Doctor Tarre y míster Sanín

Estos periodistas, políticos y hombres de mundo viven en un mismo cuerpo. Se expresan con verbo tenaz e irónico. Suman grandes amigos, como férreos enemigos. Desde el despacho o la máquina de escribir ponen a pensar a Venezuela

 

Boris D. Saavedra R.
Sanín es un contestón. No se reserva nada. Cuando está sentado frente a una máquina de escribir es cuando es más peligroso. Es tal su verbo escrito que, en ocasiones, devora al doctor Alfredo Tarre Murzi. Sin embargo, ambos comparten una pasión: el periodismo. Sanín es un crítico, pero no un criticón. Tarre Murzi es un político, y no un politiquero. Ambos: periodistas.
Esta dualidad se manifiesta claramente en las primeras horas de la mañana. Sanín es el que se levanta. Lee todos los periódicos, que previamente le ordena Mercedes –la esposa de Alfredo. Acto seguido, sin siquiera cambiarse la pijama, entra en una especia de trance, y se sienta frente a la máquina de escribir a intervenir la vida política venezolana. Luego, despierta Alfredo Tarre Murzi, listo para sus oficios de abogado. Sanín y Alfredo Tarre Murzi son la misma persona, a veces.
 
La quinta en la urbanización La Floresta, San Francisco de Paula, tiene un jardín gigante. Tarre Murzi, después de exorcizar demonios en su nueva Smith-Corona, camina por el jardín. Desde el segundo piso de la casa lo ve su hijo Marcos, “el escritor de la familia”, apunta orgulloso Sanín. Camina y fuma su pipa. ¿Quién sabe qué pensará alguien que decidió bautizarse con el nombre de un estudiante nihilista ruso?
Alfredo Tarre Murzi es abogado de profesión, congresista “por accidente” y periodista de vocación. “Soy un hombre de letras frustrado por el periodismo”, dice Tarre Murzi sin pausa. Ha escrito muchos libros, porque escribir es su alimento. Su obra va desde el análisis políticos en obras como Democracia con energía (1974), Gracias a ti (1975) y Venezuela Saudita (1978), la crítica literaria y las crónicas de viajes en su obra Letras del camino (1964). Toda esta montaña de hojas también es testigo de su actividad como diplomático en La nueva diplomacia (1962). Demuestra dotes de historiador con: Biografía de Maracaibo (1987) y con una biografía de Rómulo Betancourt, publicada en 1984. La crónica política es la más recurrente de sus travesuras literarias.
Tarre Murzi tiene un bufete de abogados en el octavo piso de Edoval, cerca de la esquina de Mijares. Allí hace las veces de consultor jurídico en asuntos de Derecho Laboral para varias empresas y redacta contratos colectivos, cuando las Cámaras no están reunidas. Y claro, cuando no está escribiendo. “Tengo una necesidad fisiológica de escribir”, comentan Tarre Murzi y Sanín al unísono.
“Mi verdadera vocación, más que la abogacía y la política, es el periodismo”, insiste Sanín. Cualquiera que utilice la ironía y el sarcasmo como arma en la arena política no puede salir exento de polémica. “Lo que me interesa en el periodismo político no es ganar ventaja, sino lectores y poder de opinión”, Tarre Murzi siempre niega su influencia política. Sus detractores lo llaman oportunista. “Me tildan de oportunista porque tengo amigos en todos los bandos y por naturaleza soy conciliador”, añade Tarre Murzi mientras reenciende su pipa.
Alfredo Tarre Murzi, además del periodismo, disfruta la playa, leer tres libros los fines de semana y la buena comida. Para él, la alimentación es un elemento fundamental del carácter filosófico en la vida. “’Dime qué y cómo comes, y te diré cómo gobiernas’, decía Briyat Savarin. Este gran gourmet francés también decía: ‘Desconfía de un hombre que no toma vino en las comidas’”, sentencia Tarre Muzi con una sonrisa empotrada en el rostro. Gracias a esta filosofía culinaria es que prefería a Gonzalo Barrios como candidato presidencial, sobre Luis Beltrán Prieto en las elecciones de 1968. “Si hubiese ganado Prieto, lo que habría en las bóvedas de La Casona sería cerveza. Le tengo horror a los que andan comiendo sándwiches y perros calientes”, comenta seriamente Sanín.
Sanín nació como un personaje de ficción de la literatura rusa en 1907, y Alfredo Tarre Murzi nació en Maracaibo, estado Zulia, el 25 de diciembre de 1919. La vida de estos dos personajes se fundieron en 1945, cuando Alfredo Tarre Murzi quedó impresionado por el personaje creado por Mijail P. Artzibashev y comenzó a firmar sus artículos en el semanario del partido Unión Republicana Democrática como Sanín. Allí nació el periodismo crítico venezolano. Tarre Murzi estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Luego fue a Nueva York a hacer cursos de posgrado en la Universidad de Columbia. En 1953 estuvo en Suiza, en la Universidad de Ginebra, completando sus estudios de Derecho Social. Tarre Murzi era un inquieto, tenía que saberlo todo.
Su vena jurídica llegó a su más alto vuelo cuando fue electo funcionario de la Organización Internacional del Trabajo entre 1952 y 1957. Tan alta distinción fue merito para que en el año 1969, fuera designado Ministro del Trabajo por el entonces presidente de Venezuela doctor Rafael Caldera. También su voz se escuchó en las aulas universitarias. Maestro estricto y justo, caminó por los pasillos de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello. Desde el año 1959 hasta 1963, fue embajador de Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas en Ginebra. Alfredo Tarre Murzi no descansaba, el trabajo era la característica fundamental.
La abogacía nunca eclipsó su verdadera pasión: no solo fue columnista de alta valía, también fue director de la revista Signo entre 1950 y 1951, junto al poeta, escritor y crítico, Juan Liscano. “Como reportero, lo más importante lo hice en 1956, cuando fui corresponsal de Venezuela en Ginebra y estuve en la conferencia de los cuatro grandes. Entrevisté al ruso Nikita Kruschev, que era el hombre detrás del trono, el secretario general del Partido Comunista ruso. Ese fue mi trabajo reporteril más importante”, recuerda con satisfacción Tarre Murzi.
Después, su logro más elevado es la columna en el diario El Nacional llamada Palco de sombra.
 
