Un político en pugna con la imperfección

                                                                                                  

Carlos Ramírez Mac Gregor, editor del diario Panorama, alterna sus diversos papeles: escritor, parlamentario, abogado, diplomático, empresario y comunicador. Homenajeado con el premio María Moors Cabot por la Universidad de Columbia como periodista destacado, aspira a convertirse en una figura política desde la Prensa

Andrea Montilla

A las doce del mediodía, los reporteros del diario Panorama bajan una cuadra para ir al bar La Princesa, lugar donde suelen reunirse. Entre otras cosas, para beberse unas cervezas y hablar de política. En realidad, lo que quieren es buscarle la lengua a Ernesto Aparicio, el fundador del equipo de beisbol Gavilanes de Maracaibo. Curiosos, le preguntan y le repreguntan. Es un hombre fascinante –dice Omar Pérez−, todos quieren conocerlo, escuchar sus cuentos y sus anécdotas deportivas.

Termina el rato de cháchara y Pérez vuelve a la sala de redacción con sus colegas. Es un “corralón grande”, como dijo una vez. Los tres pisos del periódico se erigen como oficinas improvisadas. Es una casa que aloja seis escritorios. Uno de ellos está dedicado exclusivamente a la sección deportiva, de donde, seguramente, saldrá alguna entrevista relevante sobre Aparicio.

Pérez y sus compañeros se sienten tensos. Se acabó la fiesta. Hay que trabajar duro, de forma rigurosa. “Miren que por ahí viene Machorro Loco”, vocifera Miguel Pérez Mirabal, uno de los reporteros, y el estruendo de las risas se apodera de la habitación, medianamente acomodada para dar la impresión de oficina. Se dan la libertad para burlarse del jefe y ser crueles. Pero cuando entra Carlos Ramírez Mac Gregor por la puerta metálica de la redacción, todos callan. No hay ni un solo puesto vacío.

Sus pies marcan pasos rápidos. Ramírez Mac Gregor parece nervioso. Va de un lado al otro de la oficina, paseando sus ojos con lentes oscuros por los escritorios y vociferando órdenes por doquier. Al llegar al puesto de Federico Pacheco Soublette, arrastra la silla más próxima junto a la del periodista. Es un mal hábito que tiene: acomodarse como si el escritorio fuera para dos.

De un bolsillo de su flux color crema saca un artículo de prensa que había recortado de un diario competidor de Panorama. «Mira, Federico, qué gran reportaje éste». El periodista Pacheco Soublette aparta la vista de la máquina de escribir para observar el texto. Era un buen reportaje, sin duda. Pero la frase del jefe, cargada de irónica crueldad, le irrita y mucho. Es algo común en Ramírez Mac Gregor molestar a sus reporteros. Para el editor del periódico marabino desde 1949, el trabajo en Panorama no puede permitirse imperfecciones. En sus manos está el destino de un diario que debe convertirse en uno de los medios de comunicación más influyentes del país.

 

LA SINCERIDAD EN PERIODISMO

Parece que la palabra descanso se perdió en el diccionario de Carlos Ramírez Mac Gregor. A sus sesenta años, legisla en el Congreso nacional desde 1941. Después del golpe de Estado del 18 de octubre, que acabó con el gobierno de Isaías Medina Angarita, funda un bufete de abogados y trabaja durante cuatro años como presidente de la Cervecería del Zulia. Apasionado empresario y gustoso por incidir desde el periodismo en la política, decide crear la revista Momento y dirigir a su vez Panorama. Sirve en el cuerpo diplomático como embajador en Bélgica cuando se restablece la democracia en Venezuela.

Al ingresar a la oficina de Ramírez Mac Gregor, dentro de la sala de redacción del periódico, sólo se observan tres sillas y un escritorio atiborrado de papeles. Nada más. Nada fuera de lo común. Siendo “un hombre de fortuna”, como lo describe su colega Omar Pérez, sorprende la carencia de cualquier lujo. Ramírez Mac Gregor permanece erguido, como si los asientos estuviesen todos ocupados. La entrevistadora lo invita a sentarse. Ahora sus manos, al hablar, parecen desprovistas de todo control.

