Dicen que la gente en Caracas va a estallar un día en el Metro —ya ha habido incidentes—, cuando más atorados estén los andenes; cuando el retardo, el sofoco y las puertas que se cierran y abren una y otra vez chupen esos dos centímetros de paciencia en los sótanos de cada usuario
Las calderas se recalientan pero hoy han subido dos mujeres y media al último vagón, el de los bancos azules, en Plaza Venezuela. Huelen a lejía mezclada con pachulí, justo como uno podría imaginar que huele el patio de atrás de un burdel a finales de los años cincuenta en las inmediaciones de San Agustín. La primera de las mujeres es cincuentona, lleva zapatos abiertos y se le salen los ñames. Pelo recortado y blusa demasiado colorida. La segunda, de mediana edad, es bonita, también pelo recortado. Asiente a lo que dice la otra.
La tercera es muy morena o muy moreno porque, además de llevar el pelo recortado, tiene una voz que es más varonil que sus ademanes.
Tres personajes para el viejo Chalbaud. Nunca estallarán de furia ante el deterioro del servicio, son gente demasiado dócil; con todo y su olor, allí asidas a una barra en medio del apretujamiento, resultan tres estrambóticas razones para tener compasión de esta ciudad. Tres entrañables y candorosas razones. Justo a las 4:00 de la tarde de un día de mayo, dos mujeres y media vuelven a poner de moda el candor. /SN
Deja una respuesta