Eso dice la página oficial del Museo de Arte de Milwaukee. La verdad es que vive bastante bien, a sus anchas. Esta crónica de su propuesta actual –en realidad son varias− trata de conectar ese sentido práctico tan norteamericano, el genio de Zurbarán, el marketing de lo pedagógico, el último emperador, un fotógrafo cubano, Miró y una rica heredera que un día de los años cincuenta decidió convertirse, casi por azar, en una de las coleccionistas del fauvismo y del expresionismo más importantes del mundo
Sebastián de la Nuez
Cierto: el arte vive bastante bien entre estas paredes que se lanzan al espacio, infiltrándolo con delicadeza. Se lo pasa en grande excepto la colección folk –artesanía, esculturas, objetos construidos por manos ingenuas del estado de Wisconsin−, apretada en varias salas contiguas del tercer piso sin mucho sentido de curaduría. El MAM es una especie de Enterprise posado sobre la llanura de la ciudad de las motocicletas Harley Davidson. Es una belleza de líneas puras rodeada de rudo cemento por todas partes menos por una, la que da al lago Michigan.
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Un Enterprise hecho de nieve con quilla de barco y alas de Concorde cerrándose a las 5:00 pm para advertir que ha concluido la visita al museo. No hay ni un solo cuadro de un venezolano allí dentro, al menos no actualmente. Y muy pocas obras de algún español, excepto Miró, Picasso y Zurbarán. Sin embargo, la obra completa, el sitio, el ánfora contenedora del todo, o sea, el edificio mismo, es del español Santiago Calatrava (Valencia, 1951). No es un privilegio menudo haber sido seleccionado como arquitecto por el condado para realizar esto, en especial si se toma en cuenta que estamos hablando de Wisconsin, el estado donde nació el más prestigioso de los arquitectos norteamericanos, Frank Lloyd Wright. Acuérdense nada más de la canción de Simon & Garfunkel.
El cuadro de Zurbarán que se encuentra aquí, dedicado a San Francisco de Asís, es objeto de estudio y los norteamericanos –que saben difundir explicaciones quizás reduccionistas pero en todo caso eficaces– hacen un excelente ejercicio pedagógico con esta pieza; puede corroborarse en su página web (haga click aquí).
Curiosidades
El MAM ofrece, en estos días de junio y julio, tesoros de la Ciudad Prohibida china, un paraíso del emperador. Lo que se muestra aquí es una parte, en piezas, del Jardín Quianlong, que data del siglo XVIII. Como esta es la exhibición especial, su cafetería Calatrava ofrece un rosario de platillos chinos en absoluto desdeñables; y una tienda especialmente diseñada para la ocasión con objetos alusivos a la exposición. Libros, tarjetas, videos sobre la cultura y la diversidad china; colgantes, chaquetillas, camisas, figuras de porcelana, arte en miniatura fabricado en serie.
Pero aparte de la exhibición Quianlong, resulta interesante cada uno de los trabajos representativos –se trata de una colectiva− de fotógrafos contemporáneos dedicados al trabajo de impresión: curiosos, revulsivos, en ocasiones dados a la crónica. Es un ala completa bajo el título 20th century design donde uno puede descubrir a Anthony Goicolea, cubano (aun nacido en Atlanta, 1971) que hace carrera con sus chromogenic prints. Están junto a él Cándida Höfer (nacida en Alemania en 1944), Thomas Struth (Alemania, 1954), Ana Mendieta (cubana ya fallecida en 1985), Lily Almog (Israel, 1961) y Thomas Ruff (Bélgica, 1958), entre otros.
Subiendo las escaleras te encuentras de nuevo la estética de filigrana china, esta vez con la tinta del maestro Lu Yanshao: exhibición de sus paisajes de la montaña Yandang, una maravilla natural elevada a la categoría de Geoparque Mundial por la Unesco en 2005. Esta exhibición se titula Waterfalls and rocks.
En ese mismo piso está la colección donada por la señora de Harry Lynde Bradley, A ella le fascinaban las colorful paintings. Por eso hay cuatrocientos cuadros y esculturas de lo mejor de la segunda mitad del siglo XX allí a disposición del visitante, incluyendo Picasso y Miró; también el fauvista Georges Bracque. Y, además, obras de los expresionistas alemanes Kandinsky y Kirchner.
Aparte resalta una muestra exhaustiva de Georgia O’Keeffe, una pintora de Wisconsin auténticamente norteamericana: pintaba paisajes del oeste. Hay unas flores en esta muestra permanente de un impresionante colorido. Desde luego, la multimillonaria señora coleccionista sin nombre –solo figura el del esposo, en el museo y en internet− amaba el color.
Hay mucho más dentro de esta quilla de barco-pájaro desbordado: hasta una sala donde las criaturas pueden ir a pintarrajear muñecos sobre unas mesas de pura madera dentro de una sala especialmente acondicionada que lleva el nombre de Kohl’s, una cadena de tiendas por departamentos perteneciente a otro multimillonario, agradecido ciudadano de apellido Kohl.
Uno no se imagina que una sala en un museo estatal pueda llevar el nombre de un prominente empresario de la localidad, pero esto es Estados Unidos y la filantropía también se mercadea hasta borrar los límites entre lo público y lo privado. ¿Importa mucho eso, si el resultado es que puedes dejar a tus hijos a buen resguardo, entretenidos y aprendiendo a desfogarse con acuarelas mientras te paseas durante varias horas por el Enterprise?
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