El arte es investigación. Por eso él no depende de musas. No cree en ellas. Y aun así, el artista plástico Rafael Rangel ha sido galardonado con el premio Armando Reverón y Circle Award. Sus obras han sido exhibidas en Venezuela, pero han roto fronteras para llegar a ferias de arte en Miami, Fráncfort y Nueva York. Al cumplir los 18, sin titubeos decidió estudiar arte y llegó a Pratt Institute en Estados Unidos por cosas del azar. ¿Azar? Sí. En eso sí cree
Andrea Pérez Riera
Es casi mediodía. El sol pega con fuerza y realza el verdor de las montañas de Oripoto. El estrés citadino de Caracas se ausenta en estas latitudes. Luego de un recorrido de al menos 15 minutos se llega al taller del artista plástico, Rafael Rangel. Es un galpón de paredes rústicas. Allí, con la naturaleza en rededor, materiales de acero inoxidable, un compresor y un soldador, Rangel se vale de su investigación y creatividad para hacer arte. Luce pantalón y camisa de jean, zapatos deportivos y lentes de pasta negros que enmarcan sus ojos miel.
Al entrar al taller, Rangel se esmera en mostrar las obras que está haciendo y las explica con detalle. No hay mucho orden. La semana pasada se esforzó por arreglar el lugar, pero se rindió en el intento porque su rutina es trabajar las piezas de forma simultánea en un horario diario hasta que cae el sol. En una pared, reposa una pizarra acrílica con las obras pendientes, nombre de cliente y fecha de entrega. No hay sitio para sentarse, sólo un banquito y algunos pedazos de troncos que fungen como tal. Negarse a un buen sillón es negarse a flojear.
Si se le pregunta a Rafael Rangel qué es el arte. Él no responderá que es una forma de expresión. No, nada de eso. Él hará una pausa y dirá: “El arte es investigación. Es una forma de hacer un zoom out a las cosas que te rodean para verlas desde afuera”. Justamente, de eso se trata. De investigación. Rangel dice que para empezar una nueva obra no necesita de musas y cita al cantante argentino Gustavo Cerati: “Él dijo una vez que no creía en musas, que la musa era levantarse todos los días a hacer música. Unos días le salía bien, otros, mal. Yo tomo esa frase: Yo me levanto todos los días y hago arte”.
Su más reciente exposición llamada “Unitility” se desprende de un estudio sobre las líneas estéticas del diseño industrial masivo. Para el artista plástico, cada década tiene características particulares en sus trazos, los cuales se observan en los objetos que nos rodean cotidianamente. “Trato de diseccionar las formas del diseño industrial y las coloco en un lenguaje completamente abstracto. Ya no estoy atado a la función del objeto, sino que puedo verlo en su forma puramente estética”, dice.
Rangel no es el tipo de artífice que se aísla para encontrar una revelación divina de sus creaciones. No. Lo suyo es poner la lupa en los objetos usuales y con esas líneas concebir un collage. Por eso esta exposición reúne piezas que nacen de utensilios de cocina, cuyas formas exuberantes el artista aprovecha para transformarlas en obras artísticas. El término que adopta para explicar a profundidad su investigación es zeitgeist. Una palabra alemana que él conceptualiza como “el aroma del momento”. Y es ese aroma de contornos lo que define lo atractivo de su diseño. Mediante los recursos de la composición, como la repetición, el artista arma cada obra. El propósito es que cada quien vea lo que quiera ver y sienta lo que quiera sentir.
De Nueva York a Venezuela
Rafael Rangel nació el 26 de mayo de 1972 en la ciudad de Nueva York (EEUU). Gracias al sistema de becas Fundayacucho, sus padres, Rafael y Doris, se mudaron a la Gran Manzana para estudiar. No recuerda nada de esta época. Con apenas un año cumplido ya estaba en el avión destino a Venezuela. Sí, decidieron entregar el Green Card y volver a su país, pero ahora su papá cargaba un título de doctor en investigación de Bioquímica. El encuentro de Rafael con el arte comenzaría en Caracas.
Además de ser abogada, Doris es ceramista y orfebre. Tanto le gustaba trabajar con arcilla, que apartó un pequeño cuarto en su bufete con materiales y esmaltes. Después de cumplir horarios escolares, todas las tardes Rafael y su hermana iban para allá, se quedaban en aquella habitación, mientras que Doris cumplía con sus labores. Hacían las tareas y en los tiempos libres, su hermana leía algún libro; pero, Rafael se interesó por llenarse las manos de arcilla. Recuerda que lo primero que moldeó fue un cenicero para su mamá.
