La exposición «Disociaciones colectivas» es para Francisco Martínez, su autor, una nueva posibilidad de abordar el oficio de artista plástico desde otro sentir. En este caso, el sentir del color que antes no había experimentado. Martínez quiere arrojarle una incógnita a la gente; quiere, mejor, confundirla. Eso es lo que le gusta porque de ese modo “el arte logra conmover y cambiar el espíritu de la gente”
Luna Perdomo
En estos días, en la Avenida Principal de Prados del Este , huellas dactilares que usurpan el lugar de las señales de tránsito. Los transeúntes se interrogan sobre su significado. Los más intrépidos se acercan y se preguntan unos a otros sobre las casi treinta nuevas señales que rodean la zona; y lo que no se imaginan es que allí —justo al lado de la venta de lanchas—, en la galería GBG Arts, está la exposición Disociaciones colectivas del escultor Francisco Martínez.
Días antes de la apertura, sus obras comenzaron a invadir la zona; pero de la misma forma en que aparecieron, desaparecieron. Los amigos de lo ajeno quisieron ensayar así sus propios raptos de la Odalisca. Estas obras le han costado años de investigación a Francisco Martínez.
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Cuando esta periodista entra a la sala, el artista se halla montando su exposición. Capturado en pleno trajín. El lugar luce solitario pero está preparado para la llegada de la Prensa. La conocida “E” de estacione sufre un cambio y se transforma en tarjeta de invitación que con fondo azul pasa a ser una “F” blanca que lleva a conocer el reverso, que sobre un naranja fluorescente ofrece la información del evento. Los encargados de la galería comienzan a explicar de qué va la exposición mientras el artista termina de montar las piezas.
En el blanco y alto salón, las grandes obras −diseñadas de acuerdo a las dimensiones del recinto− cautivan la mirada; pero antes de enfrentarlas, el espectador debe colocar sobre su cabeza un casco industrial con luz frontal, que como valor agregado y bajo iluminación tenue, convierte los colores de las esculturas dactilares en tonos neón, ofreciendo la otra parte de cada pieza.
Todo parte de la huella, de mi huella dactilar. Empezó todo con un cuento que tenía que ver con una investigación policial, lo que fue el trabajo anterior. Luego, en un devenir de huellas de amigos, de gente que conocía. Me involucré cada vez más en la investigación, lo que me llevó a incluirme con lo que veo a mi alrededor, cuál es el camino que siempre transito, las cosas que veo cuando voy montado en el carro.
Y fue de esta manera como se dejó cautivar por las señales de tránsito, que a pesar de tener formas muy básicas, para él son súper interesantes, además de tener colores bien llamativos.
Antes de estas piezas, Martínez siempre había trabajado en hierro, acero inoxidable o aluminio, buscando como fin último la posibilidad comunicativa de cada escultura; aparte de la forma −que es la huella dactilar−, imponía el material en todo momento con su contundencia propia. Nunca antes había utilizado el color en sus obras porque “había estado un poco negado a la posibilidad de negar lo que el material comunica”; sin embargo, deseaba involucrar los colores en sus vestigios y es en esta muestra donde se ha dado el punto clave.
Francisco estaba, desde siempre, embelesado por las características del hierro: fuerte, grande e imponente en los espacios. No podía imaginarse abordando otros materiales, y en medio de la disyuntiva, un amigo economista le habló de la Navaja de Ockham: “Una fórmula de la economía que, en medio de un problema, ofrece quedarse con las dos soluciones más importantes, con la misma posibilidad de éxito y, finalmente, escoger la menos compleja de realizar”, explica brevemente Martínez. Después de la definición, el escultor, aún con ojos de asombro, señala que esta teoría le cayó como anillo al dedo y comenta:
Me permitió un fluir de ideas, comencé con maquetas para abordar el espacio y, a medida que desarrollaba el trabajo, se impuso la necesidad de que las piezas fueran grandes, sobre todo por una contraposición de lo que sucede en la calle.
El ensayo, los estudios y las pruebas permitieron que lograra su cometido: perder la referencia que se tenía en la vía y utilizar el color en su máxima expresión.
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En relación con el significado de las piezas, la obra también tiene que ver con las teorías de la modernidad, con la posibilidad de integrar el espacio, la escultura, la música y al espectador para que todo sea un conjunto donde las personas se vean inmersas en la obra, lo que llevó a Francisco a aventurarse a prácticas poco comunes: una sala que deja ver la obra a oscuras, sin nada de luz y en compañía de las notas musicales de El jardín del sueño del amor de Oliver Messiaen, que en la sala se repite ad infinitum. Allí, justo allí, se puede percibir la disociación de las señales de tránsito: la referencia inmediata de la señalización pero no se sabe qué es. Comporta un valor estético que aporta un frescor a los signos comunes del día a día.
En el mundo de las artes hay muchas premisas. Una de ellas reza que para ser escultor, hay que compartir con escultores. Pero ¿cómo llegó Francisco Martínez a decir quiero ser escultor? Todo comenzó en medio de las dudas y del deseo de hacer, de crear, −Empecé esto cuando tenía 17 años, trabajando en el taller del maestro Cruz Diez. Sobraban materiales, me los regalaban y comencé a crear cosas escultóricas y volumétricas sin ninguna señal. Apenas iniciaba mis estudios de Artes y todo lo que hacía era muy empírico…
La familia de Francisco siempre lo apoyó, aunque con dudas porque es un mundo complejo. De hecho, cuando decidió especializarse en la escultura también quería pintar y hacer muchas cosas más; pero tuvo una entrada singular en las artes:
Llego a todo este mundo sin saber nada. Para mí realmente fue la posibilidad de ser otra persona. El arte tiene esa particularidad, el hecho de la transformación. La gente, con ver y sentir el arte, pasa a ser totalmente diferente.
Así fue su primer acercamiento a este oficio. Guillermo Abdala, maestro de escultura, fue quien le llenó la cabeza de incógnitas, preguntas y dudas.
−Lo más importante cuando se está aprendiendo es que no te aclaren nada, que más bien te llenen de posibilidades porque cuando las cosas están claras, no las indagas y las das por hechas; pero cuando todo parte del cuestionamiento, se generan más curiosidades,
No solo es egresado de la escuela Armando Reverón, sino que ahora se desempeña como docente en las aulas donde se formó. Su ideal como maestro lo tiene muy claro: enseñar lo que no sabe. No quiere caer en lo que ya se ha hecho porque es llegar al aburrimiento, a lo repetitivo; para Francisco lo estimulante está en “escuchar a los demás, proponer en función de lo que mis alumnos viven y no de lo que yo quiero porque la gente joven tiene otras necesidades, otra manera de ver el mundo, conoce otras cosas, oye música diferente a la que yo escucho”.
Para Francisco, enseñar lo que no sabe ha sido muy fructífero porque ha aprendido que cada quien tiene sus propios problemas y por cada problema hay una nueva enseñanza en el arte.
La muestra está abierta hasta el viernes 10 de junio de 2011. Una reseña de la obra completa de Martínez puede leerse en esta página de facebook, escrita por la curadora Katherine Chacón. Lleva el título «Señales de la individualidad muda».
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