El sábado 12 de marzo se produjo un diálogo entre Mirtha Rivero –autora de La rebelión de los náufragos− y el editor de este blog en la librería Kalathos. La conversación giró en torno al carácter periodístico del libro. Con cuatro ediciones y casi 18 mil ejemplares vendidos, La rebelión de los náufragos se ha convertido en un fenómeno de ventas en Venezuela. He aquí el texto que dio lugar a cada uno de los cinco puntos conversados
Primer punto: ¿En qué se parecen Mirtha Rivero y Oriana Fallaci?
Esto que Mirtha ha escrito es periodismo, no literatura. Sin embargo, en algún punto se tocan periodismo y relato. Y si uno habla de relato, un relato escrito con sentido de ilación, con un uso preciso de la palabra y que echa mano de ciertos recursos, está hablando de literatura.
Como mínimo, La rebelión de los náufragos es una forma literario-periodística de interpretar lo sucedido en Venezuela antes y durante la defenestración del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993. Es una especie de Anatomía de un instante, pero de meses.
Quizás el punto de inflexión, la esquina donde el periodismo da la vuelta y encuentra a Truman Capote y a Norman Mailer o a Tomás Eloy Martínez o Martín Caparrós, sea aquel momento en que Mirtha se precipita sobre los acontecimientos que recogió y ordenó, los datos que acumuló, las opiniones que grabó y las hemerotecas que desmenuzó… Se precipita sobre todo eso para reacomodarlo según su propio criterio, que es el criterio de la voz omnisciente.
De este modo, se desdobla en algún momento la periodista de quien escribe, y la periodista propiamente dicha queda como un sujeto de acción que aparece, por ejemplo, recibiendo una llamada nocturna:
A las doce y cinco de la madrugada del martes 4 de febrero de 1992 la editora de la sección de Economía de El Diario de Caracas se estaba enterando, casi al mismo tiempo que el jefe del Estado, de que una camarilla de capitanes, mayores y comandantes…
La voz omnisciente todo lo sabe y lo mira todo desde cierta distancia. Y eso es lo que un lector espera: que el autor lo tome de la mano y lo lleve a través del laberinto de la trama, de la historia, del pasado. Mirtha echa el cuento por su propia cuenta.
Ahora todo el relato tendría una dirección. Una batuta dirigiendo el concierto. Eso sucedió en algún momento durante los más de cuatro años de gestación y escritura de este libro, en esa casita de dos plantas de un suburbio de la ciudad de Monterrey donde ella cada día recibía con cierto fastidio los correos del Museo de Antioquia.
Ahora bien, eso de que el relato tenga una dirección, una batuta bajo la cual los hechos y las voces discurren, digamos, armónicamente, ¿quiere decir que hay un sesgo predeterminado? ¿Hay una subjetividad? Ante esto, uno puede responder como Oriana Fallaci, una mujer con fama de loca al final de su vida pero que, en todo caso, dijo cosas muy lúcidas: “No creo en la objetividad, pero sí en la honestidad”.
Creo que Mirtha Rivero ha hecho una interpretación honesta, desde el periodismo, de aquellos hechos.
Esa interpretación ha vendido miles de ejemplares. Le ha gustado tanto a Teodoro Petkoff como a una ama de casa clase media. Es un libro para políticos y para gente normal, o sea, no política.
¿En qué se parecen Mirtha Rivero y Oriana Fallaci? En nada físico, por suerte para Mirtha. Pero sí en la actitud honesta que al menos en su Entrevista con la Historia caracterizó el trabajo de la Fallaci.
Segundo punto: la reafirmación de la mirada informada del periodista
Cuando uno habla de periodismo de investigación siempre ofrece como punto de partida algunos elementos que encierra el género:
→ Es una parte del periodismo que ofrece una historia de actualidad con repercusiones en uno o varios ámbitos de la vida pública.
→ Revela datos inéditos.
→ Responde preguntas que han quedado en el aire, como flotando en la opinión pública.
→ Generalmente toca intereses particulares. De allí la importancia de blindar la historia.
→ Puede ser publicado, en forma de reportaje, en varias entregas. O en forma de libro. Es decir, estamos hablando de periodismo de largo aliento.
Y eso es algo que quiero destacar, reivindicar, acá: que el periodismo de largo aliento sigue teniendo vigencia. Se vende. La gente lo busca.
