LIZARDO TRAS LA NIEBLA DE CARRIZAL

Con 80 años recién cumplidos, Pedro Francisco Lizardo ofrece una entrevista imaginaria que recoge las mejores épocas de su vida en el mundo de la Comunicación Social. Además, recuerda con nostalgia los cargos que ocupó y comenta algunas anécdotas que marcaron su carrera

 

Grecia Toukoumidis

Lunes, 7 de febrero de 2000. 4:30 pm. En Carrizal, una densa niebla opaca la fachada de la residencia de Pedro Francisco Lizardo. El ambiente está muy sereno. Pareciera que quienes viven en esta montaña quieren habitar un mundo diferente. Más tranquilo y más cálido, aunque la temperatura se oponga. Es un escenario perfecto para disfrutar de un buen libro y el poeta, como es conocido por todo su gremio, así lo sabe. Desde 1963 habita en los Altos Mirandinos, lugar al que describe como un paraíso para leer. Cuando llegó aquí, unas cuantas crisis asmáticas, producto de la humedad, fueron los episodios más críticos de su salud, pero los últimos años lo han castigado con una diabetes que ya casi le quita uno de sus mayores tesoros: la vista.

 

PAPEL Y TINTA

A sus 80 años de edad ya no echa de menos los tabacos que se fumaba a diario en sus años mozos. Su voz se hizo más ronca, pero también más pausada. “Poeta, hable más lento”, era una petición muy común cuando Lizardo daba entrevistas. Experto en el área cultural, en los versos y en las noticias, recuerda la época en que trabajó para el diario La Esfera —entre 1950 y 1956— con especial agrado.

En la etapa de La Esfera, todos éramos ‘toeros’. Hacía economía, política, sucesos. Era un periodismo en el que hacíamos desde un editorial hasta un suelto de crónicas, pasando por información especializada. Fue una buena escuela.

Su vida periodística se forjó en las páginas de importantes medios y, en un principio, fue rotando de periódicos por su mudanza de Valencia a Caracas. Desde los 16 años de edad, cuando aún vivía en su natal Bejuma —estado Carabobo—, tuvo el privilegio de ocupar las páginas de Fantoches y de la revista PAN —de circulación latinoamericana— con un cuento llamado Malasangre. A partir de ahí, su pluma se afinó en diarios como El Carabobeño, El Cronista, El Índice, La República —en el que se encargó de las páginas literarias—, El Nacional y El Universal. También logró fundar las revistas como el Boletín del Ateneo de Valencia y la Gaceta de Tierra Firme, además de dirigir publicaciones de la talla Imagen y Momento.

Sentado en la sala de su casa con una lucidez que no delata su edad, demuestra que aunque nunca se graduó de periodista, la excelencia fue su bandera. “Cuando salió mi promoción, ‘La promoción golilla’ de la Universidad Central de Venezuela en 1947, yo estaba en Moscú como encargado de negocios de la embajada. Luego, volví a las aulas, pero los profesores me ordenaban abandonar el salón de clases, por ser un «periodista profesional hecho» al que ya no tenían nada que enseñarle”.

Esto no fue impedimento para que cinco años más tarde se convirtiera en el presidente de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP). Lizardo tenía mucha credibilidad y liderazgo. La condición que lo hizo estar entre los seis hermanos que sobrevivieron, de los diecisiete hijos que tuvieron sus padres, quizás fue la misma que lo ayudó a resaltar entre los mejores. El poeta, definitivamente, disfrutaba la política.

 

VERSOS, PANTALLA Y ACCIÓN

En el ínterin entre la presidencia de la AVP y convertirse en el director de la Televisora Nacional (TVN5) en 1965, Lizardo publicó el poemario Los círculos del hombre (1959). También recibió el Premio Internacional de Poesía “Andrés Eloy Blanco” (1957), el Premio Municipal de Poesía (1959) y en 1960, el Premio Nacional de Literatura. A partir de este momento, el poeta reconoce que su vida fue más pública.

“Cuando asumí el cargo para dirigir TVN Canal 5, se hizo por primera vez en el país un noticiero de una hora que se llamaba «Noticia 5». Hasta ese momento solo se hacían noticieros de un cuarto de hora. Yo diseñé lo que quería: era como poner un periódico en la pantalla”, explica el poeta, con lo que demostraba que su título de autodidacta lo tenía bien merecido. Estaba orgulloso de su logro, sin abandonar la ecuanimidad que lo caracteriza.

Luego de estar al mando de la planta televisiva durante cuatro años, se dedicó a escribir su libro La Memoria y los días (1976). Algunos de sus versos desnudan su pensamiento: “Hemos perdido el tiempo afilando los dientes/ tratando a dentelladas la esperanza, /mordiéndonos a fondo, / desgarrando y quemando, / violando, en fin, las horas de los otros, / jugando al escondite fraudulentamente con los seres (…) Uno comienza por buscar su afiliación/ y el mundo se lo traga y lo destroza/ alegremente por siempre, alegremente/ convencido”.

— ¿Qué significa para usted este fragmento de su poema?

—Eso es lo que yo pienso: uno vive peleando con la vida y con la muerte que lleva implícita.

