El miércoles 11 de enero se discute en clase lo que haría Truman Capote si le pautasen la cobertura de sucesos en un periódico caraqueño. Digamos, un lunes, el jefe de Redacción de un matutino le dice que se vaya a la morgue de Bello Monte a ver qué consigue
Sebastián de la Nuez
Cuando Truman Capote, un hombre que, siendo escritor, dio lecciones universales de periodismo −ayer escuché en una mediocre película con Julia Roberts que “el periodismo es literatura hecha con prisas”: no está mal−, dejó de trabajar en su monumental Plegarias atendidas –nunca terminó la obra−, adujo que lo había hecho en razón del caos creativo que lo invadió de manera coincidente con una crisis personal luego de la publicación de A sangre fría. En fin, ¿sería una excusa? Lo cierto es que en el prólogo de Música para camaleones, cuando habla de ese caos, habla también de su actitud “ante el arte y la vida” y del equilibrio entre ambas cosas.
O sea, Capote unía arte y vida. No andaban, en su recalentada cabeza freudiana, el uno aislado de la otra, arte y vida.
Esto es interesante y debe tomarse en cuenta. Sobre todo cuando uno adopta el oficio, ya no la profesión meramente estudiada en las aulas universitarias con sus teorías de cartón piedra. El oficio. El oficio del hombre y la mujer que salen a la calle a buscar la información diaria para servirla al país por cualquier vía o soporte.
He propuesto en clase una discusión sobre lo que haría Truman Capote parado un lunes a media mañana a las puertas de la morgue de Bello Monte, libreta en mano y acompañado por un fotógrafo. En la Caracas de hoy.
No sé lo que haría. Habría que ver, primero, para imaginarse algo así, si la revista Esquire estaría hipotéticamente dispuesta a pagarle por entregar −¿a la vuelta de un par de meses?− un manuscrito de diez mil palabras sobre la ciudad más violenta de Latinoamérica.
Pero sí sé algunas cosas como punto de partida:
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No se conformaría con quedarse en la morgue, sino que trataría de ir a los barrios donde han muerto las víctimas recién llegadas.
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Hablaría con los familiares.
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Si nos guiamos por A sangre fría, Capote alardeaba sobre ella diciendo que era «impecablemente verídica», y su biógrafo Gerald Clarke agregó: «Aunque no lleve notas a pie de página podía remitir a fuentes incuestionables en cada una de sus observaciones…»
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Seguramente utilizaría técnicas del guión cinematográfico que puso en práctica en sus trabajos para Hollywood. Por ejemplo para presentar a sus protagonistas, en cada pequeña historia, en viñetas o escenas.
ALGUNAS FRASES QUE PARTEN DE LA LITERATURA Y QUE HACIA EL PERIODISMO VAN
Su rostro es notable, algo parecido al de Lincoln, igual de escarpado, y teñido por el sol y el viento; pero también es delicado, de huesos finos, y con unos ojos de color jerez y expresión tímida.
De Un recuerdo navideño, describiendo a una prima lejana, quizás el único familiar que le ofreció amor. Le sirvió de inspiración para este personaje, una mujer pequeña y dulce de más de 60 años que le abre las puertas a su sensibilidad cuando Capote, y su alter ego en el cuento, tenían 7 años.
El relato NO imaginario puede ser tan ingenioso y original como la pura ficción. Lo que sucede es que casi siempre lo escriben periodistas poco preparados para explotarlo. Solo un escritor que domine completamente las técnicas narrativas puede elevarlo a la categoría de arte.
Frase de Capote recogida, de forma parafraseada, por su biógrafo G. Clarke.
El pueblo más próximo a la granja-prisión está a treinta kilómetros de distancia. Numerosos bosques de pinos separan la granja del pueblo, y es en estos pinares donde trabajan los presos; sangran los árboles para obtener trementina. La propia prisión está en un bosque. Para encontrarla hay que seguir una pista roja con profundas roderas hasta que, al final, aparecen sus muros, coronados por las alambradas caídas a modo de parras. En su interior viven 109 blancos, 97 negros y un chino. Tiene dos dormitorios: grandes barracones verdes de madera con techo de papel embreado. Los blancos ocupan uno de los edificios, y los negros y el chino el otro.
Del relato Una guitarra de diamantes.
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