En casa el interés no cambió. Sin darse cuenta, su cuarto se convirtió en su primer taller de pintura. Al principio el estilo predominante fue el abstracto, pero en un momento llegó a ser el figurativo. Sus cuadernos colegiales estaban abarrotados de dibujos que Rafael hacía y luego arrancaba para guardarlos. Sus padres notaron que esto del arte llegó hasta la adolescencia y parecía venir en serio.
Conforme crecía su interés, crecían los prejuicios del señor Rafael. Él trabajaba en la empresa Polar y el escultor Rafael Barrios exponía muchas de sus obras en esas oficinas. Así se conocieron. En una oportunidad, su padre se dio cuenta de que Barrios era un hombre inteligente y, sobre todo, “normal”. Y le comentó:
—Rafael, sabes que yo tengo un hijo que quiere ser artista. ¡Imagínate eso! Y yo no sé qué hacer con el muchacho.
—Tráemelo que yo lo acomodo.
Así, y con 16 añitos, Rafael comenzó a trabajar con Barrios. “El trato fue que yo trabajaba con él y podía utilizar lo que quisiera de su taller. Usaba ese espacio como mío. Tenía todo-todo-todo los materiales. Para mí, era un Disney World de adultos”, cuenta Rafael. Al principio, se dedicó a pintar y a hacer algunos relieves. Al terminar, se los mostraba a Barrios, quien fue como su primer profesor. Estar allí durante dos años, viendo el orden con que trabajaba el escultor, le cambió a Rangel la perspectiva del arte y quebró muchos de sus prejuicios. Sí, él también los tenía.
Ya a los 18, no había dudas. El arte era el camino. Doris le dijo que estudiara en Nueva York, en Parsons School of Design. Ella siempre había querido estudiar en esa universidad. Y si no lo había logrado, Rafael sí lo haría. Pero un día antes de irse a EEUU, un hombre a quien conoció en una fiesta y que también era pintor, le insistió que Pratt Institute era una mejor opción. Las dudas lo atormentaron un poco y al bajar del avión no sabía qué hacer. Sólo podía ir a una de las dos casas de estudios, porque al día siguiente regresaba a Venezuela. Ya tenía una entrevista pautada en Parsons. Y aunque la incertidumbre tocó la puerta. Algo le insistía que debía ir a Pratt y así hizo.
El juego del azar
—¿Usted qué quiere?
—Estoy buscando dar un tour por la universidad. La quiero conocer.
—No, mira eso es por cita.
Una mujer de unos cuarenta años abre una puerta y le pregunta a Rafael:
—¿Tú eres el próximo?
—No, no soy. Estoy buscando que me den un tour por la universidad.
—Veo que tienes un portafolio.
—Eso es porque me estoy bajando del avión. Pero yo no vine…
—Pero déjame ver qué tienes allí.
Rafael entra a la oficina. Abre su portafolio. Tiene algunas diapositivas sin revelar y dibujos a lápiz hechos en el colegio. La mujer le hace un par de preguntas y le dice:
—Ya estás aceptado.
—¡¿Cómo es la cosa?!
Quedó atónito. No lo podía creer. La otra sorpresa fue que no tuvo que presentar el TOEFL (Test Of English as a Foreign Language) porque había nacido en Estados Unidos y en Venezuela estudió en el colegio bilingüe Instituto Educacional Henry Clay. “Estaba cómodo, entré lisito. Sin hacer nada. Al día siguiente ni siquiera fui a la entrevista en Parsons. Cuando regresé, les conté a mis papás. Estaban súper felices”. Revivir esta vivencia, narrándola con diálogos y gestos, le lleva a reflexionar sobre aquello de estar en el lugar indicado y en el momento justo: el azar. Él lo considera algo elemental en la vida de un artista. “Un instante, una hora, un sitio específico sí pueden afectar las oportunidades. Eso es azar, totalmente”.
Luego de cinco años, se graduó con honores. Instalado en Nueva York trabajó en una fundición de aluminio y bronce que les confeccionaba piezas a muchos artistas. Se rozó con artífices como Matthew Barney, William Tucker, Arman y Jasper Johns. Todo parecía ir muy bien. Pero, después de tres años, Rangel se percató de algo: “Me di cuenta de que luego de trabajar con el artista más famoso, ya no hay nada más arriba. Ése es el tope. Todos mis compañeros, tenían 10, 15 ó 20 años más que yo. Entendí que ése no era el camino, que estaba súper pelado”, explica.
