No era insidia lo del golpe frío – JSH 3

Todos los conocedores de la contemporaneidad venezolana recuerdan las advertencias que, en forma reiterada hizo Tribuna Popular en 1948 respecto a la inminencia de un alzamiento militar. Incluso es famoso, por reproducido, su titular al borde del abismo: “¡Golpe frío!”

 AD y gobierno se emperraban en que no había nubes negras, en que todo era limpidez y blancura. Pero lo que sonaba como voz de alerta en Tribuna, se hizo en noviembre vox populi. El Nacional mismo recogió la especie. Gallegos le declaró a Otero Silva, en una entrevista franca, sin la menor acechanza o trampa: “Son totalmente infundados los rumores alarmistas”. Y esto lo decía Gallegos, un hombre tan devoto de la verdad, el 19 de noviembre, a menos de una semana de la constitución de la Junta Militar. Una vez más tenían razón los periodistas.

Pero si lo que se quiere destacar es el papel de ciertos periodistas, en vez de una mala cualidad del oficio, conviene entonces situar la acción en octubre de 1948, tras el mitin adeco-gubernamental en El Silencio. ¿Qué nos sorprenderá? Una doble versión periodística de lo allí expresado por el presidente Gallegos; esto es: un discurso publicó El País y otro El Gráfico, cada uno ofreciéndolo como el auténtico. El de El Gráfico, bien lo debe memorizar la prodigiosa retentiva de LHC, hacía hincapié en la frase de Gallegos donde éste negaba el tronido de la conspiración. “El Ejército venezolano respalda al gobierno constitucional”, habría dicho Gallegos.

Si era insidiosa la versión copeyana, o si verídica, es asunto irrelevante en el sentido de que la conspiración había tomado tanto vuelo que solo un ridículo juzgaría que lo hacía en alas del rumor.

Vino, pues, la dictadura.

 

DURO OFICIO DEL EXILIO 

A los dos años, los copeyanos se quedaron sin El Gráfico y los comunistas sin Tribuna Popular, mientras la prensa comercial sufría el lápiz rojo de la censura. Hasta quienes fundamos un periodiquito juvenil Gaceta estudiantil debíamos ir a Gobernación a entregar los materiales para su revisión, como tantas veces hemos evocado Luis Aníbal Gómez y yo. ¡Cuántos pasajes me tacharon a mí, tal vez por insidiosos, en los artículos para TP, antes del nefasto 13 de abril de 1950! ¡Cuántos!

LHC fue para Bogotá y Carlos Andrés Pérez para Costa Rica, donde, dice él, fue secretario de redacción de La República. Los periodistas que caímos en México hubimos de hacer un enorme esfuerzo para demostrar que lo que afirmábamos de la dictadura militar no era mentira, falacia, engaño, manipulación, sino la estricta verdad. Hay que ver el brollo que se formó en la reunión de la SIP cuando periodistas como Pedro Beroes, Analuisa Llovera, Andrés Eloy Blanco, Gustavo Machado y otros, más los perseguidos de Nicaragua y Cuba, enviaron un documento terrible con las denuncias en torno a la represión y la falta de libertades en nuestros países. Allí se hablaba de lo humano y lo divino, y entre lo divino, por convicción, estaban las represalias contra El Gráfico y se daba cuenta de los desterrados, entre ellos Luis Herrera Campíns.

Pero el señor Jules Dubois consideró que lo que expresaban esos grupos en el exilio y lo que había dicho Pérez Segnini y lo que trataba de señalar un delegado peruano eran falsedades y mandó, con gesto imperial, a Germán Ornes (ahora es un santico de la democracia) a agredir a quien en ese momento denunciaba a Odría. Por cierto, y para dejar constancia, entre los presentes estaba Pedro Joaquín Chamorro, cuyo periódico, La Prensa, había sido asaltado por la guardia somocista.

 

IRONÍA Y MALAS ARTES BAJO LA CENSURA

Muchos nos dedicamos en el exterior a la prensa de denuncia, veraz y documental. Los comunistas lo hicimos con Noticias de Venezuela, los de AD con Venezuela Democrática, y los copeyanos, más tardíamente, con Tiela, en cuya redacción figuraba, por cierto, LHC.

Desde acá, RH (es decir, Laureano Vallenilla, ¡ganador del Premio Nacional de Periodismo, no ven ustedes!) sostenía que aquellos eran infundios de quienes en el exterior no encontraban cómo justificar su frustración, variante de las acusaciones de su padre cuando, en El Nuevo Diario atacaba a los falsos profetas y arremetía contra Vasconcelos, para así desmentir que en Venezuela hubiese presos políticos y torturados y muertos en las cárceles.

En una y otra ocasión, pues, dos estilos que revelaban dos formas de servicio: el estilo veraz de quienes ennoblecían el oficio y el estilo insolente de quienes justificaban una tiranía.

En el caso de LHC, como en el de Tarre Murzi, el periodismo vino en su ayuda. Se dedicó, además de la columna política, a la columna pagada en el diario Panorama, cuya recopilación ha hecho —por ahí vi el libro, pero ¡Dios mío!, cuesta cien bolívares— Yepes Boscán. Por apuntes que conservo, sin embargo, puedo dar fe de que en esos palenques LHC metía como podía su venenito, porque, como sentenciaba Duchos, la ironía y la relación casuística son las mejores formas de expresarse en un régimen de censura.

Corría la época en que la burguesía agrícola (o los productores arroceros) despegaba en su estado natal. Tal vez por eso escribió una nota que muestra cómo la obsesión de coger tierna (que en la cuña televisada se le atribuyó a David Garth) y decir que él es del llano no es cosa inventada, sino verídica- Lo único malo que veo yo, como periodista voraz que lee todo y recuerda sus partes, es la similar pasión de CAP, para lo cual remito, a quien interés tenga, al reportaje de Santos Reyero (“Un muchacho de Rubio”) y a los discursos aquellos en que, gumersindeando, hablaba del “retorno a la tierra”.

A los dos años de esas piezas oratorias de CAP, Venezuela estaba desabastecida de productos agropecuarios y había que traer, por avión, gallinas de EEUU y cerdo de Canadá, o adquirir un barco frigorífico de cuya historia no quiero ni debo acordarme porque sería salirme del tema, como en efecto lo he hecho ya.