Muchos dicen que su temperamento impulsivo y polémico ha tenido resultados controversiales y hasta retadores. Una vez tuvo un encontronazo con el editor de Últimas Noticias, Miguel Ángel Capriles, a quien calificó de truhán.

—Yo soy sincero y franco. Puedo estar equivocado, pero hago lo posible por decir lo que pienso. Capriles lo que hizo fue dar una información completamente falsa, diciendo que yo había sido condecorado por Pérez Jiménez. Ese “capicúa de la inmundicia” quería que tanto a Panorama como a Momento se les retirase la publicidad. En ese momento circulaban más de sesenta mil ejemplares del periódico.

¿Cree que expresarse a través del periodismo le ha facilitado el entendimiento con los demás?

—En lo absoluto. Esto de hacer periodismo es una tarea penosísima. La opinión no es como una persona sensata, a quien se pueda interpretar fielmente. Es imposible escribir al gusto de todos. No se ha descubierto aún una filosofía, ni una escuela, que permita al periodista satisfacer a todos sus lectores. Lo único que puede anhelar el periodista es que se le reconozca su sinceridad y su buena fe. En el periodismo he cosechado todas las decepciones posibles, porque lo que a unos puede agradarles, a otros les puede causar molestia.

¿Entonces cómo vence esa confrontación? Lo que le queda es la pasividad e imparcialidad ante los hechos.

—Todo el que escribe tiene que poner algo de sí mismo, necesariamente. Yo no puedo quedarme mudo ante la realidad, ni tampoco limitarme a usar palabras elegantes o hermosas. Yo creo que la sinceridad es lo fundamental. Si los hombres llegáramos a comprender que la clave de la felicidad está en la sinceridad de todos, la batalla de la vida estaría en gran parte ganada. Pedirle al periodista una total objetividad es pedirle algo que no puede dar, porque no puede despojarse de su carácter humano.

 

POCO ORTODOXO EN POLÍTICA

Recién fundada Momento, el teléfono de Omar Pérez suena. La voz que atraviesa la bocina es, indudablemente, la de un maracucho rajado. De frases atropelladas y agudas. Era Ramírez Mac Gregor: “Mira, vale, ¿cuándo es que te vas a venir para acá, para la revista?”. El tono era insistente. Ya había perdido al reportero una vez, cuando decidió renunciar a Panorama para irse a trabajar a El Nacional. Recuerda Pérez que antes de marcharse del periódico, Ramírez Mac Gregor le había dicho: “Mira, perito, ¡porque si te quieres ir, te vas!”.

A usted lo acusan en ocasiones de contradecirse en materia política. Dicen que vive acercándose y alejándose de Acción Democrática. Ha sido uno de sus críticos y ahora está postulado como candidato a diputado por este partido. ¿A qué se debe eso?

—Mucha gente ignora que existe entre Acción Democrática y yo una serie de vinculaciones. Sí, en momentos dados ha habido discrepancias y, en otros, acercamientos. Vengo conociendo a los adecos desde hace muchísimos años. Soy de la generación del 28. Yo me encontraba, cuando estudiante, en el movimiento en que Raúl Leoni, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba estaban en Venezuela. Pero existe una vinculación que se inició cuando en 1935 murió Juan Vicente Gómez. Incluso en el 48 me llamaron para colaborar con ellos como independiente y yo acepté. Ahora estoy postulado nuevamente por el partido y no me parece vergonzoso que, habiendo sido crítico, Acción Democrática haya pensado en mi condición de periodista y de hombre que influye a través de su vida en la opinión pública para apoyarme como candidato.

Los medios insisten en que el diario que dirige es de tendencia oficialista.

—Lo que ocurre es que a partir de la elección de Betancourt empezó a plantearse en el país para los periodistas y los hombres democráticos un dilema tremendo. O nos vamos a hacer una crítica constructiva o una oposición al gobierno de Betancourt, o lo apoyamos. Ante el dilema, yo escogí el apoyo. Porque si Panorama hubiese asumido en ese momento una actitud en contra, siendo como es una institución en el Zulia, hubiera contribuido fatalmente a que se creara en la región un clima casi tan grave como en Caracas. Entonces, preferimos apoyar con discreción y decencia. Pero ese apoyo no significó jamás ni un compromiso ni una tendencia oficialista del periódico.