Su nuevo rumbo era cambiar de estrategia. Aunque Rangel sabía lo duro que era desarrollar su propia obra en la Gran Manzana, se animó a crear diez piezas para tener un portafolio y hacer una exposición. Las hizo. Pero cuando las vio juntas pensó: “Esto no me va a llevar a ningún lado. Me parecía interesante lo que estaba planteando, pero era muy limitado, muy escuálido, eran esculturas de pequeño formato, muy poco agresivas. Eran un chiste. Un suspiro de vieja [risas]”. Le tomó un año desarrollar esas piezas, pues con un empleo a cuestas, la tarea no era sencilla. “Me tardé un año, porque si tienes ocho horas del día trabajando en la obra de otro artista, cuando sales de allí no quieres saber nada eso, quieres tomarte una cerveza”, cuenta entre risas.
Su nuevo método no le sirvió de trampolín en una ciudad como Nueva York. Así que decidió irse. No sabía si volver a Venezuela. Pero tenía que salir.
La era del hierro, el surf y la música
Con tres años sin tomar vacaciones, decidió volver a Venezuela. Sí, a pasar unos días, a descansar, quizá. Pero por cosas del azar, justo a los días de haber llegado conoce al artista Alberto Cavalieri, quien sin saber nada de Rangel, le ofrece un galpón por si quería tener un taller en Caracas. Y él, como por no dejar pasar la oportunidad, anota su número telefónico y decide ir a ver el lugar. Su sorpresa no sólo fue lo grande del galpón (100 metros cuadrados por 4 metros de altura), sino el precio tan económico de alquiler. Su nueva faceta como artista se encaminaba.
Tenía unos dólares ahorrados y con eso pagó la renta de su nuevo taller y le sobró. Pensó que estaría un par de meses en Venezuela y decidió trabajar con un material que fuese práctico. Y llegó al hierro, pensando: “El hierro es lo más fácil. Cortas y pegas. No llegué a él como producto de una amplia investigación”. Luego compró un soldador y un comprensor y manos a la obra. Estaba entusiasmado con hacer algo enorme. Y lo logró. En una semana armó una pieza de tres metros y la vendió enseguida. En menos de un mes, hizo en Caracas, lo que no pudo en tres años en Nueva York.
Las puertas comenzaron a abrirse de par en par. Una a una. El próximo paso fue el Salón Arturo Michelena. Rangel no lo conocía. De hecho, no sabía nada de la movida del arte en Venezuela porque pasó su vida adulta fuera. Apenas pudo hizo una obra, la envió al salón y quedó seleccionada. Allí conoció varias personalidades, una oportunidad se juntó con otra y cuando un día abrió los ojos ya vivía en Venezuela. Pero Rafael no sólo se aferró a desarrollar su arte. Otros talentos también tuvieron espacio en su rutina: el surf y la música. Y es que para el artista ambas disciplinas forman parte de sus pasiones desde la infancia.
El amor por el mar nació desde muy chico, pero es a los trece años cuando toma por primera vez una tabla y comienza a balancearse sobre las olas. Dice que este deporte ha cambiado y que con un clic en internet puede conocer cómo será el tiempo y las olas del día siguiente y hasta las tormentas que se aproximan. Esto lo ayuda mucho, más cuando él necesita organizar sus horarios y tareas. A Rangel le ha resultado. Con sólo levantarse a las 4:00 am, llegar a la playa a las 6:00 am, ya a las 8:00 am estar de regreso y a las 10:00 am estar en el taller trabajando, puede disfrutar del surf sin interrumpir sus compromisos laborales.
El asunto de la música también se presentó en la adolescencia, cuando a los 15 años agarró un bajo y empezó solito: “Comencé como todo el mundo, dándole ahí. No estudié nunca música”. Al pisar Venezuela, se dispuso a buscar una banda hasta llegó a Trabuco Contrapunto. Está con el grupo desde hace ocho años y aún recuerda cómo se unió: “Volvemos al azar. Yo llegué en el momento perfecto, porque la banda estaba casi disuelta, sólo quedaba el guitarrista y el cantante. Así que deciden hacer una nueva alineación y en esa búsqueda les faltaba el bajista”. Rangel tiene muchos amigos músicos y de uno a otro logró contactar al guitarrista Melchor Contrapunto, quien lo adicionó y ese mismo día comenzó a tocar y a ensayar religiosamente todos los lunes y martes de 10:00 pm a 12:00 am, horario en el que nadie puede excusarse para faltar. ¿Arte, surf y música? Sí, y todavía tiene tiempo para hacer yoga.
