Esos Cadillac no son para Alejandro

Esos Cadillac que salieron el lunes de la funeraria Vallés, gris plateado y capota negra, ¿qué tienen que ver con Alejandro Sanjinés, recién egresado de Comunicación Social, 23 años y aquellos deseos de comerse el mundo con talento y curiosidad?

A alguno de esos Cadillac-reliquia le falta una mica delantera, ¡hace tanto tiempo fueron comprados! Quizás andan en la brega desde los años sesenta. Y esa urna de pardillo haciendo brillar sus vetas rojas bajo el sol cuando es llevada al carro fúnebre, ¿se parece en algo a Alejandro? Es su antítesis. Ahora entiendo lo que quería decir Tomás Eloy Martínez cuando escribió, tras la muerte de Carlos Moros en diciembre de 1982, que nadie en quien hubiese conocido la muerte parecía tan lejana como en él.

Bastantes clases dedicamos en el aula A5-42 de la Universidad Católica al problema de las descripciones cuando entrevistamos a un personaje y resulta imprescindible fijarse no sólo en su vestimenta o ademanes sino en las cosas que le rodean. Debe escogerse el símil adecuado cuando escribimos; echar mano de la figura retórica precisa; tener presente la idea de no decir simplemente que una botella es verde, sino hacerla estallar de puro verdor ante la imaginación del lector. Y uno, tan dueño de sí mismo y de las teorías cuando se empeña en transmitir a los más jóvenes la pasión y las herramientas de un género periodístico, se queda ahora sin palabras porque es imposible precisar los contornos de la desolación. Es, desde luego, un clima instalado entre quienes lo conocieron y lo quisieron; pero anotando a continuación que hay climas que pesan demasiado: ahogan, y mientras más los compartas es peor. Estas cosas es mejor pasarlas en soledad. Lo malo es que, esta vez, nunca va a pasar.

A las puertas de la capilla Victoriana en la Vallés, este lunes 16 de mayo al mediodía, un sacerdote dijo una misa. La gente escuchó los salmos referidos a la resurrección prometida, cantó y se dio el saludo de la paz, pero al salir rumbo al cementerio vi claramente que no hay consuelo posible para una madre que ha perdido a su hijo. Allí se terminan las palabras y las religiones hallan un dique de llanto.

Cada quien buscará su consuelo particular ante la pérdida tratando de aminorar su propio dolor. Es lógico: uno busca sobrevivir con la carga ominosa que nos ha dejado la tragedia. En lo particular, sé que cada vez que me encuentre y salude a una de sus compañeras del Noveno Semestre de Comunicación Social −hornada que egresó en febrero de este año− habrá un pedazo de Alejandro en ella. Como en Alex, su único compañero varón en la clase y con quien hizo la tesis «La violencia también ingresa a las salas de emergencia». Fue un trabajo de investigación que se le ocurrió a él, a Alejandro. Este lunes constaté, repito, que no hay consuelo posible para una madre. Pero nada más quisiera transcribir aquí la dedicatoria que puso Alejandro Sanjinés Toubia –firmó con sus dos apellidos− en la primera página de su tesis: «A mis padres, Jorge y Ely, porque su incansable amor por la medicina merece alguna recompensa».

El escritor Fernando Rodríguez acaba de editar un poemario. Uno de sus textos se titula Piedad y dice casi al final:

¿No has visto la Virgen y su hijo inmolado, la de Miguel Ángel? / Así de eterno es el dolor / María que llora el fruto muerto de su vientre.

Los tristes Cadillac plateados tomaron por la avenida Los Jabillos hacia la Libertador llevando su preciosa carga. Habrá un clamor de piedad para quienes permaneceremos desolados, y un llanto compartido aun en la distancia, aun sin conocernos, aun encerrado cada uno en la soledad, preguntándonos eternamente por qué. / SN