La Feria del Libro de Madrid concluyó ayer domingo 12 de junio, y a pesar de la crisis las ventas no han estado nada mal: casi 8 millones de euros. Una periodista venezolana, graduada en la UCAB en 2009, hace postgrado allí y escribe esta crónica que es, a la vez, una declaración de amor a su escritora favorita
María Alesia Sosa Calcaño
Pensé en decirle que era mi ídolo. Pasé la noche pensando en que le iba a hablar de Venezuela, un país por el que sé siente un especial cariño. Pensé pedirle una entrevista, porque le tengo demasiadas preguntas. Pensé decirle que sufrí por Paula, y que todavía pienso en ella. Pensé decirle que debía odiar esta ciudad, donde se durmió su hija. También que tenía que ir a conocer Venezuela. Yo sé que ella vivió allí, pero pensaba contestarle que el país que a ella la recibió, ya no existía. Y que ahora Venezuela es un país desconocido. Pensé pedirle consejos sobre el exilio, y fuerzas. Pensé en darle el pésame veinte años después. Pensé que no me dejarían pasar porque no quería que me firmara el libro nuevo. Pensé en preguntarle si su madre aún vive. Quería decirle que Caracas ya no es como la pinta en mi libro favorito. Ni los venezolanos. Pensé en preguntarle si su Twitter es verdadero.
Llegué con esperanzas a una cola que le daba demasiadas vueltas al parque. La cola era para la firma de libros de Isabel Allende. Estaría firmando de 11:00 de la mañana a 2:00 de la tarde, habían anunciado los medios. Era su primera vez en una Feria del Libro de Madrid.
Detrás de mí, llegó a la cola una señora de la tercera edad. Y eso que no habían abierto las firmas. Horrorizada por el gentío. Un español muy español, más adelante dijo:
−Después que no digan que a los españoles no nos gusta leer.
−Sí, pero a todos nos da por leer lo mismo −contestó la señora, que dicho sea de paso estaba preocupada porque tenía gente invitada a comer en casa.
Otros dos más allá estaban empeñados en sacar cuentas del dinero que estaba haciendo la escritora en una sentada.
−Si cada uno de estos compra el libro para que les eche una firma, imagínate. Sesenta mil eurillos en dos horas. Joé.
No sé qué cuenta sacó, pero en tres horas la novelista chilena plantó su firma en más de 600 libros. Casi todos tenían bajo el brazo o se cubrían la cara por el sol con El cuaderno de Maya, la última obra de Allende.
Detrás de la señora que estaba detrás había una de más de cuarenta, que aparentaba menos, con rasgos suramericanos. Ella lee a Isabel Allende, dijo, porque la traslada a su tierra.
−En todos los libros menciona a Chile. Y leerla es como volver a mi país.
Teníamos el sol de frente, pero nos amparaban los árboles del Retiro. Escuché decir a uno que en Madrid no hay intermedios.
−O te mueres del frío o te ahogas del calor.
***
Esta fue una feria del libro con sol, como casi ninguna. Para los madrileños se ha vuelto una costumbre sacar los paraguas los días de la Feria del Libro. Aunque por supuesto, hubo días en que la tradición no se rompió. Pero no había habido un día de feria así de azul, en un Retiro así de verde.
Tres horas después, faltaban dos personas para entrar a la carpa blanca donde estaba ella. Y mientras resolvía quién me iba a tomar la foto, mi mente se quedó en blanco y sin darme cuenta ya estaba adentro.
Efímera es demasiado decir. Breve. El encuentro fue breve, rápido, impersonal. Cuando salí de esa cita tan breve, me pregunté si habría valido la pena. Estábamos tan cerca pero demasiado distantes.
La Feria del Libro, o del Retiro, es una pausa en el Madrid de las protestas de la Puerta del Sol, que se acabaron casualmente el mismo día. Estos días de verano el parque se llena más de lo normal. Los buhoneros se multiplican por diez, y todos venden.
Doce kilómetros de estantes llenos de libros se instalaron durante dos semanas en el Parque del Retiro de Madrid.
A Domingo Nieto, un madrileño de 49 años, le apasionan los libros, y la feria. Este año le ha parecido más pequeña, aunque había 39 expositores más que en la anterior.
−Lo mejor son las casetas de las editoriales, porque se consiguen maravillosas obras que no hay en ningún otro lado.