- No se puede hacer periodismo de investigación en Twitter
- La rebelión de los náufragos sería un texto muy pesado de leer en pantalla
- La rebelión de los náufragos no es algo que figure en el radar del llamado periodismo ciudadano. El periodismo ciudadano lo que puede hacer es tomarle una foto con un Blackberry a Mirtha Rivero y poner una leyenda diciendo “Qué buena nota fue conocer a Mirtha Rivero en la librería Kalathos”
Lo que Mirtha ha hecho es periodismo en profundidad, periodismo de interpretación. Claro, la profundidad es un lugar común. En verdad, no hay profundidades en el trabajo de Mirtha. No hacen falta técnicas de buceo para leerla. Basta tener cierto regusto por la revisión del pasado, interés por saber qué le pasó al país en cierto momento. Es algo que a mucha gente le hacía falta, por lo visto, esa revisión. Digo por lo visto porque 18 mil ejemplares vendidos indican que había hambre entre los lectores venezolanos acerca de este tema.
No veo profundidades filosóficas, ni abismos de la semántica aplicados al discurso presidencial de Carlos Andrés Pérez, ni las teorías de McLuhan o de Armand Mattelart como telón de fondo del comportamiento de los medios durante los años noventa. No veo que revele, por otra parte, un documento inédito del Archivo General de la Nación o del grupo del Samán de Güere o del extinto Tribunal Superior de Salvaguarda del Patrimonio Público. No.
El profesor Federico Álvarez, internacionalista y periodista ya fallecido, escribió ya en los años setenta sobre el periodismo interpretativo. Cierto, hablaba de profundidad, pero a esa profundidad la sustentaba con ejemplos: escribió que uno de los primeros reportajes venezolanos que más le impresionó fue “La chusma de Gaitán”, escrito por Miguel Otero Silva. Dijo que es un reportaje emotivo que, a diferencia de los despachos de las agencias cablegráficas de la UPI y de la AP sobre el asesinato en Bogotá del líder Gaitán en 1949, “buscaba ir más allá de los episodios violentos protagonizados por la masa, hurgando en las estructuras económica y de clase, en la muy peculiar conformación del liderazgo colombiano y aun en las profundidades de la tradición religiosa sabiamente cultivada en el pueblo por las elites dirigentes”.
¿No les suena evocador, conocido, este afán de Otero Silva por contextualizar los hechos del Bogotazo?
El trabajo de Mirtha Rivero es, nada más pero tampoco nada menos, un trabajo decorosamente contextualizado que a mí me gustaría colocar en los anaqueles del Nuevo Periodismo, aunque a estas alturas la etiqueta parezca algo fuera de época. Porque maneja con libertad los géneros, porque se mete en la cabeza del protagonista, porque rompe con el esquema del reportaje tradicional. Es el periodismo que le hace caso a Dostoievski quizás de manera inconsciente, por intuición, por oficio. Dostoievski dice en Diario de un escritor que nunca ha olvidado la antigua regla: lo importante no es el objeto sino la mirada que lo observa; cuando se sabe mirar, se sabe encontrar el objeto.
Tercer punto: el carácter de anomalía
Analizado como lo que es, un trabajo honesto, riguroso y que recuerda la huella rompedora y creadora del Nuevo Periodismo, resulta una anomalía. Una anomalía dentro del periodismo de investigación que se ha publicado en este país a raíz de los grandes escándalos. Hay una buena tradición, como la de Otero Silva o Luis Esteban Rey o el propio Germán Carías, a quien alude también el profesor Álvarez como ejemplo del periodismo de investigación, del periodismo que interpreta.
Pero también ha habido improvisación.
No encuentro ningún paralelo entre La rebelión de los náufragos y trabajos que aparecieron de manera bastante precipitada, aprovechando la ola de los titulares en la Prensa, sobre el Banco Latino o El Amparo. No voy a citar autores pero la costumbre fue montarse sobre la noticia, reunir lo que ya se había publicado en la prensa −porque quien escribía había cubierto el caso−, agregarle un prólogo, rematar con una o dos entrevistas adicionales, y a la imprenta con eso.
Quizás a raíz del 11 de abril la cosa mejoró y hubo trabajos mejor investigados, más documentados, más reflexivos.
