Aférrate a la vida es su eslogan. Lo popularizó en radio al lado de su colega Berenice Gómez y ahora lo ve en las vallas de Caracas. Ella se aferra a la vida todos los días. Pareciera paranoica, pero es lo que queda luego de 14 años comenzando la semana en la morgue para conseguir historias de mamás descorazonadas en busca de sus hijos. María Alejandra Monagas ha aprendido tres cosas de la fuente de sucesos: confiar en su pulso, no aceptar ningún precio por la libertad y vivir día a día porque sólo hay una oportunidad para hacerlo
Carla Valero Lizarzábal
Como todos los lunes en la mañana, la periodista del diario Últimas Noticias, María Alejandra Monagas, tendría que estar en la morgue de Bello Monte y entrevistar a los familiares de las víctimas del fin de semana. El lunes 28 de noviembre, la rutina era otra: hubo un triple homicidio en Petare y tuvo que subir a cubrirlo. Para cuando iniciaba la tarde, ya ella estaba en el periódico y tenía prisa, ahora tendría que escribir más historias de las que esperaba. En su escritorio se apilaban kilos de papel que no parecían tener organización alguna. Tenía bastante trabajo por delante. Aun así, se le veía tranquila y dispuesta a conversar.
Tiene ojos de niña, son pequeños y oscuros, están enmarcados por pecas que también le dan un tono infantil a su cara. Pero sus 37 años de edad se asoman en las canas que combate con un tinte amarillo al que delatan unas raíces entre negro y plateado. Se viste sencillo, es una de sus tantas medidas de seguridad: “No tratar de llamar la atención”. De cualquier manera, se nota que se ocupa de su apariencia. Hace tiempo que tuvo que despedirse de los tacones, perdió la costumbre de tanto subir a los barrios y correr en protestas. De eso se separó fácilmente, pero nunca de la femineidad:
Uno puede vestirse más deportivo, pero no por eso verse menos femenina. Yo no dejo que me vean sin mis uñas pintadas o con la boca sin labial.
Cree que como ciudadana es importante tomar todas las medidas necesarias para mantener la integridad física. Hasta dice que ya ni sabe donde queda la corneta de su carro, teme que cualquier malhumorado le dispare por tocarla. Pero cuando tiene que cubrir una historia es capaz de enfrentarse a los pleitos en La Planta, a las balaceras de cerros y a los disturbios en las marchas. Claro, siempre tiene algo de miedo, siempre pone una barrera: “Antes que periodista soy mamá y la seguridad es lo primero”.
Tiene un hijo de 10 años y ya ha visto suficientes huérfanos como para permitir que su niño sea uno de ellos.
María Alejandra Monagas no se ve como esas periodistas que se rasgan las vestiduras y se olvidan de sus familias con tal de tener historias jugosas. Ella sabe organizar su agenda y sabe que el trabajo no puede ocupar todo su tiempo. Sabe guardar horas para hacer Tae kwon do, incursionar en la literatura teatral y escuchar la música que le gusta. Incluso pareciera que sabe cómo parar el tiempo, porque logra ser mamá, periodista, novia, abogada y estudiante de un posgrado en Derecho Mercantil sin descuidar ninguna de sus tareas.
LA CULTURA DEL CRIMEN
Cuando empezó a trabajar como periodista, quería cubrir la fuente de cultura. Su profesor de la universidad, Earle Herrera, la regañaba porque todo lo que escribía era referente al mundo de lo cultural. “Él me decía que tenía que hacer otra cosa porque yo no sabía hacia donde me iba a lanzar la vida. Mira como tenía razón, la vida me lanzó a la cultura, pero a la del crimen”.
Empezó por una casualidad:
Comencé a cubrir sucesos a los tres meses de entrar en el periódico. Un día el que estaba encargado de la fuente se lesionó y como yo siempre estaba ahí temprano, me mandaron a hacer lo que le tocaba a él. Les gustó mi trabajo y, a partir de esa experiencia, fui encargándome de esas notas. Al principio era sólo los fines de semana y los días de guardia; después, era todo lo que hacía.
Monagas admite que luego de catorce años cubriendo sucesos, es hora de cerrar el ciclo. Pero se hace difícil, el trabajo es adictivo. “Esta fuente es como una droga, es muy dura pero muy bonita. Sucesos es la realidad, ahí no importa que quieran taparte las cifras o los hechos. Tú tienes contacto con las madres, con los policías, con la realidad del país. A ti nadie te engaña. La vocería oficial le tiene terror a las cifras, no pueden desmentir lo que nosotros publicamos”.
La cultura del crimen —como ella la llama— le ha hecho presenciar cosas que a muchos les quitarían el sueño, pero la periodista no permite que eso la deprima más de lo necesario. No le es fácil explicar cómo este contacto con la realidad la endurece y la sensibiliza a la vez. No puede llorar todos los días, pero hay casos que le tocan la fibra. “Una vez vimos a una madre desesperada, quería que encontraran y castigaran a quienes mataron a su hijo. La policía lo que hizo fue burlarse de ella. Entonces, decidió tomar la justicia con sus manos: la mujer entregó a los asesinos al CICPC, pero los entregó muertos… quemados. Fue muy duro verla detenida y llena de vendajes, diciendo que ya no importaba si la metían presa o la mataban, porque cuando mataron a su hijo, ella misma perdió la vida. Esas son las cosas que te mueven”.
Quizá no lo demuestre mucho, pero el contacto con la muerte y la delincuencia durante 14 años sí la ha afectado. María Alejandra Monagas casi tiene un decálogo de la seguridad y, gracias a su participación en el programa radial de La bicha con Berenice Gómez, sus recomendaciones han permitido que mucha gente se resguarde más de la violencia. Para Monagas la paranoia aquí tiene justificación.
Por eso, para la periodista es imperativo que la gente cumpla con cosas sencillas como: no tomar siempre las mismas rutas, ponerse el cinturón de seguridad, no usar artículos llamativos y ser siempre cordiales para no fomentar crímenes fútiles.
Los cambios en las cosas más simples son los que poco a poco pueden cambiar los grandes problemas de nuestra sociedad.
DE TAL PALO, TAL ASTILLA
Monagas viene de una familia de abogados y cree que si en su juventud los juicios hubieran sido orales, como ahora, ella habría optado por estudiar leyes mucho antes. De pequeña no quería tener nada que ver con el área penal. Su papá era un abogado importante y ella sentía que los presos le quitaban el tiempo que tenía para compartir con él, los detestaba.
Fíjate lo que pasó, luego me tocó convivir todo el tiempo con presos. Por eso es que uno no puede decir que de esta agua no beberé.
Qué buen texto, redondo.