***
Por la feria se pasea gente tan diversa que cuesta creer que puedan estar juntas en un mismo sitio. Si algo iguala a todas esas personas es la lectura, de resto, no pueden ser más diferentes. Da gusto ver tal aglomeración de gente en torno a la literatura.
Eso es lo que más complace al escritor Dominique Lapierre.
−No veo la crisis. Hay mucha, mucha gente. Eso quiere decir que los españoles son muy interesados a la lectura. Para un autor es una grande sorpresa y satisfacción −dijo con un marcado acento francés.
Casi ocho millones de euros se vendieron en la Feria del Libro de Madrid de 2011, 4% menos que el año pasado.
Lapierre entró a la oficina de información de la Feria del Libro preocupado.
−¿Quién está encargado de anunciar las firmas de libros por el micrófono?
−Allí adentro −contestó una secretaria señalando hacia una oficina.
Él entró rápidamente a pedir que anunciaran su firma porque no había escuchado su nombre por el parlante. Más por mortificación de anciano que por prepotencia. Este hombre que ha vendido miles de ejemplares de sus libros alrededor del mundo no puede ocultar su humildad. Los escritores son los famosos más humildes.
Lapierre conoció Venezuela hace muchos años, no recordaba cuántos, pero le alegró oír otra vez el nombre de ese país exótico.
−¡Viva Venezuela! −me dijo después de dedicarme Esta noche la libertad.
***
Almudena Grandes lleva 22 años yendo a firmar libros a la feria. Pero mucho antes la visitaba como una más. Hay algo en los árboles del Retiro que le causan alergia, por eso es costumbre que parezca un poco constipada cuando se sienta a firmar sus libros. Ella tampoco ha notado la crisis.
−Los libreros están contentos, los distribuidores dicen que ya no venden tanto. Pero yo no noto la diferencia. Veo mucha gente. La feria está tan viva como siempre.
Lástima que la Feria del Libro no se salva del horario español. De 2:00 a 5:00 de la tarde el espacio se queda como el final de una verbena caraqueña. Muerto. Muchas personas llegaron con la esperanza de aprovechar su hora de almuerzo para visitar las casetas, pero las encontraron sin un alma.
Precisamente a la hora del almuerzo en el restaurante de un hotel de la calle Velázquez, muy cerca del Retiro, estaba Isabel Allende.
Mi cara, cuando la vi fue de susto con alegría. Me dio la impresión de que ella también se asustó un poco al verme, pero no tardó en sonreír.
Estaba sentada en una mesa redonda de cuatro puestos, pero sólo estaban ocupados dos. Ella y una señora muy mayor en silla de ruedas.
Me acerqué y las saludé a las dos.
−¿Es tu madre? −le pregunté.
−No, soy su abuela −contestó la señora al tiempo que la escritora dijo:
−Es mi editora.
−¡Claro! Usted es Carmen Balcells −le dije.
Estaban comiendo pimientos de padrón, de los que unos pican y otros no. Pero ninguno picó demasiado durante nuestra conversación. Fue más fluida de lo que soñé la noche anterior.
Pude decirle que la admiraba, y preguntarle por su madre. Le dije que mi favorito era Paula. Que había estado en su firma de libros un rato antes. Que me moría por entrevistarla y que volviera a Venezuela. Estaba como enternecida.
−Siéntate aquí en la silla y nos hacemos una foto.
Balcells, que tiene la cabeza perfecta, o eso parece, se ofreció a tomar la foto con un aparato demasiado tecnológico para sus manos, pero que manejó a la perfección.
Las dejé comer tranquilas.
Después del postre, Isabel preguntó dónde quedaba el baño.
En ese instante me di cuenta de que esa Isabel Allende, escritora y protagonista de sus libros, no es más que Isabel Allende. Y que su vida, que parece tan extraordinaria impresa en los libros, es una vida como la de cualquiera de los que caminaba por la Feria del Libro de Madrid. Después de todo, lo único que todos esos tenemos en común es la pasión por la lectura.
Me encantó la entrevista-no-entrevista. Muy bello todo lo expuesto y claramente dicernido. Me alegra que la gente nueva del periodismo se pasee por el mundo haciendo cosas buenas.
un beso a la futura escritora, porque estoy seguro que lo será.