Su amigo Alfredo Tarre Murzi asegura que usted lo protegió cuando vivió exiliado en México y Suiza. También cuenta que se arriesgó para proteger a otros perseguidos y desterrados políticos. ¿Aprendió algo sobre el exilio?

—Me di cuenta de que se ven en Miami, una ciudad estratégica para los exiliados, además de lujosas avenidas y calles, las caras tristes de políticos en desgracia y viviendo en angustia, y como telón de fondo, acá hacia el sur, más de mil millas afuera, un cuadro de la inestabilidad de nuestro proceso histórico y la mentalidad de la mayoría de los políticos venezolanos, basada en odios y vindicaciones. Esta es, de hecho, una de las causas de muchas de nuestras desgracias nacionales.

Parece que el exilio es una necesidad inminente para muchos venezolanos. Incluso usted viaja constantemente al exterior, sobre todo en períodos de crisis política.

—A los pocos días de ocurrido el golpe contra Rómulo Gallegos en el 48, me tuve que ir del país, a Estados Unidos. No quería que me involucraran con los golpistas. Yo deseo de todo corazón no ver venezolanos en el exilio, soñando con el regreso. Al revés del viajero angustiado, que anda permanentemente huyendo de una ciudad a otra, el desterrado sufre la angustia del que no quiere huir.

 

CRISIS DE LA RESPONSABILIDAD

No es reportero. Lo suyo es ser el jefe, el editor y el editorialista de extensas columnas. Lo suyo es la prosa política, jurídica, social. Por su labor periodística, en 1954 recibe el premio María Moors Cabot, otorgado por la Universidad de Columbia, en Nueva York. Gonzalo Álvarez, seudónimo que adopta Ramírez Mac Gregor para firmar algunas de sus crónicas políticas, desea dejar constancia de una época. “En el ocaso de mi vida no me quedará tiempo para hacer unas memorias. Mis ensayos son a veces ideas emanadas de un sentimiento dolorido o un recuerdo hermoso. No pretenden ser la más acabada verdad ni mucho menos un dogma”.

¿La cultura artística y literaria venezolana está pasando por una crisis?

—Está de moda hablar de crisis de la cultura, como si a todos nos tuviera que gustar la poesía, la novela, el cuento o la pintura abstracta. Es verdad que en Venezuela hay menos novelistas, menos poetas, menos cuentistas, pero es porque el pensamiento se ha ramificado. Si ahora hay menos poetas, hay en cambio un crecido porcentaje de población que discute, entiende y escribe de problemas sociales.

¿Puede ofrecer un ejemplo?

—En los principales centros obreros hay hombres que piensan y escriben mejor que muchos profesionales o poetas. Se ejercita el pensamiento político y sociológico. Lo absurdo es que los intelectuales de siempre confundan la crisis de la onda en que trabajan, con una crisis de la cultura. ¡Las manifestaciones culturales son múltiples! Un pueblo sin muchos grandes poetas, puede ser un pueblo culto: Platón extrañó a los poetas de su época.

¿Entonces en dónde radica la crisis?

—Lo principal de una cultura es que comulgue con el pueblo y lo comprometa. Úslar Pietri, un talento múltiple y brillante, se da cuenta de ello. Inventa el diálogo con el pueblo a través de la radio y la televisión. Pero, en el fondo, se trata de que hay una gran desconfianza del pueblo hacia los intelectuales. Al final, el pueblo le pedirá a Úslar Pietri algo más que ese diálogo, le pedirá que le inspire fe y confianza. Se trata de una crisis de responsabilidad, en donde la mayoría de los intelectuales la esquivan y proclaman una supuesta crisis de la cultura.

El dilema de la crisis alcanza dimensiones personales. A Carlos Ramírez Mac Gregor le preocupa la muerte, a la que dedica un espacio en su columna. Para él, es la razón de ser de la vida. “Cuando el hombre, que se cree dueño de la muerte, dispone de ella contrariando las reglas de apego a la vida, el hecho alcanza dimensiones extraordinarias y tan complejas que es una profanación profundizarlas”.

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Mac Gregor hace la prueba de su postulado, pero no regresa para contarlo. Se quitó la vida con un revólver el 10 de marzo de 1975, en las puertas de la clínica El Ávila, en Caracas. Su capricho y obstinación por ser reconocido por sus méritos fallecieron con él.