La gozosa neutralidad de López – JSH 2

En 1930 alguien escribió que Campíns –y no Vargas− fue el verdadero fundador de los estudios de Medicina, dilema que cualquier historiador de las ciencias médicas metido a periodista habría rebatido sin que nada importante acaeciera, pues ese era el tipo de disputa consentido por Gómez

Ahora bien, ni Leoni ni Betancourt habrían podido desmentir, en plan de corresponsales, la información de que el comunismo crecería en Colombia tras la manifestación en Bogotá; como ningún periodista caraqueño se atrevió a cubrir —término que ni se usaba ni se permitía usar— la de las mujeres en la Plaza Bolívar con motivo del centenario de la muerte del Libertador.

Ya los periodistas habían pagado caro sus arrojos: Arévalo con la candidatura de Félix Montes, Romero-García con los papelitos clandestinos en Valencia, Flores Cabrera con su Sancho Panza, Leo con las caricaturas, Domínguez Acosta con sus artículos pacifistas y teosóficos. ¡Hasta Lucas Manzano, pues!

Para que se tenga una idea de cuán fúnebre era el periodismo bajo Gómez, baste decir que ni siquiera la muerte de José Vicente Gómez —el hijo sospechoso y exiliado— constituyó noticia. 

 

EXTRAÑO INTERLUDIO PARA EXTRAÑO OFICIO

Casi no se utilizaba la entrevista, ese género perverso en que el pobre reportero  —proletario del oficio— se desquita de tanta nulidad engreída o reputación consagrada. De modo que acerca de los muertos torturados, Venezuela vino a saber en 1936 gracias al periodismo o a esas novelas y memorias periodísticas al estilo de Pocaterra y Blanco Fombona. A Andrés Eloy le debemos la descripción de la agonía del general Peñaloza, cuya noticia de captura dio la prensa oficializada, en 1931, con los mismos comentarios insidiosos, elaborados por el poder, que ya había utilizado frente a las invasiones del Falke y Falcón, en 1929.

Luego se supieron muchísimos y estremecedores sucesos, lapidados por la censura invisible del gomecismo:

  • El asesinato de su hermano Juancho
  • Las expediciones de Arévalo Cedeño
  • Las muertes de Torres Abandero y Pedro Manuel Ruiz
  • Las masacres de Funes
  • Los colgamientos del año 19
  • Y así hasta el infinito.

¿Cambió con López Contreras el panorama? Sí, aunque fuese un “leve parpadeo” de la historia: apenas un año, el de 1936. Nació entonces un sinfín de periódicos de izquierda o progresistas como El Popular, ORVE, El Demócrata, Acción Estudiantil.

Se debatieron los temas, hubo enfrentamientos decisivos y hasta manifestaciones tumultuosas en defensa de la libertad de expresión, como la del 14 de febrero. Fue la etapa de la confrontación en el periodismo, sepultada durante el resto del siglo, justamente porque la insidia, la maña gubernamental, no permitían el libre juego de opiniones ni la búsqueda mayéutica de la verdad.

Cuando ya se veía venir la represión, Ahora, en enero de 1937, publicó un editorial, “Libertad de Prensa”, que envolvía todo un presagio. Renacía la censura y el periodismo clandestino canalizaría la oprimida voluntad de expresarse en las izquierdas. Así el periodismo de la UNE pudo pedir impunemente que no regresaran los desterrados, así Fantoches era multado, así la verdad resultaba unívoca y no contradictoria: no había insidia posible por parte de un periodista que permitiera contradecirse u opinar diferente a López Contreras y Pietri, pongamos por caso.

A pesar de todo, un Enrique Bernardo Núñez contrabandeó una irónica nota acerca de “la tiara y el Dulce”, que era una crítica a la multa impuesta al célebre semanario humorístico de Leo. Eso sucedió en 1939, cuando López auspiciaba una gozosa, aunque culpable, neutralidad.

 

 LA TOLERANCIA, ESA VIRTUD MEDINISTA

En la etapa de Medina despunta la tolerancia. Surgen Últimas Noticias, Aquí está, El País, Acción Democrática, El Morrocoy Azul, El Nacional y hasta un órgano semioficial como El Tiempo. Aparece Rojo y Negro y da un viraje Ahora. Se asesina La Esfera y le sirve de espita al lopecismo revanchista y a las petroleras, terrófagas hasta el subsuelo. El Universal se adormece en la democracia, tal como antes lo había hecho bajo la dictadura, pues para ese tipo de periódicos la libertad de prensa se confunde con la libertad de empresa, y aun cuando ésta no existiera, con tal de que existiera solamente la empresa sin libertad, viviría feliz. ¿No había sido el país, bajo la firme conducción del Benemérito, ejemplo de paz, orden y trabajo? Lo había sido, sí.

Como podrá deducirse, bajo Medina es cuando el periodismo se hace político abiertamente; cuando la polémica se enciende, cuando se cuestiona una sola verdad verdadera; cuando el reportero inquiere, con insidia o candidez; cuando el editorialista toma partido; cuando  —para soltarlo de una vez— Luis Herrera Campíns se hace hombre del oficio. Todavía algunos repiten las palabras que lanzó por la radio, en apoyo a la revolución adeco-militar de 1945.

 

COMPAÑEROS DE VIAJE DE HERRERA CAMPÍNS

Con el nuevo régimen nace El Gráfico y el propio Luis Herrera lleva la batuta en el diario donde Mr X (el pitecantrópico Germán Borregales) saltaba la cerca de la insidia para caer en el terreno de la calumnia. ¡Aquel su empeño en llamar a Betancourt comunista y en equiparar al enterrado Plan de Barranquilla con el Manifiesto de Marx! Por las tierras de Chapita andaba en lo mismo Landaeta, reeditor del Libro Rojo con la finalidad de que los yanquis vieran el marxismo del romulato, y José Vicente Pepper.

¡Qué periodistas, señores!

Pero, de regreso a las bondades del periodismo de calidad, digamos que en 1945 El Nacional sufrió una equivocación con Pérez Jiménez al poner su biografía al pie de la foto del Celestino Velasco. Entonces era una pifia sin gravedad, porque ¿cuántos conocían, en octubre de 1945, a quien prácticamente dominaría el país por una década?

Ni siquiera Betancourt lo conocía bien. Imagínese que, en 1946, un gran periodista colombiano, Latorre Cabal, tuvo la ocurrencia de sugerir en El Tiempo que no había unidad militar en torno a los comandos. Insidia o sagacidad de Latorre Cabal, lo histórico es que Betancourt contestó que sí había una firme unidad en torno a Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y ese conspirador sin suerte que resultaría Julio César Vargas. Dos años más tarde, la firme unidad se manifestaría, pero en contra precisamente de Betancourt.

¡Qué cruel es la tinta de imprenta!