Individuo universal

Eso es fundamentalmente el poeta Rafael Cadenas, un individuo universal. Advierte que un pueblo pobre de lengua es fácil pasto para la demagogia. Esta conversación aconteció a propósito de su pequeño libro En torno al lenguaje, primero editado por Monteávila, luego por Los Libros de El Nacional

Dice Rafael Cadenas, el de los pelos revueltos, que la última edición de En torno al lenguaje –Los Libros de El Nacional− es más completa pues a ella le anexó un capítulo escrito originalmente para la revista Principia, de Barquisimeto. Quizás lo sea, pero la edición de Monte Ávila, de la época cuando la editorial no había sido acogotada por el sectarismo, es mucho más bonita, bien diagramada e impresa, con ese precioso detalle del Santiago Apóstol  de José de Ribera en portada.

Tiene razón Andrés Boersner, librero de Noctua, cuando dice que quien entreviste a Cadenas debe esperar lo bueno para el final, cuando se destapa. Es difícil descorchar al poeta porque ni se revela ni se prodiga fácilmente. Aun cuando siempre es amable, al comienzo se expresa a cuentagotas, como si estuviera desacostumbrado a tener presente un interlocutor. Rechaza de plano el grabador.

Cadenas, a quien por lo general tildan, quizás superficialmente, de tímido, perteneció a la Juventud Comunista. A los tímidos no se les ocurre voltear al mundo patas arriba.  La efervescencia de sus compañeros en el liceo Lisandro Alvarado (Barquisimeto) fue un acicate. Manuel Caballero, que era de la juventud adeca por entonces, mediados de los años cuarenta, se convirtió en su amigo para toda la vida. Cuenta la biografía de Caballero* que, durante una campaña de financiación para la organización comunista de Lara, fueron enviados algunos de sus integrantes a vender grabados y artesanías a regiones cercanas, como Trujillo y Mérida. Era la época de vacaciones y Cadenas fue uno de los que viajó. De regreso visitó a Chicho (así llamaban a MC), quien había estado entretenido con una lectura.

—Oye, Manuel, ¿qué has estado leyendo?

—Los Cuentos crueles de Villiers de L’Isle Adam.

—Cónchale, vale, tienes que prestármelo porque hay un carajito en la Juventud Comunista de Valera que se la pasa con ese libro para arriba y para abajo y tiene engalletados a todos esos muchachos allá. Es un carricito muy hablador llamado Adriano González León.

Lo anterior es un cuento chino de Caballero, proclive a animar sus entrevistas inventando alguna anécdota. En todo caso, ahora Rafael Cadenas anda sin Chicho por estos andurriales caraqueños. El poeta suele subirse a alguna buseta y andar por ahí; dice que escucha cosas estupendas: jóvenes y adultos pueden tener facilidad para la palabra, aunque es una facilidad al servicio de la sobrevivencia.

Eso de escuchar lo tiene bien afinado. En torno al lenguaje es, precisamente, producto de su saber escuchar. Victoria Di Stéfano ha expresado al comentar la obra: «Ustedes se habrán dado cuenta de que el estilo de Cadenas, no sólo en éste sino en todo lo que lleva su firma, sin exceptuar y de forma implícita su poesía, descansa en el diálogo ponderado y democrático consigo mismo y con el lector». Y un poco más adelante: «Dejar de lado las respuestas definitivas, hablar no con el peso de la autoridad sino con el poder estimulante de la convicción, como Cadenas lo hace, aparte de rescatar la condición democrática de la comunicación genuina, supone (…) el rechazo de la deificación de la palabra, supone el saber venido de la experiencia de que no existe una última palabra».

Opina Rafael que un pueblo que conozca bien su idioma estará en mejores condiciones para detectar lo falso en el uso del lenguaje. Si el pueblo falla en eso, hay ventaja para los demagogos. Pero hay muchos otros elementos que consigna en su libro, del cual, en lo personal, parece un poco desasido al cabo de todos estos años. Quizás prefiera aludir a Dichos, conjunto de aforismos donde, al decir del poeta Joaquín Marta Sosa, vincula denuncia política e ideológica con asuntos del arte, la poética y la palabra.

