal. Deberían corregir esa entrevista y documentar mejor la información.
Han transcurrido años desde que el.boxeador Carlitos R. levantó su brazo a pesar que le dieron la espalda su familia, ese primero de enero lo marcó mucho y lo llevó alabandono, al alcoholismo, el sufrimientos y la parte más importante ¿dónde estaban esos mánagers que cobraban x estar pendientes se su carrera? No le dieron una orientación ni la visión para que ese baluarte del boxeo no se abandonara como persona. Es lamentable y a veces se suicidan viendo el abandono. Espero que Carlos salga de eso ya no podrá boxear pero sí dar ejemplo deportivo a la nueva generación, impursarle buenos valores Suerte Carlos Rodríguez en tu nueva etapa de la vida.