Sherlock Holmes, versión criolla

Desde su mirada periodística, a ratos prestada a la política, Oscar Yanes ha sido testigo de la historia contemporánea de Venezuela, por lo que se hace llamar a sí mismo “reportero del pasado inmediato venezolano”. A sus casi 85 años, Chivo Negro continúa interpretando la realidad nacional desde la convicción de que los hechos hay que mostrarlos sin importar lo brutales que sean, porque ¨así son las cosas¨ y así hay que contarlas

 

Verónica V. Rodríguez G.

 
—¿Cómo andan esas vibraciones?” —es lo primero que se le escucha.
Con voz enérgica, madurada por casi 85 primaveras, Oscar Armando Yanes González hace vibrar con su irreverencia y suspicacia, a quien se le ponga enfrente. Aunque sus pasos son más lentos de lo que solían ser y se ayuda con un bastón al caminar, continúa siendo aquel hombre regio y “vibrante” al que bautizaron como “Chivo Negro” en las salas de redacción caraqueñas. Conserva algunos rasgos que lo han acompañado desde siempre: el sombrero de investigador privado de antaño, su singular bigote y siempre una atrevida corbata, sacada de su colección de más de dos mil piezas insolentes.
El octogenario reportero todavía mantiene sus facultades intactas y sigue trabajando como periodista, en la asesoría de la vicepresidencia ejecutiva de Venevisión e incluso como humorista. Todavía atiende las consultas de estudiantes, periodistas y políticos, que suelen llamarlo o visitarlo, con la esperanza de que les recuerde datos, rostros y anécdotas del pasado reciente del país.
Esto último es un trabajo por sí solo. Las solicitudes de aclaratorias históricas que recibe son interminables, pero las atiende alegremente, como parte de su labor como “reportero del pasado inmediato venezolano”. De no hacerlo, se estarían perdiendo para siempre secretos de la historia contemporánea nacional que sólo él guarda y que ayudan a comprender mejor “esta Venezuela que sigue siendo la misma que soportó a Juan Vicente Gómez. En tantos años ha habido cambios, claro está, pero sólo de maquillaje y el problema real está en el fondo”.
Cuando está en casa, se pasa el tiempo en la biblioteca, rumiando en lo que su mujer, Ligia, llama “su manía”: los libros y los periódicos. La que es su cuarta esposa y ha sido su compañera sentimental durante poco más de una década cuida a Yanecito –apodo que le pusieron en su familia desde pequeño– como a un niño. No es nada raro verla a su lado, sosteniéndole una taza de café, colocándole una servilleta de tela a la hora de comer o ayudándolo a limpiarse la cara y sacudirse el bigote una vez que acaba el postre.
A ratos, Ligia suelta un “Armando, pórtate bien” con tono sobreprotector, ante alguna travesura de su esposo. Luego explica que aquella expresión era la que utilizaba la abuela Rosalía, quien se encargó de la crianza del párvulo Chivo Negro después que su madre muriera cuando él apenas tenía un año. Mamá Chalía, como la llamaba Yanecito, siempre mantuvo vivo el recuerdo de su hija en la memoria del pequeño. Cada vez que éste hacía algo malo, le inventaba historias como que Mamá Chica –nombre con que el niño se refería a su madre– la había visitado en sueños y le había contado de sus andanzas, por lo que le enviaba siempre el mismo mensaje: el “Armando, pórtate bien” que todavía Ligia rescata para regañar a Oscar Armando.
El propio Yanes considera que el papel de la esposa es semejante al de la madre, y no sólo en su caso. “El venezolano, a pesar de su espíritu machista, se ha dado cuenta de que la esposa viene a ser en la vida práctica un reflejo de la mamá de uno. Por eso se convierte en una especie de monumento al que hay que respetar y rendirle cuentas”.
 
