El cronista de la ciudad de las calles rojas

Enrique Bernardo Núñez − novelista, historiador y diplomático venezolano− nació en Valencia en 1895 y se mudó a temprana edad a Caracas, ciudad desde la que realizó una prolífica carrera como defensor de lo latinoamericano y murió en 1964

Christian Bogado M.
A orillas del Guaire, un fragmento del espíritu nacional lanza su obra de vida entera al río. Tomó la decisión repentinamente, como aquella vez que renunció a la literatura frente al Hudson. Se paseaba por La Candelaria, lugar en el que alguna vez tuvo un apartamento con más libros que espacio, y un atraco a plena luz del día lo llevó a perder finalmente la esperanza. La ciudad de los techos rojos dejó de existir hace rato y enloquecida se transformó en la ciudad de las calles rojas. A su cronista más apasionado, muerto ya en el 64, no le queda más alternativa que enloquecer con ella.
Enrique Bernardo Núñez nació en Valencia en 1895 y creció en la “Venezuela metida en cintura”. Al principio del siglo XX las cosas eran muy distintas y un escritor, si era bueno en lo que hacía, podía aspirar a ser alguien respetado. Con rabia Núñez comienza por el comienzo y lanza al río Sol interior, su primera novela que le valió la membrecía en la generación del 18.
  ̶En esa época ya vivía yo en Caracas y aunque a Valencia siempre la quise ver como el centro de la cultura venezolana, mi espíritu quedó atado a esta ciudad  – dice el novelista.
Al viejo fantasma casi nadie lo reconoce en la calle. Ven pasar por ahí a Arturo Uslar Pietri y le dicen “buenos días doctor, ¿cómo está usted?”. Ven pasar a Rómulo Betancourt e incluso los más ignorantes saben: “¿Ese bicho no es el presidente ese?”. Pero al precursor del fenómeno literario latinoamericano, ya desde 1931, casi nadie en su ciudad lo reconoce.
–La conquista enfermó el espíritu de este pueblo – dice el miembro de la Academia Nacional de la Historia – y lo hizo malagradecido.
Los libros caen uno tras otro y se mezclan con toda la porquería que fluye por el intestino de Caracas. A ratos titubea, cuando se encuentra con algo que alguna vez le fue querido.
–A mi esposa la dejé por unos años, pero nunca pude abandonarla del todo –  dice mientras se encuentra con su segunda novela, Después de Ayacucho. La escribió poco después de casarse con Mercedes “Mochea” Burgos, con quien tuvo tres hijos. Años más tarde se separaron, pero como muchas otras veces se contradijo y terminó regresando a su lado.
Cubagua le merece una pausa especial. Muchos la consideran su obra maestra, un avanzado experimento literario que incluye fracturas del tiempo, confusión entre lo histórico y lo ficticio, una pasión por lo americano y las semillas del realismo mágico. La contempla en silencio, quizás recordando los halagos de quienes realmente la entendieron. Quizás piensa que ahora, ahora que él apenas es un recuerdo, es que la gente reconoce su genio. Hasta una película le hicieron. Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Arturo Uslar Pietri, esa gente sí que la entendió.
–En este mundo no habría Vargas Llosas ni Garcías Márquez si no fuera por esta novela – dice antes de escupir y lanzarla al suelo con desprecio.
Si todavía estuviera vivo, Enrique Bernardo Núñez probablemente aceptaría un puesto en el gobierno. No necesariamente porque comparta sus ideas, aunque es fácil encontrar paralelos en su perspectiva histórica y la de un gobierno que se proclama antiimperialista, sino porque precisamente ese nunca fue un problema en su pasado. Admiró y respetó a la generación del 28, pero igual comenzó su larga carrera diplomática con la ayuda del gobierno gomecista. Fue nombrado cronista de Caracas por el gobierno amigo de Rómulo Betancourt pero continuó con sus labores regulares luego del golpe de Marcos Pérez Jiménez. Como muchos de los personajes de sus novelas, el escritor es un mestizo de carácter. No es sorpresa que haya quedado enamorado de Caracas, la ciudad de los contrastes por excelencia.
La galera de Tiberio aparece en sus manos y comienza a reír a carcajadas. Parece divertirle la idea de que ese libro le haya causado tantos dolores de cabeza.
–Los imperios de antes son los mismos de ahora – concluye, y ahoga en el Guaire lo que una vez tiró al Hudson.
El río se llena ahora de recortes de periódicos, notas, papeles. Su obra como periodista e historiador, apasionado y parcializado por el continente americano, supera varias veces su trabajo en ficción. Fue un autor prolífico y la mugre de Caracas queda oculta bajo las letras del escritor. Como primer cronista oficial de Caracas ganaba poco  –por ley se les otorga un sueldo mínimo–, pero estimó siempre como valor supremo la memoria de un pueblo.
–Un pueblo sin anales, sin memoria del pasado sufre ya una especie de muerte. O viene a ser como aquella tribu que solo andaba por el agua para no dejar sus huellas – dice Núñez, repitiendo su discurso de aceptación en la Academia Nacional de la Historia.
Termina de lanzar las últimas cartas y todo lo que alguna vez hizo con su vida se lo lleva el río. Suspira aliviado mientras le da un último vistazo a su trabajo. La mugre sigue corriendo y los papeles van río abajo. Pronto desaparecen y todo vuelve a la normalidad. Un niño pobre, muy pobre, sucio y con harapos, se le acerca y le hala la chaqueta gris.
Señó un bolivita po’ caridá – dice tristemente el niño.
Enrique Bernardo Núñez empieza a llorar.