Miroslav Popic agudiza su ingenio entre olores y sabores. Sabe de vinos porque practica el verbo beber en gerundio, bebiendo. Combina la comida y el vino en su rutina alimenticia. Los separa únicamente cuando escribe sus crónicas gastronómicas en su columna del diario Tal Cual, Misión Gula, o en la revista Todo en Domingo con su espacio Buen beber
Erika Velásquez
Probar, leer, escribir y viajar son las cuatro necesidades básicas de Miroslav. Dice que la cultura empieza por el estómago. De turista, va primero al mercado y luego al museo porque los pintores comen y después pintan. Es director de catas, periodista, editor y escritor de gastronomía y vinos desde hace 35 años.
Se desempeñó como profesor del diplomado en vinos de la Universidad de Preston (Estados Unidos). Colaboró para publicaciones internacionales especializadas como: Virium (España), Enotria (Italia), Lan in (Chile), Sazón (Panamá) y Guía Mundial del Vino.
Popic pertenece al movimiento internacional de origen italiano llamado Slow Food. Ampara la importancia del tiempo para el disfrute de la comida y rechaza el término fast food. Edita guías viales, ecoturísticas y gastronómicas en Venezuela. De su autoría son los libros Morir en Tacoa, El libro del pan de jamón, Manual del Vino y Misión Gula.
UN HOGAR EN VENEZUELA
El polvo reposa en los muebles de la casa N° 938. Obreros trabajan con fuertes golpes en las paredes externas. En la segunda planta, el primer cuarto funciona como oficina. Adentro, Miroslav reposa su cuerpo en una silla. Se da tiempo para despegarse de su labor periodística. Hace divagaciones con humor. Bromea cuando dice que no come nada que lo engorde. Detrás de su escritorio, un clavo sostiene un mapamundi. No está rayado, pero si lo estuviera ya no habría espacio para marcar su próximo destino.
Asiste a conferencias internacionales de vino y gastronomía. Antes de que el año termine, su próxima agenda de viajes se ocupa. Los primeros meses del año explora nuevos rumbos. Siempre permanece en Venezuela los últimos seis meses, tiempo en el cual produce, junto a su equipo de colaboradores, la Guía Gastronómica de Caracas.
Firma sus libros y artículos con las cuatro letras del primer nombre y su primer apellido completo: Miro Popic. Sin embargo, no se ahorra la tarea de corregir la pronunciación del segundo. “Es Popich, así como el sonido de la ch.” Su apellido es de origen croata como su padre, pero Miro es chileno. Nace en 1942 a 475 kilómetros de Santiago de Chile, en La Serena, la capital de la Cuarta Región de Coquimbo.
De adolescente se inclinó por el periodismo. Comenzó sus primeros escritos en los periódicos escolares. Más tarde, su afición por la escritura lo obligó a hacer maletas para ir a estudiar en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, en Santiago. Recibió clases del escritor José Donoso Yánez y del ex presidente de Chile, Ricardo Lagos. Vivía en una pensión y luego se mudó a un apartamento pequeño, donde tuvo que aprender a cocinar. En la universidad conoció a su amigo el panameño Marco Antonio Gandásegui, quien lo invitó a quedarse en Panamá tiempo después.
En 1962 ejerció como pasante en una revista deportiva. “Era lo más fácil para aquel entonces, estaba en curso el Mundial de fútbol, ese fue mi primer trabajo.”
Se graduó en febrero del año 1965. A los diez días se embarcó en un viaje para Santo Domingo. Trabajó cuatro años como independiente, pero siempre en el periodismo. Editó el primer libro Poemas de rutina de César Young Núñez, en una época donde el dinero escaseaba. En 1969 reactivó el término freelance en Europa. Laboró por tres años en restaurantes en Francia y siguió viajando. “Estuve en París, Suiza, Croacia y Panamá, hasta que me asenté en Venezuela en 1975. Uno no puede vivir con una maleta en la mano toda la vida. Me enamoré de Venezuela y en Venezuela.”
El escritor panameño César Young Núñez escribió en abril del año 2005 en el diario La Prensa sobre el momento en que conoció a su editor y amigo Miro. “Hace unas tres décadas, una noche de invierno, un viajero evadido de la imaginación de Italo Calvino se entretenía contemplando una exposición de cuadros en el lejano Instituto Panameño de Arte que estaba frente al Parque Urraca. Al saludarme se presentó como Miro Popic y me explicó que había llegado a Panamá invitado por Marco Gandásegui que había estudiado en Chile, y había volado directamente desde Santiago de Chile a la ciudad de Las Tablas.”
Miro se arrepiente de no haber aprendido a tocar piano. Si el periodismo no hubiese sido su profesión, definitivamente se hubiera dedicado a la música. Núñez lo resaltó en su escrito en el diario La Prensa. “Nunca aprendí a tocar los sones de la guitarra como lo hacía Miro Popic cuando cantaba las canciones de Violeta Parra, Los Beatles, Atahualpa Yupanqui y otras muchas canciones como Gracias a la vida y Por la ribera iba Catalina.”
TRABAJO EN FAMILIA
El año pasado Miro cumplió 28 años de casado. Conoció a su esposa Yolanda Quintana el 16 de julio de 1981 en una tasca de la Candelaria. De esta segunda unión matrimonial nacieron Verónika Popic y Maikel Popic. De su primer matrimonio, nacieron María Eliana y Valeska. Ambas viven en Chile.