INTOLERANCIA
Precisamente ese trabajo fue el que despertó la rabia e irritación para que en el periodo presidencial de Jaime Lusinchi, dos sujetos entraron al estacionamiento del apartamento de Sanín en Santa Rosa de Lima –propiedad de Tarre Murzi. “¿Tú eres Tarre Murzi?”, le preguntaron al periodista. Sanín asintió. Enseguida los dos hombres le propinaron una golpiza brutal. Cuando los bandidos lograron someter en el piso a Tarre Murzi, comenzó la ronda de patadas. Luego de unos minutos, cuando los agresores creían que el mensaje había sido entregado, se detuvieron. “¡Esto es para que aprendas a respetar!”, escupió uno de los camorreros. Horas después llegaron algunos medios de comunicación y el Director de la Policía Técnica Judicial. Algunos canales transmitieron la noticia, pero poco después todo fue sacado del aire por órdenes de lo alto. Los dólares preferenciales, en esa época, eran un arma de subyugo para algunos directores de medios. “Después de Carlos Andrés Pérez, Lusinchi, fue uno de los gobernantes más nefastos para Venezuela”, dice con amargura Sanín.
Alfredo Tarre Murzi, como Sanín, es un hombre dedicado al país. Estuvo preso por testarudo, por ese afán incontenible de defender sus ideas democráticas. También fue expulsado del país. Sufrió atentados e innumerables menciones a su ascendencia. Un hombre fuerte, un perro alpha.
Sin embargo, Tarre Murzi manda a dormir a Sanín cuando de la familia se trata. Padre recto, abuelo amoroso y esposo fiel. Tuvo tres hijos: Gustavo, Maruja y Marcos. El primero “se abrió paso con su propia voz en las filas de Copei. Aunque siento que debe escribir más. Maruja se dedicó al análisis internacional. Es aguda y correcta. El menor, Marcos, es arquitecto. Uno de sus libros fue llevado al cine. Tengo dos nietas que son abogadas. No puedo pedir más”.
En 1988, fallece su esposa, Mercedes Briceño de Tarre. “Aún ando a gatas en esto de la soledad. Todavía no me acostumbro a levantarme con el vacío a mi lado. Siento que la vejez es un fardo cada día más pesado. Pero también me digo que me quedan muchas cosas por escribir y unas cuantas vainas por echar”, comienza con melancolía y termina con su sonrisa irónica. ¿Quién habla? ¿Sanín o Alfredo?