El mundo tiene distintos tipos de personas, unas audaces y encantadas con la modernidad y otras tradicionalistas que añoran los tiempos de antes. Pedro Beroes es uno de esos que extrañan la Caracas de los techos rojos. Escribió distintos ensayos, sus más reconocidos son Tiempo y poesía de Ramos Sucre y La historia, pasión de comprender, homenaje a Ramón J. Velásquez. He aquí una entrevista imaginaria a quien está regado entre los muros y jardines de la Ciudad Universitaria
Sara De Santa Clara S.
El silencio acompaña a una brisa que obliga a abrigarse y que barre hojas que fueron verdes y otras que lo siguen siendo. Ese espacio cerca de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV), que se salva del alboroto de los estudiantes, recibió las cenizas de Pedro Beroes meses después de su muerte, cuando la Facultad de Humanidades lo pidió, pues Beroes fue fundador de la Escuela de Letras de la UCV y uno de los profesores e investigadores más queridos e influyentes que ha tenido la Facultad. Beroes se fue sin decir nada, el jueves 21 de diciembre de 2000 a los 91 años de edad. Se fue sin quejarse, se fue tranquilo.
Sencillo y pausado. Un caraqueño de principios de siglo, un hombre de ferrocarril, de largas charlas, de lento pasear. Un ratón de biblioteca. Un ser que solo viajó dos veces por avión, ambas con la urgencia de regresar al país. La primera cuando retornó al territorio nacional después de su segundo exilio en febrero de 1958 y, la segunda, cuando su hermano Juan Beroes falleció.
BEROES HABLA UNA VEZ MÁS
Luego de 10 años de su desaparición física Pedro Beroes vuelve en estas páginas para contar por qué decía que los historiadores son “repetidores de hechos pasados”, por qué el dulce alegra el alma, por qué los libros son lo más importante que puede tener una persona, y por qué las historias “solo valen cuando son bien contadas”. Beroes fue un hombre de casa, de amistades y familia. Un hombre que desarrolló un culto a la lectura y al saber.
Los intelectuales jóvenes sienten con inusitada frecuencia un deseo incoercible de novedades, de cosas raras y sorprendentes. Esperan descubrir, o al menos hallar en su camino, mundos desconocidos, inquietudes magnificas, que justifiquen a sus propios ojos la portentosa aventura de vivir y crear.
Eso afirma mientras coloca en su infinita biblioteca un libro viejo y que ha leído muchas veces, Don Quijote de La Mancha.
“Es posible afirmar, sin exagerar ni mentir, que los intelectuales jóvenes, por razones de sensibilidad, o tal vez, de mentalidad crítica, no suelen adaptarse fácilmente a su época”, concluye señalando cantidades de autores entre los que se encuentra Federico García Lorca.
LOS PLACERES DE LA VIDA
Con un libro en una mano y unos dulces italianos en la otra, llegaba Pedro Beroes todos los mediodías a su casa. Colocaba uno de sus tantos discos de música que, dependiendo del humor, era Mozart o Beethoven. Almorzaba y con una cuchara que sonaba con su plato, empezaba su propia sinfonía que no tenía otro objetivo más que el de preguntar, sin hablar, si habría postre.
Conocido en todas las librerías de la ciudad, visitaba por lo menos una vez al día Summa, Fondo de Cultura Económica, Lectura y Cruz del Sur. La relación con los libreros se volvió fraternal. Incluso cuando ya no se fiaban los libros, Beroes seguía con su crédito. Durante los últimos años a Beroes la ciudad se le volvió desconocida, no salía de su casa, no iba al cine; pero nunca dejó de leer. Tanto así, que los libreros le enviaban las últimas novedades a su casa para que Beroes las pudiera tener. “Raúl, envíame algo bueno, sorpréndeme”, dice cuando llama a la librería Summa de Sabana Grande.
EL PERIODISTA Y SUS EXILIOS
“Pedimos nueve mil bolívares prestados y sin darnos cuenta lo recuperamos todo. Todos nos leían”. Con ese dinero, él junto a Kotepa Delgado, Víctor Simone D´Lima y Vaughan Salas Lozada decidieron fundar el periódico Últimas Noticias.
Se transformó en un periodista influyente y reconocido. Invitaciones de todo tipo le llegaban a su escritorio, desde reuniones con presidentes y ministros, hasta los primeros viajes en avión a distintos destinos. Nunca viajó en esas oportunidades por el terror que le tenía a esos aparatos.
Fue uno de los participantes más jóvenes de la generación del 28. Contemporáneo, compañero y, en muchos casos, amigo de políticos e intelectuales del siglo XX venezolano. A pesar de ser de izquierda nunca militó en ningún partido, y por tener buenas relaciones entre las distintas cabezas de las diferentes tendencias políticas, muchas veces terminaba siendo mediador.
En 1948, un amigo, que era alto funcionario de la policía, le advirtió a Beroes que tenía que salir del país, porque varios periodistas estaban marcados para ser desaparecidos por el nuevo régimen que se estaba implantando. Él era uno de ellos. Sin pensarlo dos veces, Beroes se unió a los exiliados en México y con él, su esposa Conchita y sus hijos Elvira y Manuel. Lejos de las fronteras venezolanas nació su último hijo, Agustín. Solo volvió a pisar Caracas en 1958.