Cierto, en una época fue de un comunismo vivaz, adolescente, machacante y soliviantado. Jesús Enrique Guédez, un joven que también militaba en la JC, al llegar al Liceo Lisandro Alvarado de inmediato trabó relación con Cadenas y Caballero. «Compartía mucho con ellos, que eran grandes amigos. Al lado de Manuel siempre estaba Rafael. Con frecuencia iba a sus casas a estudiar y a veces me quedaba a dormir». Los libros fueron importantes en la consolidación de la amistad entre Caballero, Cadenas y Guédez. «Manuel y Rafael eran lectores voraces», dice Guédez para la biografía de Caballero. «Yo tenía libros, pero no tantos como ellos. Cuando iba a sus casas veía bibliotecas inmensas: la de Rafael cargada de textos de poesía y ensayos; la de Manuel, muy variada y con bastantes libros de historia».

Al escribir, al comienzo de los años ochenta, En torno al lenguaje, hizo hincapié en la responsabilidad de los medios de comunicación en la degradación del idioma; sin embargo, hoy en día se cuida de acusarlos pues, aun cuando ello siga siendo cierto, constituyen quizás el último reducto de la democracia en Venezuela. Le subleva hablar de intelectuales criollos que sustentan, de palabra y acción, al régimen bolivariano. No los comprende. «Las posiciones sectarias también producen limitaciones en el lenguaje», dice. No quiere saber nada de reediciones de sus obras en la editorial del Estado, Monte Ávila.

Desliza algunas frases tomadas de la TV, de la radio o de la prensa, frases mal hechas o que recurren al lugar común:

  • Los políticos que dicen «soy de los que creo…».
  • En las noticias: «La Policía busca al hombre equivocado».
  • «Aparentemente fueron detenidos», en vez de al parecer.
  • «Según una información que se maneja».

Sobre el abuso del vocablo tema, incluso mal empleado en frases como:

  • «Estamos monitoreando el tema de las lluvias».
  • «El tema de la delincuencia es un azote».
  • «El tema es que me dejó».
  • «Salí corriendo por el tema del temblor».
  • «Con relación al tema de las captahuellas…».

 

Cuando le fue entregado el premio FIL de Literatura 2009 en Guadalajara, o poco después, le hicieron una de esas entrevistas de preguntas inusuales que no suelen convenir ante personajes imponentes pero poco amplios de miras. Preguntas como qué adjetivo le daría hoy a la humanidad (contestó «insensata») o cómo ha mejorado usted al mundo (contestó «tal vez solo tratando de no empeorarlo»). Él no es como Caballero en el sentido de que al historiador le fascinaba hacer su artículo semanal para El Universal: hasta en la semana de su fallecimiento cumplió con su compromiso. Rafael, en cambio, no escribe artículos. Por eso escribe aforismos a los que al principio, cuando empezó, llamó Irreflexiones. Con ellos llegó a Dichos. Uno de ellos, «primero exaltan la historia, luego se autoproclaman sus elegidos», es todo un artículo sin necesidad de más líneas ni más argumentos.

Otro: «Se proponen liberar a los seres humanos y comienzan por privarlos de libertad». ¿Se necesita más?

Aun ante aquel desasimiento anotado, En torno al lenguaje sigue siendo hoy como ayer –apareció por primera vez en 1984− un llamamiento ameno, nada engolado, a favor del buen decir tras el buen pensar, apoyado en gente como Karl Kraus, Pedro Salinas y Ángel Rosenblat, entre otros. Rafael está ahora más entusiasmado, como es lógico, con la reedición de Obra entera por el Fondo de Cultura Económica, pues le quitaron una especie de bandera que llevaba la portada anterior. Dice que no es amigo de banderas./SN

* Ésta y la siguiente referencia a la biografía de Caballero son tomadas de: PEÑA ROJAS, Vanessa. Manuel Caballero, militante de la disidencia. Editorial Los Libros de El Nacional / Fuera de Serie. Caracas, 2007. 157 pp.