Verónika Popic trabaja con su padre. Publicita y coordina la edición de la Guía Gastronómica de Caracas. Es ingeniero industrial con un magister en Administración de empresas de alimentos y bebidas. Describe a Miro como un hombre exigente. “Cuando estaba en el colegio, incluso en la universidad, llegaba a la casa con un 18. En vez de felicitarme, me decía: ¿Y por qué no sacaste 20?”
Miro involucra a su familia en su trabajo. En 20 años de edición de la Guía, la visita a los restaurantes sigue siendo un esfuerzo grupal. “Cada vez que íbamos a un restaurante era de trabajo y había que probar la mayor cantidad de platos de la carta. Mi padre escogía lo que cada uno iba a comer. Ahora no nos ordena, pero sí hace sugerencias”, comenta Verónika.
Con la postura de sus manos Popic cubre un papel. Agarra un bolígrafo y anota lo que explica. Dibuja diez estrellas y una carita feliz. “Mira, así califico a los restaurantes que visito. Una estrella, notable. Dos estrellas, bueno. Tres estrellas, muy bueno. Cuatro estrellas, excepcional. La carita sonriente, recomendable.” Respira profundo y continúa con la aseveración: “No hay restaurantes excepcionales en Venezuela.”
Se levanta y va en búsqueda de una libreta verde. En sus hojas se lee: nombre, dirección, propietario, tipo de comida, servicio y precios. Rayita, espacio, punto y aparte. Una estrella, dos, tres y cuatro. Al final, los comentarios. La lleva consigo al momento de evaluar un restaurante nuevo.
Verónika dice que la Ley de Murphy ocurre cuando va a comer de incógnito. “A él le sale la copa rota, la servilleta con el hueco, le cae la mosca en el vino o se encuentra el gusano en la ensalada.”
El mejor amigo de Miro se llama Dovro, es el mayor de tres perros labradores. Maikel y Verónika comentan que su padre posee una conexión especial con los perros desde joven. “En su casa, mi abuelo tenía un Pointer que salía a cazar con ellos. Desde entonces, él siempre ha querido tener uno, pero no lo hemos conseguido.”
GASTRÓNOMO DEMOCRÁTICO
Miro se levanta a las cinco de la mañana. Hace ejercicio, se desayuna y revisa su cuenta de correo electrónico antes de irse a la oficina. “Los lectores me reclaman por correo cuando no hago una referencia política en mi columna. Al hacerlo, a unos les gusta y a otros no. Me insultan por twitter. Es normal.”
En el año 2006 fue invitado a colaborar como cronista gastronómico en el diario Tal Cual. “La columna Misión Gula se fue delineando casi espontáneamente, a partir de un esquema básico que comprende una relación entre el hecho noticioso, la documentación gastronómica y la política.”
Popic investiga y luego escribe. Lee dos y tres libros simultáneamente en casa. Su hija se sorprende porque es capaz de devorarse con la vista un libro de 700 páginas en tres días. Compra el periódico diariamente y todavía no le afana el internet. El libro sigue siendo su referencia porque no confía en las fuentes electrónicas.
A la cerveza le dice el pan líquido, al pepino lo reivindica en sus facultades culinarias y desentraña el origen de las comidas. “¿Qué dice la gente cuando algo no le interesa?, me importa un pepino. No sé de dónde salió esta expresión. No hay alimento más vilipendiado que el pepino, lo cual me parece absolutamente injusto. El pepino es muy apreciado en las cocinas del este de Europa y en las del Medio Oriente.”
Entre una palabra y otra se le escapa su tendencia política. Él la expresa abiertamente como también manifiesta su afición por los Tiburones de La Guaira. De esta manera, empezó una crónica sobre los golpes: “Muchos pensarán que nos referimos al 4 de febrero de 1992, al 27 de noviembre de 1992 y al 11 de abril de 2002, pero se equivocan tanto ustedes como los semiólogos bolivarianos que buscarán en estas líneas alusiones a quién sabe qué tontería se les ocurra inventar. Como lo nuestro es la comida, nos referimos a los ansiados y necesarios tres golpes diarios: desayuno, almuerzo y cena.”
El director del diario Tal Cual, Teodoro Petkoff, habla de Miro en el prólogo del libro Misión Gula y exalta su escritura. “Me encanta su humor y su manera de mezclar con la mayor destreza un manjar con la última estupidez que dijo un alto funcionario o las paradojas dadaístas que tratamos de comprender cada día en este país de Jauja.”
El chef Sumito Estévez contó sus expectativas antes y después de conocer a Miro. “Me pareció por muchos años arrogante. Cuando finalmente tuve la oportunidad de conocerlo, me encontré con un ser al que es fácil respetar y admirar.”
En su cocina no falta el aceite de oliva. Prefiere hacer la mayonesa que comprarla y no desprecia a ningún alimento. Se declara fiel a sus principios y cuando las situaciones son adversas se toma una buena champaña.
“Lloro y río. Soy amigo de mis amigos y me enamoro. Soy amante de la sencillez y estoy feliz con lo que hago. Si moriría volvería a ser periodista. Tengo la suerte de tener un hobby y de que mi hobby también es mi trabajo, lo disfruto.”
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