Arte en emergencia
Paradoja. Es la palabra que Rangel usa para resumir la situación actual del arte en el país. Lo primero que agradece es que en Venezuela exista una cultura de coleccionismo que comenzó en la década de los cincuenta y que ha continuado hasta ahora. “Eso es maravilloso, porque una sociedad culta le da mucha oportunidad al artista para desarrollar su obra”, dice. Una vez Ruth Auerbach, ex curadora de la Sala Mendoza, le dijo algo que para él es muy cierto: “Aquí los artistas buenos, malos, famosos, no-famosos, jóvenes, viejos, de toda clase y hasta los artesanos viven de su obra. Ninguno tiene un empleo. Todos viven del arte, unos mejor, otros peor, pero viven de su propia obra”. Rafael considera que esto se debe al legado que dejaron Carlos Raúl Villanueva —al incorporar piezas de artistas en la Universidad Central de Venezuela (UCV) —, Alfredo Boulton, Sofía Ímber, Alejandro Otero, entre otros.
Por otro lado, la situación que se observa en los museos es lamentable para el artista: “Nosotros pasamos de tener el mejor Museo de Arte Contemporáneo de Latinoamérica a ser prácticamente los últimos de la fila. Nuestro atraso no se trata de uno o dos años. Es logarítmico. Cuando un museo deja de adquirir obras por un año, es igual a que fuesen dos, dos años es igual a cuatro, cuatro igual a ocho”. Considera que esto es producto de las decisiones políticas y que los regímenes siempre le han temido al arte. El panorama actual es bastante deprimente, Rangel lo describe como si culturalmente hubiera caído una bomba nuclear que arrasó con todo.
Lo paradójico es que en el ámbito privado existe un desarrollo creciente. Nuevas galerías y espacios para la exposición del arte se abren por doquier; sin embargo, Rafael admite que estos nunca podrán sustituir la función del museo. El artista piensa que lo más duro lo viven los jóvenes que salen del liceo con ganas de dedicarse a esta profesión: “Si no hay museos, los chamos no tienen referencias, y si no hay escuelas con un pensum para formar artistas, no existe forma de hacer arte y menos de exportarlo”. Para Rangel hay que comenzar de cero y hay que tratar la cultura venezolana, como se trabaja una zona devastada.
Triunfos con sabor venezolano
Rafael Rangel aprecia el legado que los artistas venezolanos le han dejado al país. Aunque admite que no le gustan los favoritismos siente gran admiración por tres en particular: Alejandro Otero, Gego y Jesús Soto. De ellos, considera que existe una fuerte herencia de abstracción geométrica. Y en lugar de luchar contra ella, Rangel ha decidido asumirla y continuarla.
Su arte no sólo se ha exhibido en galerías nacionales, sino que ha pisado ferias internacionales en Miami, Fráncfort y Nueva York, en donde ganó el premio Circle Award. En 2008, se hizo acreedor del premio Armando Reverón, que otorga el Salón Arturo Michelena con su obra “A dos tiempos”. Sus obras públicas monumentales se exhiben en la Isla de Margarita y en el Bulevar de Sabana Grande, en Caracas. Además tiene colecciones privadas e institucionales como la colección Mercantil, la colección de la Universidad Simón Bolívar y la colección de Pratt Institute, en Nueva York.
Como artista se caracteriza por ser un detective a la caza de las líneas del diseño industrial. Su objetivo es ser investigador antes de ser creador. Como ser humano es un regalador de sonrisas, de historias y anécdotas, salpicadas con diálogos cargados de humor. Como venezolano ama el asado negro, la arepa, los quesos blancos y las playas.
Pero su eterno agradecimiento a Caracas es que le ha dado la oportunidad de desarrollar su obra. Y esa deuda la compensará, levantándose todos los días para hacer arte.
MIL FELICITACIONES! Que orgullo leer tan bellas lineas de tu trabajo y tu vida, recuerdo a los 15 anos cuando pasabas las tardes enteras tocando tu bajo sin parar, era la propia adiccion. Lo recuerdas? Tocabas todo el dia. Cuando hablabas por telefono y todo giraba en torno a la musica y los dibujos.Hablabamos por telefono oyendo musica o tu sacando una cancion como tu mismo decias. Tus cuadernos llenos de millones de dibujos hechos con tal perfeccion. Q alegria y orgullo saber que has logrado tanto. Te recuerdo con mucho carino y tengo muy buenos recuerdos en el colegio y como amigos . Mil besos keep on your great work!
Estoy interesada en su obra de las cucharas…. Lo vi en la galeria de arte de Maracaibo (Quinta art) y me encanto… tengo un espacio en casa q quedaria nice… Ademas alli me informaron que tambien tiene esculturas de acero…
Quisiera ver sus trabajos de escultura… Y el precio de la escultura de cucharas?
Gracias
AV