¿Qué leen los jóvenes? (5)

Son las doce del mediodía, el olor a fritanga superó sus propios estándares y ya se mezcla con el hervido de pescado que sirven para el almuerzo. En el cafetín hay más gente que de costumbre, pues amenaza con llover y se quieren resguardar. Él debe querer lo mismo, porque ya se sabe que la fórmula lluvia más libro siempre es desastrosa. Se sumerge en su mamotreto sin portada, quizás para que los ojos que llegan no husmeen en lo que está leyendo, y así pueda concentrarse mejor. Lo que no sabe es que una muchacha de Letras está en la otra esquina, y sabe que él lee Los Miserables. Lo sabe porque tropezó su bandeja de comida con su mesa, y cuando él alzó la mirada y ella se disculpó, vio el título escrito en kilométrico y en letras pequeñitas a un lado. Desde ahí, ella supo que debía sorber ese hervido así se quemara la lengua; tenía unas ganas horribles de hablarle. Él terminó su Maltín Polar y recogió sus cosas. Al levantarse, la tenía enfrente. Ella cometió el acto heroico del día: lo invitó a tomar café. Él aceptó. Sin duda, ni una tableta ni un Blackberry  podrán causar encuentros así. Libros, gracias.

Patricia Sulbarán Lovera