Con mucho sentido del humor —al que no renuncia ni siendo un octogenario—, Lizardo explica que ha tenido que ser burócrata por necesidad. “De la poesía nadie puede vivir. Se nace poeta como se nace para santo”. Su constante búsqueda por mantener un equilibrio entre la pluma y los asfixiantes cargos públicos o gremiales, lo llevaron a postularse en la plancha número tres, para la presidencia del Colegio Nacional de Periodistas (CNP) con una firme premisa: “Los periodistas no podían ser el simple instrumento de los propietarios, deben ser, como siempre lo han sido los periodistas venezolanos, una conciencia vigilante, un dedo acusador que haga corregir los errores, un avanzado de la colectividad, dedicado enteramente a su servicio”.

El 10 de junio de 1978, Pedro Francisco Lizardo se convirtió en el presidente del CNP. Uno de los recuerdos que más le produce nostalgia, aunque fuera un adeco por convicción, es la carta de felicitación que le envió el entonces candidato presidencial por el partido Copei, Luis Herrera Campíns. “Tu trayectoria intelectual garantiza apego estricto a la libertad de expresión”, decía el telegrama. También es muy firme cuando garantiza que durante su periodo en el colegio defendió la información como a una hija. “Yo recuerdo que decía: «Un mundo sin información y sin libros es un mundo cerrado»”.

En cualquiera de sus cargos, la lectura fue el alimento más nutritivo para Lizardo y prácticamente nadie recuerda haber conversado con él sin que trajera a colación alguna referencia bibliográfica. “No discrimino. Leo de todo y disfruto cuando recomiendo libros. Hasta ahora, que se me hace más difícil, leo la prensa todos los días”.

En 1984 la vida de Pedro Francisco Lizardo dio un vuelco. El poeta se reunió con el ministro Simón Alberto Consalvi en su despacho. La conversación que sostuvieron tenía como objetivo plantearle la posibilidad de que volviera al mundo de la pantalla chica. Esta vez a asumir la presidencia de Venezolana de Televisión (VTV), que tenía una crisis en el rating. Como prueba de su gallardía y sin abandonar su sencillez, Lizardo respondió a la propuesta: “Yo acepto todo lo que me ofrezcan, menos la muerte”. Desde entonces hubo mucho trabajo.

En su rostro de cejas prominentes y blancas como la niebla tras la ventana se leía la melancolía con la que recordaba aquella etapa de su vida. Fue corta, pero dura. Fue exitosa, pero malagradecida. Lizardo prometió a los venezolanos mejorar la programación del canal 8 o poner su cargo a la orden en un periodo de seis meses.

Cuando todo marchaba bien, la telenovela La mujer sin rostro estaba en el aire con récords de sintonía y series como Marco Polo tenían cautivo al público venezolano, un episodio, que no le gusta recordar, manchó su carrera.

Siempre se han transmitido los actos oficiales por el canal 8. En ese momento, y me imagino que ahora también, existía un programa en el departamento de Producción que se cumplía religiosamente. No era necesaria la orden del presidente del canal. Eso de no enviar cámaras el 17 de diciembre al Panteón Nacional fue una confabulación para sacarme de la dirección de la planta y lo lograron.

El 18 de diciembre de 1984, todos los periódicos titulaban en sus portadas: “Destituidos ministro de Información y presidente de Venezolana de Televisión”.

El año siguiente, Lizardo pasaría a ser asesor literario de la Biblioteca Ayacucho, un cargo que disfrutó por poco tiempo, cuando se le reconoció su importante trayectoria y fue nombrado director de Relaciones Culturales de la Cancillería. Luego, poco a poco, este aguerrido comunicador se fue alejando de la palestra pública.

 

PAZ QUE VIVE Y TODAVÍA RESPIRA

No se rinde. No deja de los libros. Aun cuando sus ojos ya casi no se lo permiten, trata de disfrutar de su pasatiempo predilecto. Para hacerlo utiliza un aparato que funciona como una lupa; se lo regaló José Ramón Medina que también sufre de diabetes. Esos mismos años que no lo han podido alejar de la lectura, tampoco han logrado que cambie de opinión: sigue considerándose un melancólico. “Todos los poetas somos así. Por eso empezamos escribiendo del amor”.

Su esposa Gisela Fernández siempre ha sido su fiel compañera. Sus hijos Pedro Vicente, médico conocido como Petete, Humberto, diseñador gráfico y el más parecido a su padre, Luis, reconocido pintor, Gisela María, licenciada en Letras, Gustavo, especialista en microscopio electrónico y Mariana, economista, le han dado más de diez nietos, que son los únicos capaces de romper el silencio de biblioteca que se respira en su morada.

Aunque el pasar de los años ha hecho que Lizardo abandone un poco su estilo de bohemio —que no lo hacía ser descuidado ni irresponsable—, su mirada transmite paz. Los genes que su padre —también periodista— le legó fueron más fuertes que la pobreza en la que creció. Una precaria situación en la que tuvo que comenzar a trabajar desde muy niño, vendiendo carbón por kilos en su pueblo natal o como ayudante de un botiquín, en el que se rebuscaba ofreciendo las sobras de las cremas que preparaban, como ungüentos milagrosos para el cutis. Esa pobreza se convirtió en grandeza y aunque su presencia ya casi sea efímera, su legado es fuerte como sus ganas de vivir.