Tiene cuatro hijas regadas por el mundo: Déborah, Paulina, Daniela y Renata. Y varios libros de ensayo. Llegó a Venezuela huyendo del penúltimo de los grandes gorilatos sufridos por su país, Argentina, en los setenta. Se ha quedado aquí, muy a gusto, atendiendo a su oficio de psicoanalista y dedicado a la pasión de escribir. Esta conversación se produjo hace algunas semanas en uno de sus sitios predilectos: el reducto cultural Trasnocho. «La memoria no es un archivo sino un elemento vivo que va ordenando el presente», dice
Sebastián de la Nuez
Ha escrito también una novela, La pesquisa final (Random House). La escribió cuando comenzó el proceso chavista y arrimó el original por ahí, como a punto de desecharlo para siempre. Pensó que era demasiado extravagante. Luego, cuando trabajaba en Fantasmas precursores (Mondadori) se lo encontró y se dijo que no estaba ni tan mal. Se trata de un detective privado venezolano que fue profesor de Historia en Argentina. Recibe a una mujer que le plantea la desaparición de su marido. Andando en la conversación, la mujer habla del finado y el detective la pregunta cómo es eso, cómo sabe que está muerto. Y la mujer le contesta que sí, que se ha muerto cuatro años antes. Pero se han mantenido en contacto a través de una espiritista. Y se perdió ahora el contacto.
De modo que la novela es la pérdida en el cosmos de este personaje y a partir de allí aborda ciertos mitos de Venezuela.
Pero primero habla de Fantasmas precursores.
Uno podría explicar desde cualquier punto de vista por qué fue posible la independencia de Venezuela o por qué ocurrió la revolución francesa; tomar en cuenta, por ejemplo, el tema del hambre o los levantamientos que llevaron a Versalles. Esas cosas estarían bien si se pudiese verificar que esos hechos llevan a la independencia en otro país, como quien determina los elementos en un proceso químico. Si las cinco o seis variables, que el historiador determina como decisivas, se repiten y producen como consecuencia una independencia en otra parte. Si no es así, es pura conjetura. Igual cuando se habla del Caracazo diciendo que los problemas sociales determinaron el alzamiento violento y popular. Pero eso se dice después. Los análisis son siempre tendenciosos.
Antes de esto que ocurre en el mundo árabe nadie se lo imaginó. La Historia resulta absolutamente imposible de convertir en un aparato conceptual, riguroso. Frente a esa visión de lo histórico −que además está plagada de ideología porque se toman elementos míticos para convertirlos en memoria histórica, verbigracia el caso bolivariano−, Yurman opone la idea de la función histórica del trauma.
El trauma es lo que permanece de un acontecimiento aunque no puede ser elaborado por la persona que lo sufre. Es como una marca o cicatriz que queda en el cuerpo; en el psiquismo. Del trauma puedo decir que hay efectos con peso sobre el presente; siempre van a ser conjeturales: por qué eso tuvo tal efecto o de qué manera. Pero en todo caso es una mirada sobre la Historia planteada como una posibilidad.
También la Historia tiene que ver con el modo de contar los hechos, y la retórica literaria varía según la época; no cuentan igual los romanos o los griegos que una persona del siglo XIX, en pleno romanticismo. O lo que cuenta un marxista.
−El trauma es aquello que no llegó al lenguaje, que quedó oculto. Uno toma ese elemento oculto para hacerlo circular, para que tome sentido, significado. De allí el peso de la función histórica. Yo tomo uno de los elementos de la Historia: la Guerra Federal, por ejemplo.
−Desde ese punto de vista, los pueblos también tienen infancia, etapa en que uno es más vulnerable a los
traumas.
−Yo no llamaría a eso infancia, porque la infancia supone un organismo: va a madurar, etcétera. No lo veo así porque es una metáfora que se ha empleado muchas veces pero no da cuenta de la realidad de los pueblos. Uno puede decir que la antigua Grecia es la infancia de Europa; o puede hablar de los bárbaros o de los celtas.
−Resulta arbitraria esa lectura, entonces.