ECHADOR DE HISTORIAS ADEREZADAS
Reclinado hacia atrás en un sofá con las manos reposando sobre las piernas, recuerda anécdotas que a veces adereza un poco con la sazón de su imaginación. Oscar Yanes es un echador de cuentos innato y “la habladera de pistoladas –dice– viene en el código genético”. Su padre, el viejo Yanes, era pastelero, pero tenía el mismo don que su hijo para exagerar cualquier historia. Durante años, aseguró ser el inventor del golfeado y se endilgaba otras cientos de hazañas exageradas que el hijo luego comprobaba que eran falsas.
Esa tendencia a la exageración heredada por rama paterna pudiera ser lo que hizo que Yanes, recién llegado al periodismo, comenzara a inclinarse hacia las técnicas sensacionalistas; hasta el punto de que algunos lo consideran el padre del sensacionalismo en Venezuela. Quienes alguna vez trabajaron para él en la sala de redacción del diario Últimas Noticias recuerdan que uno de sus consejos más recurrentes era “salgan e inventen la noticia”. Ante la evocación de esa táctica, explica que con eso no apoya la mentira o la invención de hechos sin fundamentos. A lo que se refería con aquella frase, era a la capacidad adquirida de encontrar los hechos que los demás periodistas consideran “caliches”, con el objeto de inflarlos de forma tal que puedan llegar a figurar en la primera plana de un periódico.
El sensacionalismo es una técnica basada en hechos reales con un toque de imaginación, popularizada por el mismísimo Pulitzer. Nada tiene esto que ver con el amarillismo periodístico, práctica que considero condenable. Cuando esta técnica se usa para hacer dinero, se convierte en amarillismo y deja de ser algo lícito, para convertirse en una posición amoral.
Cuando se convirtió en cultor del sensacionalismo periodístico, lo que el “Chivo Negro” buscaba era “poner a la gente común a leer periódicos”. Para lograrlo, era necesario encontrar las historias más interesantes y contarlas de manera agradable, aunque eso implicara sazonarlas. Cualquier ardid que se usara para hallar un dato o una versión era aceptado por él. “Si te botan de una casa porque vas en busca de una noticia, métete por la ventana o por el techo”.
Siguiendo su propio consejo, Oscar Yanes más de una vez se hizo pasar por alguien más para conseguir detalles que lo ayudaran a “inflar” las noticias que luego publicaría. Desde corresponsal extranjero hasta diplomático de tierras lejanas, pasando por médium y psíquico, muchos fueron los papeles que tuvo que interpretar antes de lograr que aquella “gente común” se comiera sus historias con todo y el aliño.
Cuando a sus noveles 10 años descubrió en la Biblioteca Nacional que leer era gratis y comenzó su obsesión por la literatura nacional e internacional, Yanecito no podía imaginarse que acabaría convirtiéndose él mismo en una de esas grandes plumas de la literatura latinoamericana. Todavía hoy, aunque según la Cámara Venezolana del Libro ostente el título de ser el más leído entre los escritores criollos, asegura que en los “verdaderos escritores” ve cualidades que él no ha podido desarrollar.
No es falsa modestia lo que lo hace renegar de sus facultades como escritor, sino la convicción de que si “comienzas a creerte tus propias mentiras, se daña todo por lo que has luchado”. A pesar de las décadas de éxitos que lo llevaron a ser merecedor en tres oportunidades del Premio Nacional de Periodismo, Yanes no se permite dormir en los laureles. “No puedes creerte un ente sagrado, algo así como un buda al que hay que rendirle tributos, porque entonces todo se derrumba”.
 
PRECOCIDAD PROFESIONAL
Oscar Yanes suelta una historia tras otra casi sin detenerse ni tan siquiera cuando cambia de tema vertiginosamente. De repente hace una pausa, con la mano derecha se acomoda la corbata que en esta oportunidad es una réplica de los surrealistas relojes doblados del pintor catalán Salvador Dalí. Levanta la mano izquierda y apunta con el dedo índice antes de comenzar su siguiente relato, el de cómo su obsesión por la menta humana y sus ganas de ser psiquiatra lo arrastraron hacia dos de las grandes pasiones que todavía hoy persisten en su vida: el gusto por las corbatas impertinentes y el periodismo.
Cuando era muy joven, entrevistó a un famoso psiquiatra que aseguraba que la curiosidad de las mujeres es ilimitada. Ante tal aseveración, Yanes le preguntó qué es lo primero que ve una mujer en un hombre. El psiquiatra le soltó una respuesta que todavía décadas más tarde lo divierte: “La corbata, porque es una cosa muy llamativa que va cerca del cuello. Pero no me pregunte nada más, que puedo caer en tópicos peligrosos”. Desde entonces, comenzó a coleccionar llamativas e irreverentes corbatas, esperando llamar la atención del sexo opuesto. La técnica parece haberle funcionado: se ha casado cuatro veces y a sus ochenta y tantos todavía despierta el interés de mujeres de todas las edades.
Al mundo del periodismo también lo empujó la psiquiatría. “Yo caí en esto por pura curiosidad, chico”, dice todavía con la mano alzada enfatizando sus palabras. Por su obsesión por el funcionamiento de los vericuetos de la razón, consideraba fascinante la manera en que los periodistas se aproximan a los hechos noticiosos.
La curiosidad por saber cómo conoce un periodista lo que está pasando fue la que lo llevó con tan sólo 13 años a iniciarse como reportero de sucesos –“la mejor escuela que puede tener cualquiera que se vaya a dedicar a esta profesión”– y la que acabó lanzándolo a la jefatura del diario Últimas Noticias cuando todavía no alcanzaba ni el cuarto de siglo.
Mientras aprendía los secretos del oficio investigando sobre crímenes y entrevistando a “gente muy peligrosa”, comenzó a notar los parecidos entre su trabajo y el del famoso investigador privado cuyas aventuras inmortalizó la pluma de Sir Arthur Conan Doyle. “Cada vez que veía en el mundo periodístico un caso misterioso trataba de pensar como el astuto Sherlock Holmes”.
De la literatura que descubrió por casualidad en la Biblioteca Nacional, le quedó el gusto por los hechos que son incomprensibles en apariencia. Incluso cuando tomaba sus vacaciones, se autofinanciaba viajes al extranjero para ir a entrevistar a las grandes figuras de la época, intentando descubrir los intríngulis de lo que era noticia allende las fronteras.
Desde que sale a la calle en busca de datos e historias hasta que se sienta a golpear las teclas de su antiquísima máquina de escribir –cuyo sonido es la única ambientación que hace posible la creación–, Oscar Yanes siempre mantiene la actitud sagaz que lo hizo convertirse en el Sherlock Holmes del periodismo nacional y en el único venezolano que puede autodenominarse dueño del pasado histórico contemporáneo del país.