Pero el de Mirtha rompe con aquel esquema. Primero por el tiempo invertido en investigar. Segundo, por la mezcla de géneros. Tercero, por el tratamiento general, donde introduce una rúbrica particular, un apunte más refinado que cualquier otro apunte que yo haya visto en este tipo de trabajos. Me refiero, por ejemplo, a la transcripción, sin ningún comentario adicional, de un extracto de Darío Jaramillo Agudelo que comienza así, casi al final del libro: “¿Gente como uno hizo esto?”
La consigna fue publicar, no dejar escapar el interés de la opinión pública. Aunque no todos los datos que tuviéramos a mano fueran comprobados, ni todas las personas que debían ser consultadas o entrevistadas aparecieran por falta de tiempo o de páginas o de ganas de llamarlas, la publicación iba a troche y moche.
Bueno, al parecer en Venezuela la opinión pública no es tan efímera y voladiza como temían en las editoriales.
Recalco:
- La práctica del género múltiple es una anomalía. El libro encierra un relato que contiene crónica, pero también entrevista. La entrevista de preguntas y respuestas sirve para detenerse ante un personaje que relata hechos y opina sobre los mismos. Pero también hay semblanza de grupo. Hay una semblanza de Los Notables, por ejemplo. Hay una semblanza del partido AD.
Cuarto punto: Mirtha no es analista político
La forma en que narra contiene el peso de la autoridad, pero ella no es analista político; no es columnista, pontificando cada semana, pariendo alguna idea a juro, dándole consejos a la MUD acerca de que si debería responder a tal o cual insulto del Presidente. No.
La autoría que desarrolla en el libro parte de cierta virginidad ante el tema y sus circunstancias. Eso también legitima a la voz omnisciente. Ella se va haciendo dueña de la materia. Tan dueña que puede con su voz contarle al lector lo que un protagonista le ha contado, a su vez, a ella. El caso de Ricardo Hausmann ante un empresario que llega a su oficina y casi le exige que le otorgue por adjudicación directa una plata que le había concedido el Banco Mundial a Venezuela para materiales educativos. Mirtha cuenta eso desde su autoría, sin sangrar, sin comillas. Es decir, avala esa anécdota, la da por cierto. Y al lector no le cabe duda de que eso sucedió tal cual se cuenta allí.
Mirtha no es columnista ni analista político, sino periodista. De modo que quizás la próxima vez no haga un libro sobre un hecho político concreto como la defenestración de Carlos Andrés Pérez, sino perfiles de venezolanos. Gente que permanece en la penumbra y sin embargo en manos de ella pudieran revelar el valor, la abnegación, el emprendimiento o el drama de una vida.
Quinto punto: ahí está el detalle
El trabajo del buen periodista pasa por lo minucioso; pero en muchos casos no puede serlo si sus testigos, sus entrevistados o quienes le hablan desde la trastienda del anonimato no lo son. El trabajo, a veces, es sacarles los detalles con paciencia, provocando una especie de regresión en el tiempo para que los ministros, los funcionarios que estuvieron allí y pueden contarlo, vuelvan a ver, a acordarse, a visualizar, que las manchas de sangre en la alfombra del salón donde se reunió el gabinete de CAP, en Miraflores, dos días después del golpe del 4 de febrero, ya habían desaparecido.
La reconstrucción de los diálogos forma parte de ese afán por el detalle. Las palabras más fieles posibles a lo que se dijo en tal o cual momento. Eso es parte sustancial de este libro.
Alude el escritor mexicano Juan Villoro, en el prólogo al libro de Jon Lee Anderson El dictador, los demonios y otras crónicas, a lo dicho por Anderson en alguna ocasión: “Si algo se vuelve cotidiano, nos olvidamos de los detalles”. Y es que el cronista depende de su capacidad de asombro; si las cosas no lo conmueven, no le llaman al menos la atención despertando en él alguna asociación, está perdido y estará perdida su crónica.
El peor adversario es la rutina, lo que se da por sentado. Por eso, también es un hecho que uno agradece el que Mirtha jamás haya sido una reportera del área política.
Pienso que deberían acabar en los periódicos con la práctica de la fuente fija. Agarraría a los que están en Sucesos o en Ciudad y los pondría un día en la Asamblea. ¿Cuántas crónicas nutridas de asombro no saldrían de allí?
SN
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