Un guapo de barrio

Aunque en algún momento su lucha fue desde la política, Jesús Torrealba, líder de El radar de los barrios, se separó de aquello y no quiere volver. Su lugar está en la calle, en los barrios, entre la gente y desde ahí ofrece su mayor aporte al país

Isabel Pérez-Segnini

Desde que en 2005 salió al aire la primera emisión de El radar de los barrios, Jesús “Chúo” Torrealba ha visitado mil 500 barrios en la Gran Caracas, y eso no es mucho: sólo en Petare hay dos mil 500. El éxito creciente del programa, que ahora se amplifica con la versión televisada, ha replanteado su estructura. El radar de los barrios va a dejar de ser, en cuestión de meses, lo que es hoy: un espacio en radio, televisión y columna dominical, para convertirse en una agencia comunitaria de noticias.

Al principio, cuando Alberto Federico Ravell llamó a Chúo para ofrecerle un espacio en Globovisión, él pensó que respondía a un compromiso de la ley resorte pues su cara aparece en pantalla a las cinco y media de la mañana, de lunes a viernes por media hora. Con incredulidad aceptó y se ha llevado una sorpresa. La intervención matutina tiene por nombre Del dicho al hecho y hoy, según Torrealba, supera la suma del rating del canal ocho, TVES y ANTV, que ni siquiera se acerca al quince por ciento de la audiencia Del dicho al hecho. Pero lo que se ha llevado la atención de muchos y ha hecho de Chúo una celebridad es El radar de los barrios, que aparece al aire por radio y televisión a las once de la mañana.

APASIONADO SIEMPRE

Jesús habla sin parar. Es capaz de echar toda la historia de su vida en veinticinco minutos sin interrupción. Al menos esa que ha fabricado para los periodistas, pues no es la primera vez que la suelta ante un grabador o una cámara. El mismo orden para contar los hechos, las mismas anécdotas y los mismos ejemplos. Conoce muy bien los medios y su impacto en ellos, y se sabe una figura pública. Incluso, se da el lujo de botar una lágrima de vez en cuando, como no es político, dice él, puede hacerlo. Quizás es la fórmula para presentarse más humano, más cercano a todos o su manera de mantenerse sensible ante tantas cosas que le toca ver.

La verdad es que Chúo se ha ganado el cariño de la gente. No fue un proceso fácil, han sido años de trabajo en los que se ha paseado por la desconfianza para ganarse el respeto y finalmente el reconocimiento. Con énfasis en “re”. Así habla él, con acentos, movimientos de brazos, gestos expresivos en la frente y arrugando los labios pronunciados que parecen tener vida propia bajo el poblado bigote. Es un apasionado de su país y su trabajo que es también un estilo de vida. Lo traduce en su carrera: cuarenta años de activismo social.

Cuando habla de sí mismo sonríe con un halo de timidez y modestia que se desvanece en lo que proyecta la primera palabra. Es un tipo seguro de lo que dice, con una convicción tremenda y un discurso que hace difícil traspasar la barrera hacia el ámbito personal. No es de conversación pesada pero la pasión que lo mueve hace de cada comentario, hasta el más simple, una larga reflexión. No pierde oportunidad alguna para decir lo que piensa y hace, hasta un individual de papel puede convertirse en un pliego de dibujo para graficar sus ejemplos.

EL NIÑO REBELDE

Esquiva la pregunta como algo que carece de importancia. A Jesús Torrealba le gusta tener las riendas. Pero no se puede escapar. El niño que fue quien acumula décadas de activismo social parece importante para entender al hombre que hoy camina con botas de cuero marrón y gorra por las barriadas más peligrosas de Caracas.

En 1958 nació Jesús Torrealba, en el seno del partido comunista. Allí creció junto a mamá, papá y sus dos hermanas. Perseguidos en muchas ocasiones, Torrealba vivió en diferentes ciudades del interior. Si comenzaba el año escolar aquí lo terminaba allá. Dependía de la misión de papá y su situación clandestina. Hasta que a los trece años le toco brillar por sí mismo. Fue en el liceo Francisco Fajardo en Caricuao, donde comenzaba el bachillerato. En aquel momento acababan de designar al nuevo director: un hombre cuyo gran mérito, según Chúo, era que había expulsado a cuarenta estudiantes en otro liceo de Catia. Los estudiantes ni de una institución ni de la otra estuvieron de acuerdo y decidieron protestar por el tiempo que fuese necesario: un año entero. Lograron la misión; sacaron al director, pero con él también se fue Chúo. Aquella fue su primera experiencia como líder, condición de la que más nunca se apartó.

Más adelante se reintegró en la dinámica académica. El diversificado lo cursó en el liceo Luis Razzeti, fue una experiencia “sabrosa” pues le enseñó la Venezuela que él quisiera volver a vivir. En un pupitre el hijo del embajador, en el otro el del obrero, más allá el hijo del comerciante y el hijo del industrial, todos juntos en el mismo ambiente. Entre otras cosas porque la educación oficial era de primera.

Luego la vida lo fue llevando. Se ha dicho de él que fue obrero tipográfico, propagandista, maestro de escuela, asesor ministerial en materia de educación, coordinador de comunicación de la Oficina Central de Estadística e Informática y activista en organizaciones no gubernamentales. Atesora recuerdos como amuletos y los evoca en sus momentos más difíciles.

HOMBRE DE MUJERES 

Chúo sostiene que él se debe a las mujeres. Empezando por su mamá y sus hermanas que fueron quienes más estuvieron ahí, pues su padre a veces podía estar preso o huyendo. Luego otras, sus profesoras y mujeres del partido. Esa cercanía le ha enseñado a querer y admirar a unos seres más complejos. ¿Mujeriego? ¡No! “Yo soy un señor muy feo, no he podido ser mujeriego ni queriéndolo”, dice, pero con picardía y simpatía. Quizás en algunas esas palabras hayan despertado una chispa.

Luego habla de ellas como un poeta de su musa y cae, sin remedio, en su esposa Graciela que es, además productora de El radar de los barrios. Es una valiente, una “tronco de tipa”, son las frases que utiliza para describirla.

Sin duda, Chúo es un hombre sensible, un soñador que se llena de fuerzas con sesiones de meditación para seguirle buscando solución a un problema que para muchos ya se fue de las manos: alrededor de veintisiete mil barrios en todo el país, 170 mil hectáreas, 57 por ciento de la población.

El radar de los barrios no es más que un pretexto para detectar valores y promoverlos dentro de las comunidades más vulnerables. El hueco y la cloaca siempre serán hueco y cloaca, dice Torrealba. No mucha gente sabe de lo que pasa en los barrios, de cuáles son los códigos que se manejan y cómo. Chúo sí y por eso le llaman el guapo de barrio. Es él quien se ha dado la tarea de conocer para ayudar a organizar a las comunidades y así hacerle frente al azote que implica el barrio.

Para él los pobres son héroes civiles que se atrevieron a construir ciudad y ciudadanía donde más nadie se atrevió. Donde el Estado no vio posibilidad y la empresa privada no vio negocio. También es una frase repetida pero porque constituye su padrenuestro.

Las respuestas a las cientos de solicitudes que reciben día a día Torrealba y su equipo sólo podían generarse haciendo de El radar una red que escala la apuesta. El radar ya no como ventana, sino como movimiento: “en vez de ir a un barrio a hacer un reportaje, vamos a enseñarle a la comunidad cómo se hace un reportaje”.

Y como dice Miguel James, su poeta favorita, Chúo repite detrás de cada uno de sus pasos: “Digo que vendrán días mejores”.