En Ravinia Park –Illinois, USA− cantó y tocó este 5 de julio Peter Frampton, la leyenda mil veces escuchada en las emisoras venezolanas durante 35 años. Más afinado que nunca. Con una banda a la cual le roncan los motores. Rindiendo homenaje a su propio disco estelar pero, más allá de aquel hito, buscando un nuevo camino en las cuerdas tensas de su guitarra soñadora
Es facilito llegar, siempre y cuando te lleve alguien que sepa, viniendo desde Milwaukee, desviarse por Lake Cook, virar a la izquierda y tomar la 41 hasta un sitio donde dejar el carro y tomar el autobús gratuito hasta Ravinia Park. Si vienes de Chicago, más fácil todavía: en tren. Highland Park, donde se halla Ravinia, es un vecindario aledaño a la ciudad donde estiró la pata Dillinger.
Ravinia es un precioso parque con paseos, kioscos, bancos y mesas de madera para sentarte a comer. Parece el set para una de esas comedias de Hollywood que siempre terminan con un chiste. Todos los años se hace por esta época un festival musical (www.ravinia.org/) allí dentro; puedes llevar tu mantelito, una gavera con cervezas y montar el propio picnic mientras escuchas a la Filarmónica de Chicago o a los Moody Blues, aunque a estas alturas los británicos parezcan un remedo de sí mismos.
Ravinia es, pues, un sitio primaveral con una especie de gran concha acústica en su centro. Su piso, en declive, permite la disposición de asientos de madera con visión perfecta hasta en la última fila. A las afueras de la concha acústica propiamente dicha se agolpan quienes no quisieron pagar el privilegio del techo, del asiento y de la cercanía. Y más allá, cientos de melómanos que, mientras escuchan lo que sucede en escena, están echados en la grama o despatarrados en sus sillas plegables. Todo ello está permitido pues de eso se trata: pasar una velada veraniega escuchando a tus favoritos en vivo y directo. Por supuesto, hay buenos altavoces repartidos de manera conveniente por todo el parque.
El norteamericano medio es fanático de sus ídolos pero incapaz de mover ese trasero como lo hacen los caribeños. Aplaude y grita, pero nada más. Frampton comes alive II es el nombre de la gira actual de Frampton y no en balde: es la repetición, durante la primera parte, de cada una de las canciones del disco doble que en 1976 lo hizo mundialmente popular. Su compañía disquera celebra los sopotocientos años del exitoso lanzamiento con una edición especial, y él, por su parte, se ha comprometido con esta gira mundial (más información aquí).
Sin embargo, la segunda parte de este concierto −luego de anunciar el receso como la hora de hacer pis− es otra cosa. Durante casi dos horas adicionales despliega su guitarra acústica o la Gibson sin acompañamiento de voz durante casi todo el tiempo. Eso es lo que ahora lo apasiona. Es lo que ocupa su atención y con lo cual se ganó un Grammy: dulces templanzas electroacústicas que rememoran a Hank Marvin, ecos jazzeados a lo John McLaughlin.
Frampton ya no es, desde luego, el melenudo de la talk box en Show me the way. La canta con cierto desgano. La melena lo abandonó. El dispositivo que distorsiona las notas de su guitarra es una grata nostalgia. También usa la caja parlante en Do you feel like we do.
Lo mejor de Frampton es, sin embargo, lo que ha hecho después de aquel disco mítico. Esta gira demuestra que algunas segundas partes son mejores que las primeras, menos pegajosas pero, a cambio, repletas de luminosos destellos aun cuando no provoquen histeria universal.
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