−Lo es porque resulta la visión de una identidad personalizada que viene de la fundación de las nacionalidades. Se piensa entonces en los orígenes. Es una visión de la nación; Bolívar como el comienzo de la venezolanidad, por ejemplo. Creo más bien en el sentido del trauma como evento social que impacta. La esclavitud fue un elemento traumático. El tema del caudillismo y la figura paterna también: porque la figura del padre fue destruida por esas guerras federales, todos los varones iban a la guerra. Y Venezuela se convirtió en un país de viudas y huérfanos. Eso fue la destrucción del sistema familiar, y esos elementos traumáticos van a jugar un papel en la idealización de la figura del caudillo. Hay traumas que, aun cuando no son visibles, determinan la Historia.
−En todo esto juega un papel determinante la memoria de los pueblos, que despierta o acumula cosas, ¿no?
−Es importante diferenciar la memoria social, real, con matices políticos, ideológicos, culturales; y una memoria mitológica, es decir, que se va configurando y mostrando mitológicamente. La gente no se acuerda de Bolívar, ¿cómo va a acordarse de Bolívar? Es una memoria histórica que se va imponiendo a través de la educación. Porque las personas generalmente no tienen una memoria de tres generaciones: llega hasta el abuelo. Quizás lo demás es pura mitología… La experiencia de la memoria es aquello que sirve a la vida práctica, y obedece a lo vivido, a lo experimentado. Pero esta otra es la memoria histórica, y si no se enseña en el colegio, desaparece.
Yurman dice que hay otra memoria menos formal, y a veces se mezcla con elementos de leyenda, como por ejemplo “a mi papá lo echaron en aquella época porque estaba en contra del gobierno” o “Gómez maltrató a mi abuelo”. Son cosas sueltas pero que van engranando en sistemas míticos. La memoria no es un archivo sino un elemento vivo que va ordenando el presente. No es algo inerte referido al pasado. De pronto, ciertos momentos políticos remueven toda esa memoria, la organizan y le dan sentido. Aparece la figura del líder, o la del amigo y enemigo. La memoria nunca es la representación de la realidad, sino de un vínculo con la realidad. Nadie tiene una memoria real de su padre o de su madre; es afectiva. Y de pronto se puede volver más o menos intensa en función de lo que se vive en el presente.
−Pero quería asociar ese asunto de la memoria al relato, es decir, a los diferentes relatos que se da una cultura, un pueblo. Eso tiene que ver con la verbalidad…
−Y con la escritura. Fíjate: en los últimos años, en Venezuela, ha habido mucha nueva literatura, y me parece interesante. Uno lo puede entender como un deseo de ver qué es lo que pasa y de organizar una memoria. Porque la memoria no es los hechos en sí, sino la narración de los hechos. Es un sistema narrativo; pero el problema es que se ha ido perdiendo con el tiempo. Una de las cosas que decía Walter Benjamin es que su generación fue la primera que no pudo convertir su vida en experiencia. La gente vivió la Primera Guerra Mundial, pero no la pudo convertir en una experiencia. Es un punto importante: hay una pérdida de la noción de experiencia y de allí que sea necesaria la narración histórica. Con eso la gente puede configurar eso que vive de manera fragmentada y con alta velocidad.
−¿El trauma es siempre un accidente?
−Generalmente se le ha visto así, como un golpe, algo que viene de afuera. Tropezaste y te lastimaste. Pero estoy planteando la posibilidad que tiene, por la conmoción que produce, de reordenar el aparato psíquico. Normalmente, a raíz de un trauma, cuando la gente lo reelabora, regenera tejidos afectivos, recupera modos de ver y de sentir… A veces incluso desarrolla cosas nuevas. Hay un elemento creativo en la persona que ha vivido una situación traumática. Hay quienes piensan que la creación viene de un trauma. Es como un estímulo. Por un lado golpea, pero por otro lado cumple una función. En la infancia siempre hay una experiencia traumática. El destete, la invasión del hermano nuevo, etcétera. Son pequeños traumas que van incidiendo en las personas. El trauma es parte de la condición humana. Lo que pasa es que después aparecen otros con distinta configuración. Cumplen una función social, que es lo que intento plantear en el libro.
Foto de arriba: Yurman (en el medio) con el librero Walter Rodríguez y Cristina Bengochea, vicepresidenta de Ediciones Alfa, durante el Festival de la Lectura de Chacao 2011.
Foto de abajo: Yurman con Alexis Romero, librero de Templo Interno.
Hola chicos: Fernando siempre con sus elucubraciones sorprendentes.
Un gran abrazo desde Canarias en la memoria de la etapa Venezuela y sus aventuras.