Desde su nueva casa escribió para El Nacional bajo el seudónimo Julio Caminos, porque Miguel Otero Silva le había pedido que lo acompañara en las páginas del periódico.
Regresé en febrero, fue la primera vez que me monté en un avión y eso fue porque el piloto era mi primo, el capitán Marcos Olivares. Volví al país hablando con él y se me olvidó que estaba volando.
EL ACADÉMICO
Beroes se graduó de abogado en la UCV, aunque nunca ejerció. Se dedicó al periodismo, a escribir ensayos y a leer. “Si a uno le gustaban las letras era la única opción de estudio”. Antes de empezar la universidad le dieron la oportunidad de estudiar en España, país que ama, le gustan sus costumbres, su música y en especial su literatura e historia. “No me fui a estudiar a España porque cuando le mencioné a mi madre ella me dijo: «Pedrito, pero eso queda muy lejos»”.
Al regresar de México lo llamaron para la fundación de la Escuela de Letras de la UCV, de la que fue director por doce años. Estuvo allí hasta que el Movimiento de Renovación Universitaria se apoderó de la Escuela y tuvo que salir. “Fueron días muy difíciles”, Beroes no aguantó estos cambios, lo hospitalizaron y estuvo deprimido por largo tiempo. Al finalizar y después de la intervención de la UCV, Beroes vuelve a la universidad, pero nunca quiso retornar a la Escuela de Letras, que según él lo había traicionado. Se dedicó a dar innumerables clases y seminarios a los estudiantes de historia.
A los ojos de esos repetidores de hechos pasados, el pasado se presenta como una sucesión de fragmentos que no tienen entre sí verdadera relación de causalidad.
Beroes asegura que la Historia es un proceso que solo se puede comprender a través del estudio de la literatura y las costumbres. Su tesis alega que el hecho individual es importante, pero no se puede estudiar aislado, sino que debe ser integrado a un sistema de causas y consecuencias. Las conversaciones y seminarios con los estudiantes de Historia tomaban esos rumbos en las aulas de la universidad, donde la crítica por parte de Beroes al tratamiento de la Historia nunca cesó.
EL CARAQUEÑO
Beroes nunca suda y los tirantes siempre están a la orden del día. En la puerta de su biblioteca que resguarda a más de 4 mil libros, está colgada una frase que siempre repite: “Un libro prestado es un libro estropeado”. Su culto a los libros no le permite prestarlos, “prefiero comprar uno adicional, para regalarlo, que dar el mío”, dice mientras coloca en su biblioteca sus últimas adquisiciones. Nunca raya un libro, tampoco los dobla. Hace anotaciones en fichas, que almacena, de cuándo fue leído y de las observaciones que tiene sobre el texto.
Es un hombre que camina lento, que no le gustan los carros ni las automatizaciones, sus trabajos los transcribe con una máquina, manual, de escribir. Le encantan las historias, inventarlas, contarlas y se apodera de ellas con una facilidad comparable a los grandes de la literatura.
Lentamente se sienta en la sala de su casa. Coloca un libro, que está leyendo, sobre historia española en una mesa. Abre una caja color mostaza, que tiene pintadas decenas de trazos de colores, de ella toma un chocolate italiano, con una sonrisa se lo lleva a la boca. Después de saborearlo abre los ojos, como si despertara de un placentero sueño, y le dice a su nieto: “Vente, Ramón, que te voy a contar un cuento”.
Sublime… El texto no parece tener límite, es infinito… Un placer infinito.
El orgullo me sale por los poros
¡Excelso!
Equisito texto…y de un impecable verbo…
Hola. Soy periodista y busco afanosamente una foto en donde aparezca Vaughan Salas Lozada. Entre las fotos de Pedro ¿habrá alguna en donde aparezca Salas? Lo vamos a agradecer. Se necesita para la edición aniversaria de Últimas Noticias, que estamos a días de cerrarla.
Mucho agradeceríamos a quien pueda apoyarnos. Mil gracias. Cristina González
04127168891.
Jurungando entre los libros viejos de mi papa (German Fleitas Beroes) encontré un ejemplar de FLORENTINO Y EL DIABLO , editorial REX 1957 con la siguiente dedicatoria «Para Juan Beroes,gran poeta,excelente amigo,con los sueños del copero y el corazón del Diablo». Y un buen abrazo de Pascuas y Año Nuevo.
ALBERTO ARVELO TORREALBA.
23-12-57
Jurungando entre los libros viejos de mi papa (German Fleitas Beroes) encontré un ejemplar de FLORENTINO Y EL DIABLO , editorial REX 1957 con la siguiente dedicatoria «Para Juan Beroes,gran poeta,excelente amigo,con los sueños del coplero y el corazón del Diablo». Y un buen abrazo de Pascuas y Año Nuevo.
ALBERTO ARVELO TORREALBA.
23-12-57